martes, 13 de abril de 2021

Esto no es ficción

 

Esto no es ficción

He arribado al sur, justo en una fecha clave de nuestra historia argentina. Porque, sabrán ustedes (como muchos) que transitamos acabalgados en dos siglos. ¡Y fuimos haciendo historia!

24/3/1976

La estación de tren se veía verde, todo verde militar, y las armas esgrimidas no me dejaban ver al hombre que me esperaba entre los escasos civiles que nos daban la bienvenida.

-¡Abra su maleta! –y yo, que había salvado de la quemazón ese libro, para leerlo durante el viaje, me lo quitaron.

-“Para leer al Pato Donald”

- Y ése, quién es, el que escribe?

-Un escritor chileno- dije muy amedrentada y pensaba que todavía tenían frescas las imágenes de La Casa de la Moneda en Santiago.

Cerré la valija y aprisioné debajo del poncho mis documentos y mi título flamante, con el que pensaba desenvolverme en ese pueblo petrolero.

Allí estaba él, que me abrazó como para retener junto a su pecho ese amor largamente esperado. Cinco años habían pasado desde que nos conocimos en mi viaje de egresados. Yo, una jovencita con la cabeza llena de sueños, y él, un hombre mayor que me enamoró. Un flechazo que no logró apagar el incendio de mis emociones, ni la distancia pudo hacer su parte.

Cartas breves y larguísimas, poemas, mensajes, encomiendas, primero y más tarde, encuentros más asiduos cuando él retornó a la gran ciudad. Las distancias se acortaron y mantuvieron viva la chispa de aquel primer encuentro.

En el ámbito universitario habían comenzado con vigor las persecuciones a los estudiantes, para no terminar más.

-Agarraron a Elda, en la isla. –Era nuestra compañera de estudios. Marina estaba avisándome.

-¿Y tienen nuestros teléfonos? –al instante se escuchó “¡Cállense hdp!”.

Una corriente eléctrica sacudió mis vértebras y un sudor frío empapaba mi frente. Temblando, cortamos y en la terraza de la pensión hubo una gran fogata que terminó con todos los libros y revistas prohibidos, más los panfletos que ayudaban a aplanar el colchón en la cama hundida. Todo lo apagó el fuego. Al cielo iban todas las ideas camufladas en un hongo de humo que ascendía, ascendía.

Hoy, a cuarenta y cinco años de aquella fecha, no me arrepiento de nada. Vivo en la ciudad donde encontré el amor. Hoy veo a mis hijas a las que todavía les duele la muerte del papá, y a mis nietos, que no conocieron al abuelo.

Dos historias que hicieron historia. Amor y huída.

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