jueves, 27 de junio de 2013

Leticia

Aunque estaba tan sorprendida y zangoloteada por el calor y los insectos, pude reconocer el cruce de corrientes donde saltan los delfines rosados. La embarcación se detuvo, y con ella, el ruido de los motores. Antes no podía descifrar las palabras que salían de la boca de mis amigos. Ahora, después que un pajarraco renegado vino en picada y me picoteó la cabeza rubia, hasta hacerme salir la rabia contenida, recién ahora puedo presentarles a mis acompañantes. Vicente Patiño, Joaquín Piedras, Pedrito Benalcázar, todos ellos de Cali, y Kapax, el Tarzán colombiano, de la población más cercana.
Los desfines jugaban a ambos lados y yo sé que se reían de mí, porque en ese momento quise transformar mi furia y mi histeria en romanticismo, cuando recordé la noche en que conocí a los muchachos. El ritmo de la bachata dominicana hizo que los pies me hormiguearan, y mi cabecita romántica era un mero pote de miel y miles de abejas venían a libar de mi dulzura, igual que cuando apareció tan de repente el ingeniero peruano, que me enamoró. Él le fue infiel a su esposa y me hizo sentir que miles de mariposas multicolores aletearan en mi estómago.
-Nunca vi unos ojos tan claros, como cristales de esmeralda -me dijo y yo vi sus ojos marrón café, miré su cuerpo fuerte y me dejé abrasar en sus brazos protectores.
Ahora me acuerdo de la novela que vi una vez por televisión, "Mujer con aroma de café" o viceversa. Se me borran las imágenes de antaño. "Café con aroma de mujer". Sí, que sucedía en el eje cafetero, creo. Si mal no recuerdo, nuestro encuentro y el enamoramiento fue en la isla "Fantasíame, mi amor".
Desde la costa, un guacamayo nos observaba en lo alto de un tangarana de flores rosadas, cubierto de hormigas que formaban ríos negros, hacia arriba y hacia abajo. Embicamos en un muelle y divisamos la maloca de la comunidad ticuna. En el centro, mujeres aún jóvenes pegaban alaridos lastimeros y saltaban sobre el piso de tierra apisonada. Supe después que eran las abuelas que danzaban con adornos de plumas. Trajeron un herido en una camilla improvisada, que se había cortado con un machete en la zona de cultivos. Los niños lloraban y hombrecitos color del café seco corrieron a refugiarse bajo el techo de palmas, cuando una lluvia intensísima estuvo lavando la cara de la selva y gruesos goterones se colaron por el techo. Uno de ellos, el más ágil trepó por un palo y acomodó la techumbre. No más goteras. El bailoteo continuó en un ritmo más alegre, para agradecer la lluvia y para pedir por la salvación del accidentado.
Cada vez estoy mejor, y más despejada mi mente. Aparecen las imágenes de nuestro recorrido la noche anterior, río arriba, cuando comenzaba a oscurecer por el Canal de Gamboa. Habíamos ido a escuchar los sonidos de la selva, el croar de las ranas, el chillido de las aves nocturnas, y a ver los ojos amarillos de los caimanes. El motorista y el guía son expertos conocedores del lugar y del ambiente acuático. Para mostrarnos su saber y el orgullo por su lugar, iluminaron con reflectores las aguas que se internan en la selva. Un osito perezoso colgando de una rama, una serpiente de tonos rojos, confundiéndose con las lianas, una tarántula que se hacía la distraída, y hasta un caimán pichón atraparon para mostrarnos sus dientes que están creciendo y para que palpemos su piel áspera. Silenciosas y negras canoas cargadas con bultos pasaban a nuestro lado, río arriba, río abajo. Contraband hacia y desde Tabatinga, en Brasil, me contaron. Friña, porotos, arroz y moneda extranjerea. Ahí fue, cuando anoche accedí a comer una fruta dulce y sabrosa.
-Junto con el fruto ha mordido una porción de hongo alucinógeno -me explicó Kapax.
-Le cuento, Leticia. Me cansé de abogar por la integración de los países limítrofes con Colombia. Todavía están en esos cabildeos. ¡Una vaina! -Una rosa china de flores rojas me sonrió y él continuó contando su cruzada - Nadé por el Amazonas durante un mes y siete días. Llegué hasta Puerto Nariño, donde capturé una anaconda, que era pequeña; la domestiqué y alimenté hasta que llegó a pesar cuarente y siete kilos, y a medir cinco metros de largo. Era la delicia de los niños, a quienes eduqué para que no se atemoricen. Ellas, las anacondas, no son violentas si se las deja vivir. Y eso hice, anduve por las escuelas entre los niños curiosos, hasta que la intendenta del centro de protección a la fauna, me obligó a abandonarla en su hábitat.
Llegamos a la Isla de los Micos. Nos recibe Nabil, nativo de esa comunidad y nos cuenta la leyenda de la anaconda.
-¿Por qué lo llamaron así? ¿Qué significa Nabil? ¿Es un nombre árabe? -le preguntó Vicente.
-Mi padre llevaba ese nombre de fantasía, cuando hace setenta años trabajó para los narcotraficantes de Cali. Significa "puerta del sol".
-Justamente, porque los usuarios de la droga, lograban ver el sol en plena noche -Joaquín acotó y sus dientes relucieron mucho, al par de sus ojos que rieron con picardía -Hoy parece que está calmado ese comercio -afirmó- Conozco un mozo del bar que se llama Nixon, y como no le gusta ese nombre, a su primer hijo lo bautizó Samuel.
-Resulta que la anaconda es la madre de la tierra, porque Ayahuasca, que es mujer, se unió a Yahé, que es varón. Ella se convirtió en anaconda y él, en planta. Es por eso que la anaconda deambula de noche por la selva para alimentarse, y de día se protege debajo de las plantas acuáticas, de los gramalotes, y las hojas redondas de las Victoria Regia.
A pocos metros cae, de repente, la rama de un higuerón, derribada por las termitas.
Vamos regresando porque ya es la hora del ocaso. Un mango maduro cae a mis pies, alegre de mi presencia en el mundo actual y entonces veo la población que llamaron Leticia. Nos apuramos para ver el espectáculo de los pájaros que llegan a un punto de la plaza de la población ribereña. El cielo azul está tachonado de pequeñísimos puntos negros, que van agrandándose a medida que se acercan. Son los pericos y las golondrinas que provienen de diferentes sitios.
-Llegan para descansar a este lugar- relata un funcionario del municipio- Y mañana a las cinco de la madrugada, nuevamente vuelven a la selva para alimentarse.
Ya sentimos una especie de tortícolis, de tanto mirar hacia arriba, más que pájaros parecen enjambres de abejas o de hormigas voladoras.
-Hace más de cuarenta años que las miles de bandadas vienen aquí.
-¿Por qué eligieron este preciso lugar?
-No lo sabemos, pero parece que aquí están a gusto entre nosotros, que no los molestamos. El chillido se hace más intenso y bajan en picada desde todos los ángulos. Los árboles quedan negros de pájaros, que se acurrucan unos al lado de los otros.
Bajo mi cabeza, y veo la estatua de la india cargando plátanos y veo al pescador con su lanza. Siento que se me desorbitan las córneas, se me descarnan las plantas de los pies, se me incrustan astillas en mi costado, se me despelleja el alma. Tal es el cansancio. El funcionario señala hacia el centro de la plaza y todos hacemos esfuerzos para entender lo que nos dice.
-Nos encontramos ante un problema ambiental. Allá hemos tenido que talar varios árboles, que se han secado por la acidez de los excrementos -Hay ahora en el ambiente un olor ácido y fétido; los excrementos cubren como una alfombra los bancos de la plaza, el parque y los senderos- Estamos investigando y haciendo estudios científicos para definir el rumbo del programa.
Los muchachos siguen el espectáculo y se interesan por el tema. Yo no recuerdo, o no conocí estas historias, pienso. Ruido de motocicletas viene desde la calle principal y se ven en primer plano las camisetas amarillas.
-¡Colombia! ¡Colombia! -se acompañan con los bocinazos, dan la vuelta a la plaza e interrumpen la misa vespertina.
-¡Deberían tener vergüenza los peruanos, qué goleada, cabrones!
-¡No festejen que todavía falta el partido contra Brasil, conchudos! -de una vereda a otra siguen insultos y gesticulaciones.
Los vendedores de plátanos y banana seda ya cierran sus puestos y dejan montículos de hojarasca y fruta podrida al costado de la calle. El vendedor de pollos y cerdos asados apaga su fogón y la chiquillada sin camiseta se arremolina para ver el espectáculo. Algunos borrachos de andar zigzagueante se van arrimando.
-¡Circulen, señores! Serán arrestados por disturbios en la vía pública -unos policías retacones empujan a los pendencieros y también a mis amigos. Quedo sola en una esquina.
-¿Me regala su documento, señorita? -y yo niego. -¿Me regala su firma? -y yo niego. Yo le colaboro, señorita -ruega después.
Yo no puedo decirle que soy indocumentada, que soy Leticia Smith, la amante del ingeniero peruano Manuel Charón, que fundó la población en mi honor en 1867...
-¿Y si le regalo una sonrisa?
-Así está mejor - me dicen satisfechos y se van a controlar los desmanes en los bares de la ribera.

martes, 4 de junio de 2013

La víe en rose.

El puente de Aleixandre está cortado en ambos extremos. Hay manifestaciones; unos, en defensa del matrimonio gay, y otros, "par contre"
En las puertas del bar "Le procope" del Quartier Latin, circulan los turistas. Se detiene porque le llaman la atención los retratos de tres hacedores de la revolución francesa. Ella mira, alternativamente, la carta publicada en el ingreso, y la calle de la Antigua Comedia, donde tres chicos bailan hip-hop, espectáculo a la gorra. Le entusiasma el aroma que despide la exquisita cocina francesa y se le hace "agua la boca" el gallo al vino, aunque los precios la desaniman, tanto que ya se le está pasando el hambre.
Por el lado del teatro de la Opera, viene zigzagueando, copa en mano, un alemán que destila alcohol por todos los poros, y de su boca salen palabras gangosas e ininteligibles. Ella piensa "Tengo que ingeniármelas para conocer la historia que se guarda entre las paredes del "Procope". Una intriga le pincha la piel, al tiempo que la curiosidad le hace rasgar esos retazos de historia, que parece vibrar todavía en el ambiewnte, mientras el rostro adusto de Danton, Marat y Robespierre la observan.
-Pardon ¿Por qué se llama "Le Procope"? -En un impulso desmedido, le pregunta al mozo que está atendiendo a unos comensales en la vereda.
-Es por Procopio dei Coitelli, un veneciano que fundó este mismo restaurante en 1686.
Se queda pensando y escudriñando el interior, donde alcanza a ver un retrato de Voltaire, y al lado, un homenaje al banquete de los poetas.
La pareja de simpáticos franceses, que parecen habitués de Saint Germain des Pres, al notar su interés, la invitan a su mesa. Ella, maquillado al estilo María Antonieta, viste, sin embargo, ropa cara de las Galerías Lafayette. Él es un apuesto anciano parisino que apoya la galera y su bastón en la silla contigua.
-Sí, acepto. Sólo quiero conocer anécdotas de la historia de la revolución francesa, esos detalles que me servirán para motivar a mis alumnos en las clases de historia.
Él, monsieur Sarraute, se presenta y agrega que es pariente lejano del poeta; ella, Marie Louise, despliega toda la telaraña de arrugas en su rostro blanco, se limpia cuidadosamente los labios rojos , y sonríe con los ojos azules pequeños.
.Brindemos por este encuentro -dice monsieur.
Ella bebe con moderación, pero por momentos se extralimita al escuchar con atención esas sabrosas historia.
Se dice que aquí se reunían los principales políticos, periodistas y escritores. Era habitué en aquella mesa, Monsieur Diderot, que escribió los manifiestos de "La Enciclopedia", y también Monsieur Guillotín, quien creó ese verdugo mecánico. Se sentaba en aquel rincón, para dibujar.
-Eran todos jacobinos, al parecer.
 -¿Sabes por qué se llamaron jacobinos? Porque todos ellos se reunían en secreto en el convento sobre la calle San Javobo, hasta que la Guardia Nacional los descubrió, entonces venían a comer aquí y a tramar sus intrigas. Era el Club de los Jacobinos.
-Que se unieron a los "Sans culottes" en contra de los girardinos -ella aporta- Todo eso dice la historia, y además aprendí algo más en el Palacio de Versalles.
-¿Has visto el Palacio de María Antonieta? -pregunta Marie Louise, la de los ojos sonrientes -Dicen que era una mujer muy dilapidadora de la riqueza, que se hizo construir un palacio en los jardines de Versalles, porque no soportaba tanta servidumbre deambulando por palacio. Sin embargo, muy pocas veces lo habitó.
-Lo cierto -continuó él- es que Francia estaba passando por una crisis financiera muy profunda, había descontento social y desestabilización política -Ya su voz estaba tan gangosa, como la del alemán de la calle. Las expresiones en francés se hácian cada vez más agudas - Tráiganos, una creppe de orange y chocolate, garzón.
 -Y después, tú sabes, el asalto a la Bastilla, Luis XVI y su familia, huyeron a Las Tullerías, y vino la reunión en el Campo de Marte y la masacre. Danton no apareció más por aquí y se fugó a Inglaterra. Marat permaneció escondido.
-¿Y Robespierre?
-¡Ah! ése hizo guillotinar a todos los opositores... Se dice que más de cuarenta mil personas fueron víctimas del terror....
-No se díce "ése". Era Maximilien -Marie Louise lo corrige.
-Fue una agradable velada. Aprendí tantas cosas... -dice ella despidiéndose.
Monsieur Sarraut se coloca el sombrero, ayuda a su esposa con el abrigo, se despiden de la profesora, con dos besos cariñosos, toma su bastón y se van tomados del brazo hacia el Sena.
Todavía los artistas callejeros siguen bailando y haciendo piruetas. Ella se sienta en el cordón de la vereda y se pregunta por los oprimidos de hoy, por las injusticias, por los inmigrantes, por la corrupción, por la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, por las ideas de la razón, la igualdad y la livertad, mientras ve sobrevolar, como tres querubines culones por el cielo de París, a Montesquieu, Rousseau y Voltaire, que con gesto enfurruñado, se preguntan por las monarquías de hoy.
Ella se una a esos pensamientos y ve al rey Juan Carlos cazando elefantes en Bostwana y a la reina Isabel II festejando su sexagésimo aniversario como reina británica. Ve a Guillermo Alejandro y a Máxima en su fiesta de coronación. No puede dejar de pensar que, si bien Máxima es argentina, pero vive en Holanda, en su país no hay monarquías, pero todos son unos reyezuelos de opereta que representan el poder y lo ambicionan cada vez más, y su corte de pacotilla va creando terribles divisiones sociales. Un séquito de apludidores los acompañan.
Sigue  caminando y una ráfaga insolente le levanta la pollera; ella se cubre por delante y otro torbellino le lleva la falda por encima de su cabeza.
-¡Pero miren, si Marilyn Monroe anda paseando por París!
-Vale un trago, muchacha -un español la invita y se van, champagne en mano, hacia el Pont's das Arts. Al pasar por un café se oye a Edith Piaff cantando "La víe en rose", y bailan.
Tal vez surge un amor de primavera y dejan un candado en el barandal. Es como una premonición, porque las esculturas de "El beso de Perseo" y de "Amor y Psique" se han escapado por un ventanal del Louvre. El palacio de Las Tullerías destella todo su esplendor sobre el río. Desde lejos, tal vez desde Notra Dame, el gorrión de París canta "No me arrepiento de nada"
La ciudad bulle; los chorros de colores en el cielo y en el Boulevard de los Campos Elíseos, parecen indicar que reina la paz.

toma su bastón y se van tomados del brazo hacia el Sena.

jueves, 30 de mayo de 2013

Arte abstracto. Arte efímero

Ha concluido ya la presentación de las obras ganadas por concurso para ser instalada en plazas y parques de la ciudad de la Patagonia, que goza, por cierto, de gran belleza natural. Soy un artista contemporáneo que hace arte efímero. El gobierno nacional, que auspició el evento, reconoció mi obra, como de alto contenido social. "Una denuncia en los tiempos que corren es un llamado de alerta para concientizar a la ciudadanía en el cuidado del medioambiente. Arte no figurativo, arte conceptual, a través del cual los admiradores de ese estilo, seremos capaces de descubrir la belleza, como en esta obra. La carroña que aflora de un receptáculo para basura, por donde sobrevuelan insectos de toda calaña y hasta alguna rata, es arte".
Las palabras del funcionario de cultura me emocionaron grandemente. Los escolares aplaudieron con fervor, azuzados por las maestras, especialmente cuando se mencionó el gran esfuerzo financiero que el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación está haciendo para promover el arte en todas sus manifestaciones, y en todos los rincones del país. Arte itinerante, dijeron. Eso es el programa "In situ"
Entretanto, pensaba, no se explicitó la corriente artística, el arte efímero, donde los artistas de mi talla son capaces de crear, como un destello fugaz y como ángeles protectores, la acusación por la inmundicia que invade todas las ciudades.
Ayer se realizó el evento, y como "todo delincuente vuelve al lugar del crimen", yo regresé para admirar en soledad mi obra. Pero, ¡oh sorpresa!, estoy viendo al placero encargado de barrer las hojas muertas de la plaza y de regar las plantas, que estaba desarmando mi obra y la estaba depositando en un cubo para basura. Enrollaba los hilos invisibles de donde colgaban los moscardones, tiraba con asco la rata de cartón... Y bueno, pensé, es arte efímero, y como tal, dura poco. Se ha cumplido el objetivo. Me senté en un banco del parque y recordé otras obras intervenidas y otras obras que denuncian.
En una "vernissage", el público admiraba la obra de una joven artista. Su diseño era un modelo de gala instalado en un maniquí de cabeza calva, que lucía un vestido hecho exclusivamente con sobres de preservativos de una única marca. Esto le daba una tonalidad dorada, tornasol, casi fosforescente, y destellaba ante las luces de la sala de exposiciones. Los mustios y azorados asistentes, podíamos degustar las "delicatesen" que ofrecían; una particularidad, los bocaditos podían ser tomados de unas bandejas en miniatura, que eran muchos moldes de dentaduras postizas. Obra de la artista, por supuesto, no de un técnico dental.
Me voy caminando, pateando latas y mascullando, por una calle en pendiente que da al lago y veo la obra premiada en 2º lugar. "La nadadora" es un manojo de alambres colgados de los cables de la bocacalle, cuya cabellera cae, pesada, perpendicularmente hacia abajo. Siempre bajando, da la sensación de que la silueta está nadando en el lago azul. Un detalle que ahora advierto. Cuando nadamos, los cabellos van sedosos hacia atrás, no caen de esta manera. Error conceptual, error semántico, me digo. Me alejo, y sigo esquivando pozos, papeles y botellas plásticas.
Siempre cavilando con los dientes apretados, voy a dar a un bodegón de los suburbios, donde suele encontrarse "la flor y nata" de la bohemia citadina. Escultores, músicos, poetas, pintores. Todos se encuentran allí, departiendo en pequeños grupos, indefectiblemente, munidos de su correspondiente trago de colores y tamaños diversos. El ambiente está tornándose azulado y es casi imposible ver con claridad, a causa del humo de los cigarrillos, del hogar y otras yerbas que humean con pereza. Como nadie nota mi presencia, opto por sentarme en el rincón más oscuro de la cueva y comienzo a beber, también yo, para alentar a las musas distraídas y a espantar a los monstruos que suelen habitar en mi interior. Como consecuencia, una pena enorme me taladra hasta la médula. Esto es cuando,  como tras el vidrio defectuoso que circunda un auditorio, veo y escucho las palabras de mi abuela francesa.
-Me acuerdo que todos los niños de la campiña salíamos al sendero que llegaba a nuestra casa, al momento de oír el chirriar de la bicicleta de Monet. Él llegaba sudoroso, pero sonriente. Su casa en Giverny, quedaba a pocos kilómetros de la nuestra. Claude era una visita habitual... Por aquel tiempo ya lucía una incipiente barriga y su barba larga estaba cana.
-Necesito a una jovencita como modelo -le decía a nuestro padre- y yo me ofrecí a posar, pero papá, a cambio, le sugirió que pintara los campos de amapolas. Algunos días luminosos aparecía un pintor, uno de los que se hospedaban en el hotel de la villa, cargando su tablero, su paleta y los pinceles. Yo no sabía que era uno de los seguidores del maestro. Mi padre contaba que les llamaban "los impresionistas". Después supe que en nuestros campos estuvieron Cèzanne, Manet, Degas, Renoir, y hasta Marcel Proust, el escritor. Todos pintaban, por indicación de Monet, un motivo repetidas veces en distintas horas del día. Inventaron la pintura en serie.
Veo a la viejita, como la recuerdo en la única foto familiar, arrugada y sabia. La imagino con ese dinamismo que la caracterizó hasta el final de sus días. Vestido liviano, delantal a cuadros, falda amplia y sobrero de paja, cargando en su canasta los frutos de la tierra y guardando en su corazón, supongo, la emoción que le provocaban las obras de los impresionistas.
-Claude había construído su propio jardín en la casa de Giverny y mandó traer flores exóticas, flotantes, las ninpheas, o los nenúfares, que luego pintó y pintó en serie... el jardín japonés, el puente verde, la pérgola de las rosas. Agrupaba las flores según los colores... un sendero se teñía de rojos; otro, de amarillo; otro, de violeta y siempre los tulipanes de época -las mejillas de mi abuela se encendían cuando pintaba con palabras y mi madre se deleitaba con los relatos.
La última vez que la vimos fue cuando nos visitó, hace ya algunos años.
La bohemia se ensoberbece cada vez más por el encendido debate, y sin duda, por el alcohol, que deja ver los más bajos defectos. La soberbia y el rencor suele caracterizar a los mediocres. Violentos puñetazos sobre la barra y copas rotas, y de repente, salen en alegre pelotón para invadir las calles con su arte en los muros y su poética en aerosol.
Me quedo solo y apuro, a borbotones, una decisión. Iré a Giverny, conoceré la finca de mis abuelos, visitaré la casa de Monet y sus jardines y el hotel de los impresionistas; iré a la tumba del genio y en el estanque de las nenúfares, tal vez me inspire y pueda crear a pleno aire. Quizás también encuentre el camino para desarrollar mi arte. Intentaré con el puntillismo, aunque estoy seguro que no abandonaré la línea del compromiso y la denuncia social. A mi regreso, es posible que pinte aguapeys, lirios de agua y flores de Irupé, todas ellas obstruyendo, en todo momento del día y de la noche, los canales de agua, los arrozales de mi San Javier natal, y las represas, que serán aguas pestilentes... lograré esa imagen con los sucesivos puntos de mi pincel. En un camalotal pintaré la cabeza triangular de una serpiente que saca su lengua desdeñosa; en otro islote a la deriva del Paraná, quedará sugerida la estampa del tigre que llegó al convento de San Francisco y devoró de un solo zarpazo al cura que ofrecía la comunión. Se me ocurren muchas ideas. Es posible que abandone el arte abstracto y logre sacudir a mi público haciendo una caricatura de la sociedad contemporánea.
Apuro mi copa, y parto.

domingo, 26 de mayo de 2013

Lunes de aguas.

Había llegado a Salamanca y estaba observando las curiosidades gastronómicas que toda ciudad tiene, prendida a la vitrina de una pastisería. "Tenemos hornazos y el pan de cada día" -decía el cartel.
-¿Qué será un hornazo?- me pregunté. Imaginé que sería un pastel de pescado. Entonces, para averiguar y para degustar el sabor castellano, ingresé al local.
-Me llevo, Pepe Luis, ese hornazo de la vitrina -afirmó una clienta, vecina del Paseo de San Antonio. Pero eso sí, tendrá que ayudarme a bajar los escalones, porque el lumbago me tiene mal, y el Antonio, ya no es ningún estudiante, como verás! Nos deleitaremos con este hornazo, al menos.
-Es el último que me queda -pensé que debería comprar una empanada gigante de atún u otra clase de la rica pastelería española.
-En el lunes de aguas, los hornazos han sido todo un éxito.
-¿Qué es el lunes de aguas? -requerí al momento de mi turno.
-¡Ah! Una visitante argentina. Le explico, niña -Pepe Luis desplegó todo su conocimiento sobre el tema, con gran locuacidad.
-El lunes siguiente a Semana Santa, es una tradición que las prostitutas sean llevadas en barcas al otro lado del Río Tornes, para desatar los instintos reprimidos en los días de ayuno... Tú sabes, son días de contemplación interior, de retiro, de rezos, de velas encendidas, para purificar el alma. Las mujeres, entonces, además de aportar su cuerpo, llevan los hornazos, que son pasteles rellenos de jamón ibérico, panceta y chorizo. Van al otro lado del río, con los estudiantes de la Universidad. Ellos llevan el vino en botas y todo el día, hasta el anochecer, participan de la orgía y regresan pletóricos de dicha y de alcoho. El encargado de trasladar a las mujeres es el "Padre Putas", que así le dicen, sea quien sea el sacerdote de turno. Ellas lavan sus pecados en las aguas del Tormes, en el área de la Aldehuela.
-¡Ah!, no conocía esa tradición.
-Pues, te la has perdido, niña -dijo con picardía.
-Y bueno, si no hay hornazas, llevo dulces de almendras y almíbar, y si no hay estudiantes, ni Padre Putas, voy al Parque-Huerta de los jesuitas a tomar el sol y luego, iré a rezarle a San Antonio, para que me consiga un novio!

jueves, 23 de mayo de 2013

El escorial de los mares

Así le llamaban al mayor galeón más armado del mundo en el siglo XVIII, que fue botado en el arsenal de La Habana. Tiempos de piratas y de almirantes de todos los países que ambicionaban extender su poderío territorial, a través de los mares. "El Santísima Trinidad", que ése era su nombre, surcó los mares y tomó parte de innumerables momentos históricos de España.
Cuando recorrí el interior de su réplica, anclado en el Puerto de Alacant, me pareció percibir la hidalguía del valeroso almirante. Lo encontré deambulando cabizbajo en la cubierta principal. Me invitó a sentarnos en las altas sillas imperiales decoradas con ricos ornamentos de brocato y terciopelo rojo, con respaldos repujados sobre madera de caoba. Dialogué con él, don Baltasar Hidalgo Cisneros y apenas, con el parco capitán de bandera, don Francisco Javier Uriarte y Borja.
Nos acercamos a la sala de mando y el capitán, mirando el horizonte, tras la marina del puerto, erizada de mástiles de modernísima factura, dijo.
-Fue el buque insignia de la flota española en 1779 y junto con la flota francesa le declaramos la guerra a Gran Bretaña.
-Afamados piratas, los británicos, que han cimentado su historia de vandalismo y conquistas -dije- Me pregunto por las operaciones en el Canal de la Mancha.
-Capturamos al convoy inglés formado por, nada menos, que por cincuenta y cinco navíos.
Miré en ese momento, en la sala del museo de cera, al médico con su gran cuchilla, amputando una pierna, igual que el cocinero que descuartiza un gallinazo, un cerdo gordo y una tortuga del Mar Caribe.
-Dos años después el galeón a mi mando se incorporó a la Escuadra del Mediterráneo.
-¿Qué sucedió después, porque imagino que los británicos eran individuos tan vengativos y rencorosos, como lo siguen siendo hoy; a pesar de su imagen plácida, son fríos, flemáticos y fóbicos. Me viene a la memoria la guerra en las Islas Malvinas, veo a los jóvenes soldados muriendo, la imbición desmedida del gobierno británico de "la dama de hierro", y el hundimiento del "Gral. Belgrano", de la armada argentina.
Un mozo trajo en bandeja de plata tres tazas de té con tisanas para calmar la ansiedad. Debe haber visto mi curiosidad y la excitación de mis acompañantes. Ellos bebieron, además, un ponche y una copa de ron.
Una estatua de Neptuno se yergue con su trípode en un apreciado sitio de la sala; la silueta de una sirena coquetea desde una columna, sosteniendo una concha de quién sabe de qué mares ignotos. Un prisionero de fiera estampa pelea con las gruesas cadenas quje lo mantienen atado de pies y muñecas. Un esclavo negro toca su tamboril y como un lamento, rememora su tierra africana. En una litera descansa un marinero; debajo, otro limpia los mosquetones y engrasa los engranajes de una cureña; otro hace lo mismo con un cañón corto que ha sido averiado.
-¡Hundido! -exclamaba cuando de niña jugaba a la batalla naval. ¡Agua! Sin embargo, los relatos del caoutñab de babdera nereceb ka oeba de ser escuchados.
-Este galeón partició en las batallas del Canal de la Mancha. Voy a relatar los hechos de la batalla de Trafalgar, que fue por otros confines.
Mientras escucho atentamente el relato de apagado fervor, veo que la estatua de cera que estaba limpiando las armas, reacciona ante la orden.
-¡A estribor, el enemigo!
-¡Rizar velar y ponerse al pairo! -El esclavo negro corre hacia babor y ya está la tripulación empujando una botavara para enganchar la vela cangreja y la tarquina. Ya ls piezas de artillería están dispuestas en posición de ataque. Un proyectil llega por barlovento...
Veo al prisionero de recia figura que no consigue liberarse de las cadenas y ya piensa que las cartas están echadas. El dios del mar se enfurece en el estertor de las olas. Hay fuego en una fragada; del galeón que está hacia el poniente, se oye el derrumbe de su mástil principal. Fogonazos cruzan las aguas y gritos de pavor y audacia quieren aniquilar el miedo. La sirena se desprende de la columna y se aleja en busca de sus hermanas para cantar más fuerte, pero los marineros no les prestarán atención. El cabrestante recoge cables; jarcias, calabrotes y obenques se tensan; un bergantín se escora frente a ellos. Ya Neptuno, exasperado, escupe espumarajos de algas y las arroja con desdén. Suena la campana del buque, pero ellos no van a comer; hay olor a pólvora y sudor. Deben apagar el fuego a estribor. Una cureña con cañón corto se desploma sobre un tripulante. El herido de la litera terminó por caerse y se desliza por la sentina, irremediablente. Pistolas y mosquetones humeantes quedan abandonados. El galeón se inclina cada vez más. Con aullidos salvajes, para darse valor, los marineros sobrevivientes se aprestan al abordaje. Cientos de espadachines se lanzan y las dagas piratas relucen en la noche más negra.
-Fue así como el galeón tuvo su trágico final; más de doscientos muertos y cien heridos. Se hundió a veinticinco millas dle puerto de Cádiz.
Ahora, amarrada en la Marina de Alicante, su réplica se mece, seductora, casi como se ofrecen las muchachas en las inmediaciones de todos los puertos. Abro los ojos y me veo sentada en la cubierta bebiendo un zumo de melocotón. Las palmeras de la Explanada de Espanya acarician apenas los rostros de los paseantes; los viejitos toman el sol tibio. Miro hacia atrás y veo a los bañistas retozando en la Playa del Postiguet y arriba, desde el Castillo de Santa Bárbara, siguen custodiando. Otean el horizonte que ahora muestra un parejo azul intenso.

lunes, 20 de mayo de 2013

Brisas en el Canal Grande

Cada mañana, cuando despunta el sol tras el puente del Rialto, Giuseppe, el gondolero, y  su pequeño Tomassino, recorren los dos puntos que los han de llevar al muelle, donde aparcan su barca de los sueños. Cada mañana lucen sus remeras a rayas azules y su sombrero blanca. Padre e hijo llevan el clásico sombrero chato adornado con la cinta azul. En diferentes días cruzan por distintas callejuelas, cruzan puentes (casi siempre pasan por el puente del canalito de los candados, donde los amantes tantas veces se juraron amor), aunque muchas veces transitan por callejuelas terrestres y zigzagueantes, o alternan por las vías acuáticas. Retículas de calles superpuestas y entrecruzadas en alegre desorden y confusión. Retículas de canaletos que se abren a un ramificado complejo de tortuosas variantes.
Los dos trabajadores transitan por un camino, o por otro, dándose el placer de vivir la ciudad que está despertando. Las señoras se saludan desde un balcón hacia otra ventana.
-¡Buon giorno, signora Magdalena, fa fredo questa mattina!
-Eco, má peró -La joven Antonella cuelga en el tenderete la ropa de cama que flamea y se asolea en la alegre danza de la brisa que viene del Canal Grande.
-Tomemos el atajo de esta galería, padre.
Muy temprano en la mañana ellos son testigos de aventuras que suelen quedar en secreto para sus protagonistas. Hoy ven a un muchacho de cuerpo gentil, que se descuelga desde una alta glorieta hasta un balcón.
-Es el amante de la señora Piacere; su esposo ya ha partido hacia la plazoleta para vender sus productos -piensa Giuseppe - El collar de cristal de Murano que lleva en su cuello, no basta para retenerla.
-Mira, padre, ese gato negro ha roto una mata de albahaca en aquella ventana.
-Sí, persigue a aquella gata de siete colores que sube por el tejado.
En otras ocasiones, suelen ver, por otro itinerario, al ladrón que salta con su botín desde una ventana ojival, hasta la pilastra del canaleto. Así fue como su vecino, Vincenzo, fue a dar a la cárcel. No alcanzó a ver el Puente de los Suspiros. Ya pasan por ahí debajo y oyen.
-¡Eh, Tomassino! ¿Vas a la escuela hoy?
-Sí, a la hora exacta -El niño contesta a su maestra y Giuseppe piensa la manera de decirle a su hijo que ésta será la última excursión, porque ha sido denunciado por trabajo infantil... ¡Pero si no es un trabajo! ¡Es un placer para mi hijo tocar las canzonettas con su acordeón, para entretener a los turistas!
Y llegan a la "riva degli schiavoni" para recoger a los orientales que no conversan, pero disfrutan de la serena belleza del Canal Grande. Él sabe que ellos sienten como que se han escapado de los tiempos; la ciudad despierta sumergida entre las construcciones, se aprisiona entre las recovas y se pierde en un clima de rarísimo misterio, entre las callecitas, los pasadizos, los túneles, hasta volver a encontrar el rumbo.
Comienza la música que desgrana Tomassino. Una mazurca, una polca, un vals, envuelven a los paseantes en una urdimbre de hebras multicolores, que se entretejen como las figuras geométricas de un tapiz. Una olorosa menta despide su aroma desde la grieta de una ménsula o de la pilastra que las aguas azotan. Acaba de pasar un vaporetto repleto de visitantes. El trajín, el gentío y la vocinglería propia de una Babel, ya se ha instalado sobre el Puente del Rialto.
El niño recibe su propina, se coloca el guardapolvo, toma su mochila y se va silbando una canzonetta, rumbo a la escuela.

viernes, 17 de mayo de 2013

Según el humor, así se ven las cosas.

Cada ciudad, cada pueblo tiene sus secretos escondidos y los signos que la contienen. Es posible imaginar, entonces, su pasado, que no está dicho expresamente, porque cada segmento y según lo ilumine el sol o lo resguarden las sombras, tiene rastros, como arañazos, muescas, incisiones, protuberancias, hendiduras y paréntesis de lapsos sin historia.
Desde la sierra de Francia el joven se detiene para observar las sierras lejanas, apenas nevadas. Bajando por un sendero de robles, siente ya el aroma del bosque y los olores que le son familiares. Su pueblo y las casas rústicas del Mogarraz natal. Distingue la ermita y ya se acerca.Ve los retratos de sus vecinos, el de Eusebio Valdivieso y su señora Hortensia; enfrente, el rostro entrañable del anciano que ya no está, Don Carmelo Suárez y sus hijos Bernarda y Jacinto. Recuerda cuando el pintor Maillo decidió imprimir en las fachadas los rostros de sus moradores... Ya quiere abrazar a su padre, mientras el corazón late con palpitaciones aceleradas por la emoción y el esfuerzo. Al doblar la callejuela de la Cancilla, se recrea con los retratos de Fermina, su madre, y de su padre; junto al portal se reconoce entre el retrato de sus seis hermanos, y llora.
-¿Cómo ha sido ese peregrinar, hijo? -El padre ciego está ávido de ver en los vericuetos de su mente las imágenes de todo aquello que su retoño mozo ha visto.
-Es tanto lo que llevo grabado en la retina, que me esforzaré por complacerlo. -Deja sus botas cansadas, apoya el bastón de pregrino y cuelga su sombrero; luego descansa sus pies adoloridos en el agua fría de la alberca. Despeja el sudor de su frente, de igual forma, como para ordenar las ideas, los recuerdos, las visiones -Son maravillosas las estampas que he visto... majestuosas catedrales conviven en amable empatía con fuentes de aguas saltarinas, que le dan sosiego al viajero; como yo, no puede dejar de ver e imaginar las historias que contiene ese muro de piedra secular, esa escalera que conduce no se sabe a qué recóndito hogar, los senderos de antaño...
-Explícate más, hijo, que no logro ver lo que cuentas. Quiero percibir con todos los sentidos, como se descubren las líneas de la mano. Tocar mi mano y palpar la aspereza de los muros, su densidad y al tacto, el frior de sus paredes, para fantasear con la familia que habita en los hogares.
-Todo depende del cristal con que mires las cosas, y las personas, y aún más, depende del humor de quien observa. Debes suponer que, si pasas mirando sin ver, te pierdes los detalles. Por ejemplo, pasas silbando con la nariz levantada hacia el horizonte allá lejos, y puedes ver el río, una estatua, una torre, cuyas agujas pinchan el cielo azul, y conocer así el espacio cercano. Así vi casas humildes de tejados rojos, cubiertos de musgo y cuarteados por el tiempo y los siglos; vi a las cabras ramonear entre las encinas; vi a los cerdos deambular para comer bellotas; vi vacas rojas y blancas de cuernos encorvados abrevar en los estanques de aguas claras y flores blanquísimas; vi un toro bravo de lidia resoplar debajo de un roble frondoso de la dehesa. También vi alféizares de madera tallada, frontispicios de oro y taraceas, un reloj de cobre, una torre en incontables campanarios y vi a un menesteroso en la ribera del río Tormes, "una limosnita, por favor", y a su perro flaco, la estatua de un caballero, un ermitaño que bajó a la ciudad, una torre de cristal...
-Pues, Pepín, alcanzo a ver lo que describes.. ¿Pero cómo te has sentido?
-Si sigues mirando los tejados, los aleros, hacia arriba, puedes admirar una cigüeña empollando en el nido de un campanario que ya no resuena, y un hilito de agua que baja hasta la acera y te refresca, y tras las cortinas que se mecen con  la brisa, no la ves, pero sabes que detrás, una muchacha casadera te observa y se ilusiona con el forastero caminador.
-Y te cansas...
-Sí, pero al final del día te quedas pletórico de dicha y con tortícolis. Recibirás el próximo día con alegría para iniciar la marcha nuevamente.
-¿Qué sucede si caminas con el mentón apoyado en tu pecho, mirando hacia abajo?
-Pues entonces, sólo ves adoquines, pies que circulan apresurados, zapatos que llevan todo el polvo de los caminos y alforjas cargadas en una mula de pezuñas romas, y las sandalias rotas de los mendigos. Pero no ves los rostros de los caminantes y vas con las uñas clavadas en las palmas y tu mirada quedará atrapada a ras del suelo, o en el agua que corre al borde de la calzada y las alcantarillas de aguas pestilentes, los espinazos de pescado, los trapos sucios...
-Imagino, hijo, que te quedas atrapado en la inmundicia.
-Pues sí, y es así como, si levantas la vista, verás en los alrededores de la aldehuela, el reverso del esplendor inicial. No más estatuas de bronce de todos los dioses, de todos los clérigos, de todos los poetas, ni un gallo de la veleta recubierto de oro, no más cúpulas de plata, ni un teatro de cristal, ni el rumor del arpa de la brisa en el follaje de un robledal. Sólo verás las vigas podridas en los soportales, una gran extensión de chapas oxidadas, sillones desconchados entre montones de latas y caños negros de hollín y sobre los techos de las casuchas, habrá ruedas de bicicletas o neumáticos de coches abandonados, que únicamente sirven para sostener en su lugar las techumbres, para que no las siga destartalando el viento. Y verás viejas desdentadas que juegan con el futuro de los transeúntes inocentes y doncellas lisonjeras y avejentadas, y chavales a los que basta con verles los rostros cejijuntos, para deducir su ignorancia y su falta de fe.
-¿Cómo terminas un día cuando ves todo con ese humor tan negro?
-Te ves inmerso en el sopor de la indiferencia, no consigues la paz interior que mi difunta madre me daba, y sigues más enfurruñado que antes.
-Tu madre te aconsejaba que seas capaz de descubrir la belleza de las cosas y de las gentes. Siempre te aconsejó eso, a ti y a tus hermanos.

Ahora el padre en su camastro, y el hijo en su litera, sueñan. El anciano, con lugares transparentes como las sedas de los baldaquinos, con ciudades caladas como el encaje de los vestidos de las mozas, con filigranas de ricas joyas y con el medallón charro que llevaba en el cuello su esposa fiel y pastora. El joven, con zumo de mosto, con una bocata de queso de cabra y jamón serrano, con una empanadilla de atún, y se relame. Palpa con manos febriles la piel tersa de la morenita que le dio su amor debajo del huerto de Calixto y Melibea, justo en la cueva de la Salamanca... Ambos entran en un sopor profundo, y descansan.