jueves, 3 de abril de 2025

Hospital del amor

 Llegué por primera vez al grupo, muy similar a Alcohólicos Anónimos. Son unas doce personas sentadas en círculo en torno a la coordinadora.

--¡Bienvenido! Soy Elsa, quien va a ayudarte a desarrollar sus aflicciones en el amor. Sólo nos presentamos por el nombre de pila. --Eso me dio algo de tranquilidad. Ella es una cincuentona de pecho turgentes. Es lo primero que admiré, rubia platinada, vestido a modo casual. --¿Cómo te llamas?

-Soy Daniel. Pero vine a escucharlos a ustedes.--dije.

-Mi nombre es Ana, vieja concurrente al grupo.---Luego insto a los demás a continuar.

Así seguí. Un pelado medio panzón, con pinta de yuppie, una treintañera de cabellos canosos, cubierta de bijouterie y pircings, un hippy de la época de amor y paz, una petisita colorada de ojos extraviados, y varios más. Supe entonces que a todos nos unía la soledad. Mal de muchos, consuelo de tontos, pensé. Y yo, que soy bastante tímido, me dedique a escuchar ya observar. Por la puerta lateral entraba a pasó rápido, una mujer elegante pidiendo disculpas por llegar tarde. 

--stentes de esta cofradía nos van a contar las razones por las que decidieron venir y continuar. Porque aquí hacemos catarsis y nos ayudamos mutuamente para resolver nuestros errores y contradicciones. Hasta asistimos a festejos cuando el amor triunfó

-Soy Alberto, y como ya les dije, vengo a desenredar el complejo, que a mi edad, me sigue atormentando. Busco una mujer que no se parezca en nada a mi madre, que sea cariñosa, protectora, atenta y que le guste llevar las riendas del hogar. --¡Uy! De ésas ya no se fabrican, me dije en voz b aja, para que no me escuchen. 

-Adri, me llaman. Reconozco que los celos me tienen a mal traer; sufro de insomnio y tengo pesadillas recurrentes, como cuando sueño que mi pareja se demora porque esta teniendo sexos sobre el escritorio de su oficina con una morochas, con una rubia, con una adolescente, con una veterana, y nunca conmigo, que soy pelirroja.

-Me llamo Mercedes, pero me apodan  "Mechi"

Me cansé de recorrer playas, afuera ofreces, boliches, previas y fiestas electrónicas. Me di con todo como para tener sexo y gozar, aunque sea por un ratito.¿Saben qué me dijo un sexólogo? Que soy fregada. Y otro, que sufro de algo así como abstinencia o de qué? No me acuerdo, pero es todo lo contrario. Así que vuelvo a los tropezones cuando amanece. Sola. 

-Me dicen Dino y así me bautizaron. Siempre tengo que explicar que no es por dinosaurio, porque, como verán, no soy antediluviano. Las chicas me escapan. Hasta acudí al cura del pueblo para confesarme. Tengo miedo de rebotar, no sé distinguir las señales. Siempre me faltan 5 pa'l peso y ellas se lanzan sin empacho. Reculo porque me acuerdo de ka monja me decía que eso es pecado... y acá me ven. Sigo buscando alternativas. 

-¿Puedo hablar?--La chica sentada a mi derecha se anima. --Soy Perla. En mi caso, no puedo superar la traición, por eso me divorcié. Una vez, y sólo una vez, volvía al departamento luego de un viaje de turismo y encontré a mi marido en mi propia cama con la que suponía, era mi mejor amiga.

--Es tu turno, Daniel. 

-Mi problema es que me gustan todas, de cualquier edad, las pedejas, las viejas, las rebeldes, las sumisas y nunca me enamoro. Ya estoy en edad de sentar cabeza, ¿no? Me diagnostico yo solito. Siempre les encuentro algún defecto que no me permite escuchar los latidos de un corazón junto a mi pecho. No soy romántico,  soy muy racional.¡Al fin desembucha, qué alivio!

--Bueno, bueno. Parece que es hora de descontracturar. Les voy a contar un cuento que los hará reír. "El hombre del palo".-- dijo Ana.

Mis amigas me decían que los hombres no quieren mujeres inteligentes, que hay que ser "la más santa en la calle y l más pura en la cama". Estaba pisando los 50 ¡Y nada! Ni en las redes descubría un tipo más o menos potable, que me hiciera gozar como hembra en celo. Pase por casados en vísperas de separación, viudos que había que consolar, solteros viviendo con la mami...en fin, hasta que conocí a José. Le había puesto todas las fichas.

Fui a su departamento. Me había invitado a cenar. Todo bien, aunque la carne estaba requemada, como suela. Sabía que después del postre, los boleros y unos vinos, venia lo mejor. Iríamos a los bifes. Arrumacos, seducción, sexo salvaje y todo terminó más rápido que lo imaginado. Corrí al baño envuelta en la sábana,  me acomodé los rulos, revisé las pestañas postizas, apliqué un poco de rouge de esos a prueba de besos, y regresé para la segunda vuelta.

¿Qué vi? El troglodita de pelambre tupida, con una mano, se rascaba la panza sin pudor, como un orangután con su virilidad dormida. Y con la otra, agarraba un palo de escoba para buscar un canal de fútbol. Se ve que no le andaba el control remoto. "Espera, chiquita, dejá que me recupere" Me dijo. Así que agarré mis petate y raje de ahí, para nunca más volver.

--El humor nos sienta bien para reírnos de nosotros mismos. En la próxima reunión,  seguiremos profundizando. --Concluyó Elsa, me miraba, mientras zarandeaba sus senos abundantes abundantes. ¡Cómo me gusta!







viernes, 28 de febrero de 2025

De Babel a la RAE

 

 

-Y sí, ño, es asin nomás –me contestó por el tuit.                                                                                                     

Una rara avis española se había posado esta mañana sobre la torre de Babel. Me descambiaba las ropas gastadas de vagamunda, buscaba la toballa y escuchaba el cederrom de la R.A.E. ¿Para qué me iba a conflictuar por algún palabro que me suene raro?

¿Cuándo era? Me sumergí en la bañera con sales relajantes …  En setiembre o en otubre fue cuando el amigovio me invitó a recorrer la Europa Central y la del Este. No es por euroescepticismo, ni por latinoescepticismo, lo pensé, lo rumié tantas veces, y le dije que no. No es que sea una friqui, pero me dije “Mejor me busco un cumpa que sea un papichulo, que no sea un papahuevos, ni un tirifilo, ni un alfeñique, sino uno que tenga ganas de descubrir a los elfos en un bosque de la China, navegar en un paquebote por el golfo de Bengala, aspirar los vientos del Kilimanjaro, interpretar los frisos babilonios, leer las escrituras cuneiformes, cosechar el té o trabajar en los arrozales de Singapur, mirar en lo profundo de los ojos verdes de un cachorro de tigre del archipiélago malayo y adormecerlo con el dardo de mis ojos, para acariciar su pelaje rayado, conversar con un anciano jefe de cualquier tribu, admirar la sonrisa calma de una maestra de Ghana o tal vez, dialogar en spanglish con los tataranietos y  choznos del gran Genghis Khan.

El grito de mi madre interrumpió mis ensoñaciones.

-¡Nena! Vení a la mesa y dejá de soñar que ya están las almóndigas.

De amores y otras yerbas

Como en un ritual de sonámbulos, se huele el aroma de los impulsos vividos y la inercia; flota entre la bruma y el viento, una sonrisa agradecida por lo que fue. ¡Qué pueden saber los otros, si no amaron como nosotros? ¡A volar, mi amor!

Rojo clavel encendido. Amor, sosiego, memoria, risas. Cantan las mariposas etéreas. Porque la libertad es un corazón sin cadenas, una luz que relaja. Sabrás del origen y sabrás del destino. Hoy dices gracias; quizás mañana dirás “lo siento”. También perdón, digo. El corazón ardido le pide ayuda a la cabeza atribulada A veces, la razón prima sobre las emociones. Siéntate, alma, acariciada por el corazón. Siéntate, corazón, acariciado por el alma.

Supura hoy la nostalgia entre las grietas; una, por donde pasó la luz y la otra, por donde salen las penas. Amoríos fugaces de corazones traidores. Has abandonado el refugio, sin siquiera el sonido del adiós. Pero guárdate en mí por siempre. Un instante único y completo del pasado errante y un futuro incierto, mitad cuento sin final: el amor perdido, el amor presente.

Grito, aún sabiendo que es una alegría. Hoy recito el credo de los deshauciados y tarareo la balada de los abandonados. ¡Vamos a duelar, mi amor!

Al regreso iré despacio, en puntillas y en silencio, a ver el día para ser yo en soledad y en compañía de los recuerdos. Me sacaré el corpiño, arrojaré los tacones, alejaré todo lo que me hace daño y comeré sushi un sábado a la noche, mirando una peli de terror.

Siluetas y sombras chinescas

En una oficina pública del centro, hay una importante reunión para atender y resolver la urgente necesidad de depurar las aguas del gran lago del sur. Yo espero en el coche, que pronto termine.

Afuera llueve con fuerza y el agua cae como si cuchillos afilados quisieran incrustarse en la tierra, en el cemento, en las plantas y en las personas que circulan rápido por las veredas, van protegiéndose, como pueden, bajo los escasos aleros y las marquesinas.

Una chica llega hasta ahí, con los pelos enrulados y alborotados por el agua. Mira hacia el interior y ve a un policía y a un guardia que recién ha comenzado el turno de la noche. La hacen ingresar y luego de unos minutos ella sale y, parada frente al ventanal, sigue mirando hacia adentro. Ahora sí se coloca con parsimonia la capucha para no seguir mojándose.

-¿Qué se cree? ¿Por qué no sale? –sus labios parecen clamar y reclamar.

-Seguro que va a encontrarse con la rubia del teléfono, muñequita de plástico y manicura de largas uñas gatunas, escote sensual y lencería erótica –piensa. – O con la japonesa de los ojos rasgados…

No se escucha lo que sigue diciendo, porque la lluvia cubre todos los sonidos, pero puede percibirse el enfado en su pecho palpitante, mientras las gotas siguen resbalando por su campera, ya empapada.

Se abre la puerta principal. Ella detiene sus pasos y a unos veinte metros ve salir tras ella al guardia nocturno. El muchacho alto, sin sombrero, a grandes zancadas vibrantes, inclina su torso largo y esbelto y sin capa, como ayudándose a avanzar más y más, hacia ella.

No se ve más, porque en la esquina está maniobrando el camión recolector de basura y la mujer policía dirige el tránsito de hora pico, indicando a los vehículos no virar a la derecha. En la otra cuadra está el Poder Judicial y los obreros están vallando los alrededores. Se están preparando las medidas de seguridad porque comenzará mañana, el juicio oral por la muerte de un joven que delinquía, a manos de la policía, dicen.

Las palabras ásperas se sofocan en la discusión; se exaltan, se enardecen, las miradas se exasperan y luego, la reconciliación inevitable.

En la otra dirección, se han alineado unos cuantos coches brillantes de agua y limpiaparabrisas en furioso movimiento, tras una moto de gran porte que ronronea entre nubes de humo.

Por la vereda de enfrente, a pasos cortitos, como si aún llevara un kimono de seda bordado de templos, pagodas y casas de papel, la señorita Taka Mariko se apresura. Lleva una falda negra con un tajo profundo, botas de charol para lluvia y se cubre con un poncho calamaco y un sombrerito de pana oscuro. Taka ya se ha habituado a este lugar, desde que abandonó las rutinas de azafata en una aerolíneas oriental. Llega justo a tiempo y se sienta en ancas, en la moto del joven, el Marlon Brando del pueblo. Bajo su casco se adivinan unos rulos rubios indóciles; rebelde es también su indumentaria: pantalones de cuero y campera de gamuza marrón con largos flecos en las mangas. En la espalda mojada, una blanca calavera cruzada por bandas negras, como una efigie, mira la hilera de luces que brillan y hieren el pavimento. Debajo de las antiparras moteadas de gotas, también se adivinan unos ojos que, bajo una apariencia de severidad, parecen pedir como una plegaria, un poquito de ternura, como diciendo “porque… uno tiene que tener un amor…”

Mientras, esperan la orden de la oficial de policía para continuar la marcha. Se entrecruzan unas miradas con sabor a despedida, entre el muchacho de enfrente y la joven oriental. Desde la motocicleta, ven a la pareja besándose con vehemencia, bajo la farola que ilumina la lluvia intensa.

Como ramalazos, como oleadas en technicolor, la señorita Taka recuerda los encuentros furtivos con el muchacho que ahora besa con pasión en la esquina a la chica de rulos ensortijados.

Sobre las esteras, cubiertas de almohadones de seda salvaje, él la amó. Y salvajes y breves fueron esos instantes con él, los que le sirvieron para olvidar aquel terrible episodio en ese vuelo, en ese viaje que no hizo, cuando no fueron oídos los mayday del piloto y de la tripulación, antes de que el avión se estrellara cerca de Kioto.

La nariz quebrada del motociclista (y boxeador) se impulsa hacia adelante y parten. Una sonrisa como una luciérnaga inquieta, entre sus diminutos dientes blancos, deja entreoir un Sayonara nostálgico, mientras se alejan entre el rumor citadino.

Fuera de ese escenario ya, brindarán: él, con un buen vino torrontés, y ella, con una copita de saki. La señorita Taka se entregará como una geisha sobre el tatami. Gotitas de sudor perlarán su rostro blanco de porcelana y tranquila, tímida y vulnerable, como una bailarina de Kabuki, verá un lago acolchado de lotos blancos.

Para hacer más amena la espera, escucho una canción. La voz metálica de Brian Adams me habla de amor, de una mujer y de un instrumento musical poco común. Y sueñó que un Marlon Brando robusto, de cintura gruesa en sus setenta años, me toma por la cintura y bailamos. Mi vestido blanco, de amplios volados vaporosos, se confunde con la playa plateada de luna, de espuma y de caracolas.

domingo, 2 de febrero de 2025

Blanca, la atormentada

 Blanca tiene la tez pálida, como un cúmulo nuboso en los cielos de verano, cuando se espera la lluvia. En los días brillantes de sol, sus ojos son azules. Azul lavanda, diría, como si ese color y ese aroma le diera la calma que tanto necesita.

De mirada huidiza, el azul se torna gris, cuando anticipa la tempestad que seguro vendrá. Hasta puede vaticinar rayos y relámpagos en medio de los truenos.

¿Vieron que hay gente que se queda quieta y se paraliza cuando el humo de los pensamientos comienzan a desarmonizarla? Es preciso, entonces, descolgar del tendedero los vestidos del miedo. Por el contrario, otros miran a los ojos, y sonríen más que con la boca, con los ojos. Son los que buscan comunicación y socializan aún con desconocidos.

 Pero la mujercita en cuestión, camina mirando el suelo, sólo ve zapatos de transeúntes apurados; nunca viste ropas llamativas, como para atraer a las mariposas. Un rostro opaco, así jamás será motivo de encuentros, ni siquiera con los pocos recuerdos felices.  Tampoco hallará alivio. Por las noches, casi siempre, los demonios la acechan y no le dan respiro para alcanzar el sosiego.

-Tenés que hacer trabajo físico, gimnasia, no sé, para dejar el cuerpo cansado y vas a ver que dormirás como tronco.

-Vamos a seguir un tratamiento con psicofármacos, Blanca, para ahuyentar a esos fantasmas.

_¿Y si te centraras en una introspección? Autoconocimiento, le dicen.

-Dejate de joder con tantas vueltas, No te empastilles más…

-¿Y si ves a un a curandera o una bruja?

-Probé con todo ya. Medicina tradicional, Medicina alternativa. Y lo único que tranquiliza mi angustia, son las tisanas de hipericum, que se hace con hojas y flores… Pero, de nuevo, en mitad de la noche, y aún con el velador prendido, veo sombras, vuelven esos malditos y sufro cada vez más.

Un sujeto muy entrometido que escuchó esa última conversación, se animó a aconsejarla.

-Señorita, perdón por la intromisión, oí todo y no puedo contenerme. Para sus males, lo mejor es poner entre la funda y la almohada, una bolsita de semillas, flores y hojas de lavanda. Verá que podrá dormir ocho horas seguidas sin complicaciones.

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Ahora sí, en secreto, está presente aquí, en nuestra tertulia, el último personaje de este relato. Se llama Oscar. Lo invito a deleitarnos con su conversación, al momento de abrir el micrófono. Gracias.

Bodegón y farol

 En la barra de madera lustrada y lisa (tantos parroquianos se acodaron ahí para matar las penas), un gitano en una punta, y un malevo en la otra. El primero mira al otro y luego de apurar la copa, se acerca con paso lento y dubitativo. Los tengo vistos a estos especímenes. Antes, se asegura que el varón recio y engominado no lo vaya a rechazar también. No está dispuesto a aceptar otro nuevo fracaso.

    El boliche ya está quedándose solo; los mozos van subiendo las sillas sobre las mesas cuadradas, no sin antes repasar con la rejilla húmeda, las manchas de café o de copas. Se han retirado ya las mujeres y esos sub-hombres de mala muerte, que suelen concurrir al bar; han cerrado la puerta de entrada y ya comienzan a barrer todo el salón.

-Te vi y no más pensar. No te lo vas a creer. Este chulo ha recibido un mogollón, igualito al mío.

-Tenés razón, pibe, y no me voy a cabrear. Siempre hay un roto para un descosido. Si se te ve en la jeta, nomás –Se alisa las crenchas, lo mira desafiante y vacía la ginebra de un solo trago -¡Eh, hombre! –llama su atención y señala con el dedo el vaso vacío, para que lo vuelva a llenar.

-De momento, que estoy pa’ chascos nomás, te voy a decir que soy un tontaina, y que se me suelta la lengua cada vez que tomo un par de copas. –el último ajenjo ha dejado en el vaso un jugo verde como la hiel.

-Metele nomás, purrete, que ya te juné de entrada. Desembuchá –prende otro faso con el pucho todavía humeante, que casi rebalsa del cenicero de vidrio cachado. Otro de chapa, el de la marca de Fernet se enfría también repleto.

-¡Fíjate que si ha llovido!... que mucha agua corrió debajo del puente, que ni hoy que es viernes me he ido de putas. Esta última bronca con la Lola me ha dejao así –y se señala las tristes pilchas, el funyi entre las manos, arrugado y maltrecho – que hasta me duele la tripa, te digo.

-Si no es la tripa, será el bobo. ¿Sabés por qué se llama bobo? Porque el corazón se pone como tonto cuando te enamorás. Creo que es una pena de amor, es ahí adonde se te hace un struncio. Seguro que es un berretín. Ya va a pasar, porque a las minas les gusta hacernos estrolar y después disfrutar de sólo vernos, como piltrafas, como zaparrastrosos. Así estoy yo, pero ahora no te voy a contar.

-Estoy fatal, hecho un gilipollas, te digo. Es que las tías son de la hostia. ¡Joder! –para darse ánimo pide otra copa – Y yo, que me la veía venir, ya estoy presto con el porrón de ginebra, atrás del mostrador.

-Vivíamos en un bulín hace como dos años. Bueno, pues, ya te digo, y estábamos de puta madre los dos, porque fíjate, hasta me había cogido cariño, y yo me había propuesto vivir con ella hasta los restos. Pero ahora, ¿qué tía va a enrollarse conmigo, así como me ves?

-Algo así me pasó con la Fany –un gordo lagrimón comienza a caer por la cara lampiña y cae en un periquete. Da un puñetazo brutal, hasta hacer tintinear el botillerío expuesto en la estantería. Y eso lo digo yo, que me dieron ganas de asestarle un mamporro, hasta dejarlo muermoso, pero no. Un cantinero tiene que atender bien a sus clientes, y tenerles la vela.

-Hay mucho chulo de vida estrecha, mucho bocazas, mucho cabrón suelto, y le fueron con el cuento. Que yo andaba con una guarra de ésas del estriptis y que después, entre polvo y polvo… y luego…-entonces se calla y no me puedo contener.

-Una verdadera putada –le digo.

-Dale, viejo, convidanos con una caña. No amarroqués más, que esto se está poniendo posta. ¿Vos sos mi gomía, no?

-Hay que tener cojones pa’ aguantar. Me preocupé por lavarle la cara a la pieza cochambrosa donde vivíamos. Me pirraba para vivir mejor. Que bocatas de gallinejas, una tortilla, unos pescaítos fritos… ¡qué gloria bendita!… Todo me costó un huevo y parte del otro, hasta que me fui quedando sin un puto duro y ahora… vamos por culo.

-Cuando empiezan las broncas, te empezás a mosquear –agrego un bocadillo, mientras les lleno las copas.

-Hasta que la sangre llegó al río –el compadrito enfila pal ñoba. Yo sé que no va a poder embocar y me va a chorrear todo de meos, y después hay que tirar criolina pa’ desinfectar.

-No, nunca llegó al río. Que dormir sola es igual que no tener nada, decía y yo la follaba despacito, y no le alcanzaba – El gitanillo tiembla y llora a moco tendido. Entonces les alcanzo dos fecas.

-¡Pues, quita de ahí! –grita – Ruina total. Yo sé que lo hizo aposta. Empezó a ponerse como bandera, y a salir. Na’… que no tiene palabra, ni seso, ni nada adentro, y decía que yo era un tacaño y un celoso…

-Ya sé cómo sigue la historia –el temblinque del malevo hace vibrar el aire. Aunque creo que éste es un cafiolo, porque de su dedo meñique, el que levanta para tomar el café, brilla un oropel. -A mí también me pasa algo parecido. Mal de muchos, consuelo de tontos…

-De tanto cariño que le tenía, empecé a cogerle manía. ¡Hay que tener cojones…! de puro coña que es, se le olvidaron las agujetas, se convirtió en un pedazo de bruja, una arpía. Qué más te puedo decir. Todo eso ya me lo sudaba… y se enrolló con un chavalejo forrado de pasta, de esos fotógrafos que andan en las corridas de toros.

-Fin de la historia – me apuro a decir –José, llevá a estos dos hasta la puerta y ponele tranca. El olor de aserrín y querosene va impregnando el salón. Veo por la ventana que los dos van del bracete, sosteniendo sus penas, por el medio de la calle mojada. Ahora se detienen y están agarrados al farol de luz mortecina.

Desde la ultratumba

Indiscretos fisgones, a partir de un sortilegio pierden la razón y la cordura. El misterio de lo desconocido es tentación para los audaces.

El silbido del viento rechifla en las chapas, golpetea las ventanas, hace crujir las maderas. El miedo no los amilana, aunque a ellos le castañeteen los dientes y les tiemblen las rodillas. El frío les socava las fuerzas.

-Busquemos allá, donde aparece esa mancha de humedad. Dame el martillo. –Son Alina y Roberto que van tras un sueño de aventuras que no pueden desechar.

-Yo lo soñé, y éste es el lugar. -El solterón, el ermitaño, era tacaño (valga la rima y la cacofonía). En todo el pueblo decían que guardaba una fortuna que nunca compartió. Cuando murió, el olor a cadáver podrido, delató el suceso. Revolvieron todo, y nada; se llevaron muebles, canillas, recuerdos… y nada.

Robertito y Alina no habían probado en el cementerio, en la fosa común, donde van a parar los indocumentados. Tenían que hallar la ocasión para salir de noche y con linternas.

Ya mayores ingresaron a la casa destruida. Hubo murmullos como pajaritos contándose un secreto. Si de día la casa se veía tenebrosa, al ponerse el sol, parecía una película de horror clase B. Los techos bajos de madera crujían. ¿Será el viento que ulula afuera o el espíritu del viejo, poseído, habla una lengua extraña?

--Qué, ¿te agarró el cagazo?

--No, imposible, si ya conocés mi audacia desde niña.

--Sí, pero ¡todavía hoy vas a la curandera para que te tire el cuerito o te cure el mal de ojo, recitando padres nuestros, mientras mide con un centímetro de costura!

Bajo la mesada, una gran mancha de humedad y unos ladrillos flojos, les indicaron que ahí tenían que romper, y allá, donde alguna vez una vela titilaba, todavía puede verse el chorrete de cera.

-Dale, no jodas,  yo saco unas baldosas por acá, y vos, metele con la masa.

Pese al miedo y el frío, ella sonríe recordando aquellos momentos de la pre-adolescencia.  -Vamos a la casa abandonada. -Está en las lindes del pueblo. Alina lleva de la mano a Robertito. -¿Me mostrás tu pilín? -¿Te bajás la bombachita? Primero nos observamos con atención. Estábamos descubriéndonos.

--Conozco esa mirada pícara. Pero ahora, a lo que vinimos…

De un parante podrido asoma un gusano gordo que parece burlarse de su inocencia. -Pero yo leí que la aparición de gusanos en una casa indica que son guardianes de tesoros terrenales. -Alina está entusiasmadísima.

-Yo lo soñé. – Robertito trata de hilar la secuencia de ese sueño, pero las imágenes se esfuman. Él ya es Roberto, con el que Alina soñó siempre. Ambos, como antenas telepáticas, recuerdan lo mismo en esa primera incursión al misterio de la vida.

Un silencio sofocante se apoderó del ambiente cuando apareció una lápida desdibujada por el tiempo y el óxido. Alcanzaron a ver un mensaje de ultratumba:

“Los monstruos de la noche los guiarán”.

La luna de abril iluminaba la fosa, cuando una mano huesuda atrapó a Roberto y lo sumergió en las profundidades de la tierra removida.

-Mamá, ¿cómo murió papá? – Alina no supo responder al misterio.

Historias con pájaros

 Antes, en la madrugada, un zorzal cantaba en mi ventana y me anunciaba un nuevo día para comenzar con alegría la jornada. ¡Siempre hay tantas cosas para hacer! Algunas son difíciles de resolver, y otras, se deslizan suaves, como en un tobogán.

Ya no me despiertan más desde el viejo roble, porque hay otros árboles más allá. Un notro florido que rojea, una lluvia de oro que amarillea más aún cuando ilumina el sol, un nogal y un maitén verdean con toda su majestuosidad.

Un sueño profundo que duró un segundo me inquietó esta mañana. Sonó el timbre, que no hay en casa. Núñez, se oyó, a la pregunta ¿quién es? Abrí sin anteojos, pero no distinguí a los dos tipos. Corrí a buscar los lentes. Dijeron ser Núñez y Vargas, que venían a cortar el pasto en la vereda, pero esos no tenían pinta de ser jardineros. Fuimos después a conversar al bungalow desocupado; ellos ofrecieron mates y facturas. Quise abrir la ventana del dormitorio, y la hoja vidriada cayó hacia afuera, sin romperse. -Ud. no tiene que trabajar tanto, señora. -- Habían dicho, porque me veían podar el cerco de retamas con la tijera desafilada. Irrumpió inesperadamente mi madre, que murió hace años, y siguiéndola, mi padre, que también murió poco tiempo después. Sin intervenir, se sentaron a escuchar la charla, en actitud pasiva, al contrario de la habilidad proactiva de mi padre y el acompañamiento sumiso de mi madre. Se oyó ruido de máquinas trabajando al lado, aunque más bien fue un golpe seco, que me despertó.

¿Por qué los padres aparecieron en ese ambiente actual, con los roles cambiados? Indago acerca de la interpretación de los sueños y veo tres opciones que me atormentan. Se avecinan tiempos problemáticos y negativos. Advertencia o consejo: dejar de hacer lo que está mal. Mensaje de tiempos calmos y plena felicidad. ¿Con cuál de ellas me quedo?

En esas elucubraciones andaba, cuando un golpe en la ventana me alertó. Era un zorzal que chocó y cayó muerto en el jardín. Ayer había lavado los vidrios y eso está bien. Era necesario, después de tanto viento y lluvia. ¿Qué cosas estaré haciendo mal? El gato del vecino Jorge, siempre alerta, terminó con el pobre cuerpecito, dejando un desparramo de plumas sobre el césped. Estoy con el corazón en la boca. Grandes dudas e incertidumbre ensombrecen mi día. ¿Habrá que dejar de hacerle caso a la intuición y ser más racional? ¡Ay, qué cabecita de chorlito! ¿Qué futuro me estará esperando?

Ahora, un colibrí revolotea entre las flores de michay. La paz vuelve al cuerpo, porque esa imagen anuncia que mis muertos están bien y me auguran tiempos mejores.

Conversaciones en el café

 --En el último encuentro habíamos analizado “Encrucijadas” de Jonathan Franzen y ahora nos toca reflexionar y si es posible, leer nuestras producciones.

--No me decidí todavía, luego de leer a otros autores.

--Hice un racconto de situaciones propias y experiencias ajenas.

--Tuve que tomar la decisión más correcta ante la duda. Estaba terminando la secundaria. ¿Qué iba a estudiar? Mi certeza: ser maestra. ¿Letras o Biología? La vida natural, las plantas, los animales, la tierra, todo eso me interesaba, pero resulta que al ver las materias… ahí estaban Física, Química, Matemática. Eran materias que siempre rendía en diciembre o en marzo; en algunas me copiaba con descaro. Sería una fracaso estrepitoso. No servís para eso, me dijo Mabel, mejor estudiemos Letras, que nos va bien en Lengua, Literatura y en Idiomas. Así, me decidí.

--Eso mismo hice yo, aunque siempre basándome en las intuiciones. Está el temor a equivocarnos. Si todo lo racionalizamos, corremos muchos riesgos. Creo que hay que sopesar entre realidad y fantasías.

--¿Vos decís? Yo me paro patas para arriba y así sueño, mientras veo la vida desde otra óptica…

--Lo emocional es interesante, pero ¡bajemos a la realidad! Hay que identificar lo positivo y lo negativo. En el medio, siempre hay algo que perder.

--Entonces hacemos contorsiones hacia un lado y hacia el otro. Tenemos miedo y encontramos medias verdades o mentiras a medias y sospechamos, mientras, como las vacas, miramos y dejamos pasar el tren.

--Cito como disparador lo que me regaló una amiga en mi último cumpleaños:

Degustar el día en mínimos pasos.

Deshojar el calendario sin agendas.

Ignorar el miedo que provoca el juego.

Vibrar como antes con el asombro.

Mantener bien firme la caminata.

Izar tus sueños como banderas.

El mozo se acerca con la comanda. Tres cafés y dos lágrimas.

--Dos medialunas dulces, para mí, porfi.

Las chicas son del grupo 5E, porque sus nombres comienzan con E.

Epístolas desleídas

 ¿Acaso las epístolas son para no leer?

¡Orale, mi compa!

Voy a escribirte un corrido… No sé si saldrá. Pasa que estoy viendo la serie “La reina del sur” (sobre la obra que leí de Pérez Reverte) y se me pegan las expresiones de los cuates de Sinaloa.

Y aquí estoy, barilocheando, ¡Ay, Diosito!, qué frío. Miro por la ventana la lluvia, o la nieve, a ratos, y entonces viajo leyendo o viendo por la pantalla los colores de tu México lindo, o el calor de Andalucía y de las playas de Algeciras o Melilla. Y veo el Peñón de Gibraltar y sueño, como la Molly Bloom de Joyce, frente al mar. ¿Viste qué escuelada stoi? Pero, qué va, me despeñé y caí de la cama, somnolienta. Flor de chichón tengo, pero qué se le va a hacer.

Mejor escribo lunfardeando o dantemedinisqueando. Te chamuyo un poco. Dizque estás desbordado… Tranqui, chavón, relas que tal vez te haga sombra un lindo árbol a tu izquierda (¿o a tu derecha?) y venga la inspiración.

Estoy preparando una charla-debate para octubre, sobre la lectura y los nuevos contextos… y releí tu ponencia “Basta ya de decir, hay que leer”.

Tenemos que inventar algo por estos lares. Hay muchos árboles inspiradores. Te ponés a la izquierda, o a la derecha y listo. Y venís a mi Patagonia otra vez.

Abrazozote, que tengo que poner hielo al chichón, ¡ja!

Retrato de una guerrera

 

 

Sí, efectivamente, Olivia escribe poemas. También pinta. “El arte sana” le decía una amiga. Este tiempo de cuarentena es el más propicio para crear. Mientras diseña, los pinceles vuelan en alas de libertad. ¡Tantas veces estuvo haciendo pie para salir del limo de las arenas movedizas!

Desde el fatal accidente que se llevó a la madre, dice que lleva impresas esas ojeras oscuras. Es su seña particular que resalta unos ojos amarronados inquietos, que nunca abandonaron el estupor y la zozobra.

Si antes pintaba aguas turbulentas, donde un barco pirata navegaba con un clan intrépido, si antes fue la capitana de esa armada invencible, hoy pinta aguas claras que están en calma. Es la calma del guerrero que ha concluido mil batallas.

Deja los pinceles y escudriña unas patas de gallo impertinentes y unas canas pertinaces. No importa, se dice, son las marcas de la experiencia. De nariz aguileña, de pómulos desafiantes y mandíbula altiva, su boca se distingue con agresiva provocación.

Ella sabe que en sus luchas ha perdido mucho, pero son muchas más las ganancias en el balance actual. Ve a esa gran familia que constituyó solita, siendo madre y padre a la vez. Ha ganado, sí. “El amor se ha colado hasta mis huesos, sin pedirme permiso”, dice. También ha ganado unos kilos de más, que engrosan su cintura, pero ¡qué importa!, porque sigue cimbreándole a la vida.

Secreto de confesión

 La testigo, Ana Inés Corte, DNI XXXX, frente al tribunal de justicia, se presenta. El oficial pertinente lee a la imputada el delito por lo que se la acusa: Homicidio culposo, agravado con alevosía.

Preguntada para que diga su nombre y domicilio y si le corresponden las generales de la ley, responde.

--Sí.

--¿Entiende Ud. Que deberá decir la verdad y solamente la verdad, so pena de prisión por falso testimonio?

--Sí.

--¿En qué circunstancia conoció al occiso, Arturo Raúl Mendizábal?

--Lo conocí en un bar de la Avenida San Martín de esta ciudad, donde vamos las chicas solas. –De frente y con decisión, contesta.

--¿Es asidua concurrente a ese sitio?

--Sí. –Nuevamente con firmeza dice.

--¿Lo había visto antes en otra ocasión?

--No, por ese motivo me llamó la atención su estilo extravagante y descontracturado en el vestir, su sonrisa seductora y su mirada cariñosa. Parecía un turista. –Brinda más detalles.

--¿Qué sucedió después? ¿Bebieron?

--Sí, bebimos varios tragos, de los recomendados por el bartender.

--¿Consumieron otras sustancias?

--No. –Con mirada fija afirma.

--Interrumpo, Sr. Juez, porque entiendo que la última pregunta no es atinente en este momento, por condicionar una respuesta. –El fiscal solicita la interrupción.

--Concedido. Pueden acercarse ambos, defensor y querellante, para continuar luego con el interrogatorio.

--Damos un intermedio de 15’.

--Retomamos, ¿qué sucedió después?

--Tomamos un taxi y fuimos a mi departamento, cito en calle Taiken 286 del Barrio Las Margaritas. –El público advierte enseguida su nerviosismo.

--Continúe. – La acusada, con evidentes signos de perturbación, llora y grita. Se oye como un aullido de dolor.

--Al momento de ingresar mostró su calidad de macho bravío, diferente al perfil que había visto en el bar. Me arrastró de las mechas hasta mi dormitorio. Me ató al respaldar de la cama, utilizando unos implementos que no había visto que traía, y sin mediar palabras, intentó violarme. ¡Puta!, me gritó cuando se dio cuenta que no podía llevar a cabo su cometido, violación con sadomasoquismo. –Tras un largo suspiro confesó. –No sé cómo hice para desatarme y le di una fuerte patada en los testículos. Aproveché que convulsionaba y vomitaba sobre el almohadón. ¡Qué asco! Me saqué la cinta que me amordazaba y le dije: --¿No entendés que yo quería un príncipe azul? Ahora vas a ponerte azul y lo apreté tanto tanto, que finalmente se puso azul, como yo quería,  mientras pataleaba. Se desplomó sobre la alfombra, inmóvil, donde lo encontró la Policía científica.

--He dicho mi verdad. –Completó ya totalmente aliviada.

Confidencias

 

 

--¿Cómo te va con el príncipe azul?

--Cortamos hace un tiempito. ¿Y vos?

--Todavía sigo buscándolo, desde que murió mi compañero.

--¿Y no lo conseguís?

--No, los que pasaron, así como vinieron, se esfumaron. ¿Qué le vamos a hacer?

--Contame.

--Encontré uno que no era lindo, tenía una espalda jibosa, cara de sapo y sin un mango. Hice de tripas corazón, besé su boca de batracio para salir de tanta soledad. Pero no resultó.

--Pasa que nosotras idealizamos al amor y queremos transformarlos a nuestra medida, pero no se puede… lo intenté, te lo juro. Por ejemplo, yo pensaba que había conseguido mi media naranja, por ser cariñoso, amable y protector. ¿O habré estado buscando un padre? Tenía 14 años más que yo. En fin, andaba muy Chacabuco ¡y yo no soy samaritana!

--¡Ay, no! Tenés que pensar que nosotras somos una naranja entera, original, que aún somos dulces y jugosas, aunque un poco ácidas. ¿Vos qué pensás?

--Claro, a nuestra edad todavía podemos seducir, aunque lo que ocurre es que los hombres quieren sofocarnos hasta la sumisión; me parece que a ellos no les convence porque pierden su rol de macho, salvo que quieran arrimarse para que los banquemos con todo, porque no quieren trabajar para ganarse el mango…

--Entonces, la metáfora del príncipe azul no va más. ¡Estamos en el siglo XXI! ¿No te parece?

--Los cuentos de hadas eran para que las abuelitas nos lean historias para descansar cuando estábamos con fiebre y chuchos, o como me pasó a mí, con los flemones que siempre me torturaron… que la bella princesa es despertada por un príncipe con un beso, que las madrastras son malas, que el destino, que los zapatitos de cristal… ¡y la mar en coche!

--Cuestión, que ya no hay hombres de traje principesco, fajín dorado y bigote lustroso. Mirá esos que pasan por allá. Cuerpos llenos de anabólicos, camisas abiertas, lampiños, usan chupines ajustados y van con mocasines sin medias, juntitos y risueños. Y ni nos miran.

--Yo quería un príncipe azul, así que seguí unos consejitos: “Para conseguirlo, tenés que agarrarlo del cogote, y enseguidita verás que se pone azul”. Eso hice con el último que conocí. Quedó tirado en su Dpto. y ahora ando escabulléndome, escapando al bulto.

Ayudame, porfi.

Transmutarse

 

En su juventud él creyó a ciegas, como se dice, “a pie juntillas” en tres pilares para una vida saludable,ylo intentó, de verdad. Bregar por la salud física, porque así la mente y las emociones pueden mantenerse en forma al espíritu, más lo social, como manera de interactuar con los pares.

La juventud ya quedó atrás, como un animal más, necesita un cambio antes de que sea demasiado tarde. Transformar su apariencia y su carácter. ¿Será muy presuntuoso querer reformularse en los tiempos que corren?

Desde un rincón oscuro observa la silueta de los danzantes afiebrados al son de la música estridente, cruzada de luces de colores brillantes que bailan entre esos hologramas.  Antes, en el salón de música tecno, también él había saltado enloquecido, pero se aturdió tanto que se vio obligado a emborracharse para poder olvidar esos desencuentros, esos tantos fracasos amorosos, el desdén del padre, la manipulación de la madre, el dolor ante la indiferencia de sus compañeros.

Él buscaba respuestas a sus preguntas como un delirante que se enfrenta al mundo que lo oprime y borra toda diferencia entre su propia originalidad y la masificación que se impone en estos tiempos. Sí, delirante, digo, como buscando entre el lado luminoso de la vida y esa fuerza externa que lo ata, algo o alguien que estuviera controlándolo. Sabe que un dispositivo, o varios tan extraños, lo están manipulando.

No dejó palabras sin pronunciar, tampoco de pedir perdón a quienes pudo haber afectado.

–Perdón, madre, por no haber reconocido tus consejos y tu abnegación para velar mis noches de llanto y fiebre.

--Papá, no supe distinguir entre tus exigencias de ser óptimo en todo y tu desilusión al comprobar mi mediocridad.

--No dije “te quiero” al no animarme, Alicia, por temor a sufrir tu rechazo.

--¡Ahí va el traga! –Se burlaban en la escuela, hasta que me planté firme y a puñetazos, exigiendo el respeto que me merecía.

Esa noche, como una revelación, a fuerza de alcohol, pastillas y sniff-sniff de la dama blanca, pudo descubrir que este presente que le quema, estaba necesitando un viaje liberador. ¿Un viaje? ¿Cómo estará mañana, luego de pasar la resaca y un sueño desproporcionado e inquietante? Una amenaza pende sobre la tierra. ¿Los Transformers vencerán?

Alguien había dicho que el presente es hoy, que vale la pena agradecer la vida cada mañana, y arriesgarse ante los desafíos, no sucumbir ante las decepciones. ¿”Quién te quita lo bailado”? Dice el refrán. No arrepentirse por haber hecho el intento, ni quedarse sin vivir los riesgos. Eso es valerse de la libertad. Ni sumisión, ni “a rajatabla” de las convenciones sociales.

Ya había leído libros de autoayuda, y los horóscopos. Había seguido el mensaje de los ángeles y las advertencias que refieren al Apocalipsis. “Soy tu ángel custodio que te ayudará a comunicarte con los allegados y te augurará consolidación de los vínculos”. Hasta el tarot consultó, siempre con la esperanza de lograr cambios que le hagan más agradable la vida.

¿Valió todo eso? Siguen las dudas, sin embargo. Dejó de aventurarse por miedo al fracaso.

Aunque, no se quedó inerte esperando el mañana, “porque la vida es hoy y se vive una sola vez”, se repetía.

Desempaña el espejo, borra el vapor después del baño para verse. Lo asusta esa cara estragada. Tengo que retomar las actividades físicas, como antes, especialmente nadar, porque debajo del agua puedo abstraerme del mundo que me irrita. Un pinchazo en las dorsales le recuerda que olvidó tomar la medicación, así que se reclina en la cama fría y desolada, junto a la carta que ella le había dejado cuando decidió abandonarlo. Duerme ahora un sueño atormentado e inquietante.

Unos mutantes, como superhombres, quieren derribarlo del plátano de descascarada corteza. Quita esas láminas de oro mohoso, así como rasca las cascaritas de sus rodillas magulladas.

--¿Nene, por qué no estás en la escuela?

--Porque mi mamá está triste. Mi papá se murió en un accidente en la Panamericana.—Escucha, entre tanto, la charla de las vecinas chismosas: Eran dos cuerpos aplastados, el de él y el de su amante.

--No querés aprender a hacer asado. ¡Claro, si sos un blando! Hacer asados es de hombres.

--¿Por qué no imitás a tu hermana, que gana todas las competencias de natación, que se saca 10 en Literatura? –Sigue torturándolo el padre. – Y vos, apenas aprobás, y además, siempre en el banco de suplentes, de ahí no pasás. Dale, andá a llorarle a tu mamá.

Bajo el pabellón de hojas grandes se transparenta el sol; de su espalda brotan dos alas, las del arcángel Gabriel, el que ahuyenta la falsedad. Quiere volar. Sus dedos se convierten en garras de ave de rapiña y su boca es ya un pico voraz; las piernas van cubriéndose de escamas de pez espada, hasta que sus pies descalzos van mutando en membranas de piel entre los dedos sucios. Quiere nadar. Se aferra a las ramas para mantenerse en equilibro, hasta que finalmente se descuelga y va hacia el rumor de las piedrecitas que el mar acaricia. Cae su celular y un libro con los mejores relatos de la literatura universal. Es ya un anfibio.

PREGUNTITAS

 

 

Los niños hacen preguntas inoportunas, a veces, y difíciles de explicar.

En una oficina pública de atención al desocupado, se leía “Presentar currículo”. El niño, que está aprendiendo a leer, deletreando, lee todo lo que ve, aún las palabras largas.

-¿Qué es el currículo, abuelo?

Él, no tan anciano, y un tanto petiso,  se esforzaba en la explicación, aunque estaba perturbado mirando a una joven muy alta, que se hallaba justo delante de él. A la altura de sus ojos, el gran trasero le tapaba la vista de frente y todo el horizonte.  ¡Qué complicación!

 

-¡Dale, dale! Que viene otra ola!

-¡Qué bueno! Me arden los ojos y¡ no  tengo las antiparras!

-No, lo que pasa es que le ponen mucha sal al mar… yo creo que a la noche lo hacen.

-¿Cómo nació el mar?

-¿Al lago no le tiran sal?

-¡Uy!, mirá ese sapo que trajo la ola.

-Está muerto y se hinchó todo.

-Me parece que el sapo que vivía en la selva, saltó mucho y se cayó al mar.

-Se suicidó, y ahora, cuando sube la marea, el mar lo dejó en la playa, panza arriba.

-Dejá tranquilo al sapo, mejor persigamos cangrejos… ¡Uy!, se metió en el agujerito…

 

-¡Que llueva, que llueva

la vieja está en la cueva,

los pajaritos cantan,

y las nubes se levantan!

Los niños cantan frente al ventanal. Un fuerte chubasco ya pasó y la mañana se despeja.

La noche anterior correspondía ceremonial en San Salvador de Bahía. En las plazas, en la costa, en el borde de la autopista, quedaron restos de las ofrendas: platos amarillos de cerámica, una vela quebrada, una rosa envuelta en papel verde, una gallina con las patas atadas  que trajo la ola grande, el ala cortada de otro gallináceo, la tapa de un recipiente, todo es devuelto al mar otra vez.

-¿Qué significan esos colores?

-Amarillo, prosperidad. Verde, salud. Rojo, amor y pasión.

-¿Por qué no podemos agarrar la vela y el plato? ¿Qué es una ofrenda? ¿Por qué tenemos que respetar?

-Otro día les explico qué es el candomblé.

 

-Abuelo, ¿por qué las personas de acá tienen la piel marrón?

-¿Se les cae la piel como a las serpientes que viven en el zoológico?

-Me parece que se me está saliendo la piel…

Finalmente cantan: Aserejé, caipirinha, capoeira, dendé, candomblé, birimbau, Pelourinho, taratuga, picoca y qué?

Enigmática poesía

 

Como la chispa atrevida de la urgencia,

es explosión de la energía que estalla en luz.

Como la piedra fundante de la casa,

es la verde y sólida redondez de la naturaleza.

Como la brisa fresca del razonamiento,

es balanceo de los pensamientos.

Como la serenidad azul de nuestras emociones,

sopla la inspiración o el huracán

que es memoria del mar,

el sollozo de la angustia,

el fluir de la alegría.

Vivir un plan cósmico

en la retórica de lo cotidiano

y hamacarse sin sucumbir.

Ésa es la apuesta.

Libélulas

 Una libélula que irradia su luz tornasol, aún en la quietud de la noche, con su vanidad a cuestas, coquetea en mi balcón.  Compite con una libélula negra de fotogramas olvidados. Hay una naturaleza que se extingue. El aparato la está aplastando con plantígrado desdén, pretende manipularla con aviesas intenciones y seduce con flúor aleteo de fantasías.

Pauso y desvío la vista hacia la ventana. Ahora la libélula presuntuosa va ganando la batalla ocupando todo el espacio. Apago el televisor y ella me saluda con un cándido tremor de alas libres.

Laberintos con zapatos y tacones

 

La curiosidad me impulsó a internarme en la gran carpa instalada en el centro de la ciudad; el globo rojo quedó amarrado a un costado de las últimas filas. Los asistentes ni lo vieron o sólo pensaron que se le había escapado de las manos a una niña desprevenida. Entonces, me dispuse a observar y oír, hasta los detalles más privados.

El público es heterogéneo. Hay preponderancia de especímenes raros: estudiantes prestas a tomar nota con errores de ortografía en sus libretas; veleidosos intelectuales llenos de citas en la cabeza; bohemios vanidosos de utopías dialécticas y anteojos; jubiladas que hacen cursillos de interpretación de textos literarios; académicos de diatribas, exégesis, hipérbaton y elipsis. Junto a ellos, individuos normales. Por ser amplia la audiencia, se habilita otra sala accesoria. Mientras finalizan los detalles de instalación de la pantalla gigante, el sonido y las luces, los asistentes se acomodan.

A ella le queda un lugar entre los últimos asientos, en la zona más oscura. A su lado se instala un muchacho rubio, esmirriado, un poco cojo. Se da cuenta por el bamboleo al caminar cuando buscaba un lugar, y más tarde, lo corrobora al ver que el zapato derecho, abotinado y negro, tiene una suela que triplica a la del pie izquierdo. Su aspecto es llamativo, especialmente por unos ojazos verdes soñadores, de cejas finas y de tez blanca salpicada de pecas; todo enmarcado con una barba prolijamente recortada, que termina en una punta de pelos colorados y sedosos. Se establece entre ellos una corriente de simpatía que los acerca más allá de lo común para circunstancias como ésas. A su derecha están ubicados una pareja de conocidos que la saludan con inclinación de cabezas, aunque ella poco puede advertir. La charla versa, quizás, sobre teoría literaria de algún autor contemporáneo. Su disposición está plenamente enfocada en esos ojos que la cautivan y su voz suave que, cada vez más cerca, la va arrullando en su oreja izquierda. No sabe cómo llegaron a esa íntima comunicación. En esos momentos él está recitando los versos de un poeta desconocido, que a ella, casualmente, la habían conmovido cuando lo descubrió. Una primera aproximación que los identifica. Habla de amor, de la delicada esencia femenina, de sus emociones, de sus contradicciones, de sus sensaciones… Sí, de sus sensaciones, que en estos momentos comienzan a sofocarla, a la vez que descubre sus manos húmedas, y unas gotas transpiran su frente acalorada.

No puede concentrarse en escuchar lo que anuncia el animador en el intervalo. Entre el público que conversa con animación, alcanza a escuchar una voz que le parece conocida. Es la de una publicidad. ¡”Pero, si estás más linda que nunca!” Entonces, aprovecha la ocasión para despejar suavemente la mano que el joven había puesto, como distraído sobre su rodilla. Los pliegues de la amplia falda marrón, disimulan la mano que va y viene, en círculos concéntricos, se detiene, y recomienza hacia el otro lado, sobre el hueso puntiagudo de la pierna cruzada, coqueta y de tacones altos, que se ofrece… Quiere y no quiere…  Así, se incorpora súbitamente y empuja entre el remolino de señoras, para alcanzar un pote de crema de promoción. Aunque le hubiera gustado obtener una humectante anti-edad, sólo consigue una protectora solar; esa crema también contiene ingredientes para blanquear las manchas oscuras que suelen afear la piel de las mujeres maduras, que han estado expuestas al sol durante una vida. Cuando está agradeciendo al promotor, siente en su cintura una presión que, sin palabras, le está diciendo que aún es una mujer apetecible.  El inicio de la próxima alocución se está demorando un poco.

-Miré la hora y calculé que quedaban unos escasos treinta minutos para ir al encuentro de mi hombre – Su voz y sus gestos parecían decir “de años repetidos, de días grises de cotidianeidad y confianza”.

-Has dicho “miré” y no “miró” –la hace reflexionar la terapeuta -¿Entonces, la protagonista de este sueño sos vos?

Desde el diván ella no contesta y cae en la cuenta que lo que más le interesa es terminar de contar, sin considerar los pronombres personales, ni la persona verbal, aunque sí pensó en Tony, que estaría esperándola en el sitio acordado.

-¿Por qué había yo olvidado por esos momentos las cejas pobladas de Tony, su cabeza adornada con rulos abundantes, su cuerpo vigoroso, enfundado en el overol azul, salpicado de manchas de grasa, pinza en mano, en cuclillas y ajustando tuercas en su moto de competición? ¿Por qué no tenía memoria de esas manos toscas que la acariciaban desde siempre, como siempre, de un modo tan predecible? Tanto, que le hacía adivinar lo que vendría a continuación, y ella sabía que el beso que seguía era en su espalda…y nunca en su cabeza, o en los párpados, o en su nuca, y nunca la succión de un lóbulo huérfano de caricias para poder ver los fuegos artificiales? ¿Por qué ese cielo siempre igual, esa luna plateada, quieta y redonda, cabrilleando sobre las olas, sin los matices del menguante, o del cuarto creciente?

La charla está tornándose un poco tediosa  y se advierte que los expositores compiten para demostrar sus cualidades para la crítica literaria.

-Abundan en su obra los pasajes, irónicos, o serios, en que reconoce las fuentes, verdaderas o apócrifas… -dice uno.

-Hay metáforas de De Quincey para traducir la estructura del cosmos y su clave divina… –agrega otro.

-Una nueva retórica, una fresca sensibilidad… -la exponente hace una pausa y bebe del vaso que tiene enfrente.

El cosmos, los discursos, las fuentes apócrifas, se enredan en una verborragia imposible de seguir.

-Entonces, acepto la invitación.

-¿Acepto? –la psicóloga anota en su libreta, sin disimulos.

-Sí, y nos vamos por un pasadizo con espejos enfrentados, por laberintos intrincados de cosmogonías infinitas, en un tiempo cíclico, cuando en una bifurcación agnóstica, aparecen bajo la recova, dos siluetas de capucha oscura, cadenas, tachas y botas negras, que nos atacan arremetiendo con cuchillo y nos despojan de ropa, cartera, zapatos y accesorios. Nos dejan desnudos en el arrabal del segundo crepúsculo y de la noche que se ahonda en el sueño.

Fragmentos del relato de este sueño están publicados en la tercera ponencia  sobre “Ambivalencias en la psicología femenina. Dicotomías entre lo permanente y lo efímero” del XV Congreso Internacional de Psicología, llevado a cabo en el nuevo centro de Convenciones. Cabe acotar que hubo problemas con la acústica en la sala mayor. Se anuncia la publicación de las monografías en la revista actualizada que estará disponible en el Colegio de Psicólogos, sito en calle Urquiza.

También yo me voy siguiendo a los protagonistas y pensando cómo los espejos repiten indefinidamente los rostros desencantados de tantas mujeres, que sienten la abulia de los ciclos que se reiteran desde tiempos inmemoriales. ¡Los he visto tantas veces!