Su narcisimo era tal, que no se miró más en el espejo, así
que, patas para arriba, en vertical vio el mundo al revés. Los espectadores
aplaudían. Una falla de coordinación. Un ruido de huesos y lágrimas de dolor,
lo derrumbaron. El público calló de estupor. Un charquito de lágrimas ya se
estaba tiñendo de rojo.
Cuando se aburrió de mirarse el ombligo, hizo una torsión en
puente, para ver la realidad desde otra perspectiva. Caminó hacia un lado y
otro de la grieta, hasta que se cansó y cayó al abismo. No lo vimos más.
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