jueves, 27 de junio de 2013

Leticia

Aunque estaba tan sorprendida y zangoloteada por el calor y los insectos, pude reconocer el cruce de corrientes donde saltan los delfines rosados. La embarcación se detuvo, y con ella, el ruido de los motores. Antes no podía descifrar las palabras que salían de la boca de mis amigos. Ahora, después que un pajarraco renegado vino en picada y me picoteó la cabeza rubia, hasta hacerme salir la rabia contenida, recién ahora puedo presentarles a mis acompañantes. Vicente Patiño, Joaquín Piedras, Pedrito Benalcázar, todos ellos de Cali, y Kapax, el Tarzán colombiano, de la población más cercana.
Los desfines jugaban a ambos lados y yo sé que se reían de mí, porque en ese momento quise transformar mi furia y mi histeria en romanticismo, cuando recordé la noche en que conocí a los muchachos. El ritmo de la bachata dominicana hizo que los pies me hormiguearan, y mi cabecita romántica era un mero pote de miel y miles de abejas venían a libar de mi dulzura, igual que cuando apareció tan de repente el ingeniero peruano, que me enamoró. Él le fue infiel a su esposa y me hizo sentir que miles de mariposas multicolores aletearan en mi estómago.
-Nunca vi unos ojos tan claros, como cristales de esmeralda -me dijo y yo vi sus ojos marrón café, miré su cuerpo fuerte y me dejé abrasar en sus brazos protectores.
Ahora me acuerdo de la novela que vi una vez por televisión, "Mujer con aroma de café" o viceversa. Se me borran las imágenes de antaño. "Café con aroma de mujer". Sí, que sucedía en el eje cafetero, creo. Si mal no recuerdo, nuestro encuentro y el enamoramiento fue en la isla "Fantasíame, mi amor".
Desde la costa, un guacamayo nos observaba en lo alto de un tangarana de flores rosadas, cubierto de hormigas que formaban ríos negros, hacia arriba y hacia abajo. Embicamos en un muelle y divisamos la maloca de la comunidad ticuna. En el centro, mujeres aún jóvenes pegaban alaridos lastimeros y saltaban sobre el piso de tierra apisonada. Supe después que eran las abuelas que danzaban con adornos de plumas. Trajeron un herido en una camilla improvisada, que se había cortado con un machete en la zona de cultivos. Los niños lloraban y hombrecitos color del café seco corrieron a refugiarse bajo el techo de palmas, cuando una lluvia intensísima estuvo lavando la cara de la selva y gruesos goterones se colaron por el techo. Uno de ellos, el más ágil trepó por un palo y acomodó la techumbre. No más goteras. El bailoteo continuó en un ritmo más alegre, para agradecer la lluvia y para pedir por la salvación del accidentado.
Cada vez estoy mejor, y más despejada mi mente. Aparecen las imágenes de nuestro recorrido la noche anterior, río arriba, cuando comenzaba a oscurecer por el Canal de Gamboa. Habíamos ido a escuchar los sonidos de la selva, el croar de las ranas, el chillido de las aves nocturnas, y a ver los ojos amarillos de los caimanes. El motorista y el guía son expertos conocedores del lugar y del ambiente acuático. Para mostrarnos su saber y el orgullo por su lugar, iluminaron con reflectores las aguas que se internan en la selva. Un osito perezoso colgando de una rama, una serpiente de tonos rojos, confundiéndose con las lianas, una tarántula que se hacía la distraída, y hasta un caimán pichón atraparon para mostrarnos sus dientes que están creciendo y para que palpemos su piel áspera. Silenciosas y negras canoas cargadas con bultos pasaban a nuestro lado, río arriba, río abajo. Contraband hacia y desde Tabatinga, en Brasil, me contaron. Friña, porotos, arroz y moneda extranjerea. Ahí fue, cuando anoche accedí a comer una fruta dulce y sabrosa.
-Junto con el fruto ha mordido una porción de hongo alucinógeno -me explicó Kapax.
-Le cuento, Leticia. Me cansé de abogar por la integración de los países limítrofes con Colombia. Todavía están en esos cabildeos. ¡Una vaina! -Una rosa china de flores rojas me sonrió y él continuó contando su cruzada - Nadé por el Amazonas durante un mes y siete días. Llegué hasta Puerto Nariño, donde capturé una anaconda, que era pequeña; la domestiqué y alimenté hasta que llegó a pesar cuarente y siete kilos, y a medir cinco metros de largo. Era la delicia de los niños, a quienes eduqué para que no se atemoricen. Ellas, las anacondas, no son violentas si se las deja vivir. Y eso hice, anduve por las escuelas entre los niños curiosos, hasta que la intendenta del centro de protección a la fauna, me obligó a abandonarla en su hábitat.
Llegamos a la Isla de los Micos. Nos recibe Nabil, nativo de esa comunidad y nos cuenta la leyenda de la anaconda.
-¿Por qué lo llamaron así? ¿Qué significa Nabil? ¿Es un nombre árabe? -le preguntó Vicente.
-Mi padre llevaba ese nombre de fantasía, cuando hace setenta años trabajó para los narcotraficantes de Cali. Significa "puerta del sol".
-Justamente, porque los usuarios de la droga, lograban ver el sol en plena noche -Joaquín acotó y sus dientes relucieron mucho, al par de sus ojos que rieron con picardía -Hoy parece que está calmado ese comercio -afirmó- Conozco un mozo del bar que se llama Nixon, y como no le gusta ese nombre, a su primer hijo lo bautizó Samuel.
-Resulta que la anaconda es la madre de la tierra, porque Ayahuasca, que es mujer, se unió a Yahé, que es varón. Ella se convirtió en anaconda y él, en planta. Es por eso que la anaconda deambula de noche por la selva para alimentarse, y de día se protege debajo de las plantas acuáticas, de los gramalotes, y las hojas redondas de las Victoria Regia.
A pocos metros cae, de repente, la rama de un higuerón, derribada por las termitas.
Vamos regresando porque ya es la hora del ocaso. Un mango maduro cae a mis pies, alegre de mi presencia en el mundo actual y entonces veo la población que llamaron Leticia. Nos apuramos para ver el espectáculo de los pájaros que llegan a un punto de la plaza de la población ribereña. El cielo azul está tachonado de pequeñísimos puntos negros, que van agrandándose a medida que se acercan. Son los pericos y las golondrinas que provienen de diferentes sitios.
-Llegan para descansar a este lugar- relata un funcionario del municipio- Y mañana a las cinco de la madrugada, nuevamente vuelven a la selva para alimentarse.
Ya sentimos una especie de tortícolis, de tanto mirar hacia arriba, más que pájaros parecen enjambres de abejas o de hormigas voladoras.
-Hace más de cuarenta años que las miles de bandadas vienen aquí.
-¿Por qué eligieron este preciso lugar?
-No lo sabemos, pero parece que aquí están a gusto entre nosotros, que no los molestamos. El chillido se hace más intenso y bajan en picada desde todos los ángulos. Los árboles quedan negros de pájaros, que se acurrucan unos al lado de los otros.
Bajo mi cabeza, y veo la estatua de la india cargando plátanos y veo al pescador con su lanza. Siento que se me desorbitan las córneas, se me descarnan las plantas de los pies, se me incrustan astillas en mi costado, se me despelleja el alma. Tal es el cansancio. El funcionario señala hacia el centro de la plaza y todos hacemos esfuerzos para entender lo que nos dice.
-Nos encontramos ante un problema ambiental. Allá hemos tenido que talar varios árboles, que se han secado por la acidez de los excrementos -Hay ahora en el ambiente un olor ácido y fétido; los excrementos cubren como una alfombra los bancos de la plaza, el parque y los senderos- Estamos investigando y haciendo estudios científicos para definir el rumbo del programa.
Los muchachos siguen el espectáculo y se interesan por el tema. Yo no recuerdo, o no conocí estas historias, pienso. Ruido de motocicletas viene desde la calle principal y se ven en primer plano las camisetas amarillas.
-¡Colombia! ¡Colombia! -se acompañan con los bocinazos, dan la vuelta a la plaza e interrumpen la misa vespertina.
-¡Deberían tener vergüenza los peruanos, qué goleada, cabrones!
-¡No festejen que todavía falta el partido contra Brasil, conchudos! -de una vereda a otra siguen insultos y gesticulaciones.
Los vendedores de plátanos y banana seda ya cierran sus puestos y dejan montículos de hojarasca y fruta podrida al costado de la calle. El vendedor de pollos y cerdos asados apaga su fogón y la chiquillada sin camiseta se arremolina para ver el espectáculo. Algunos borrachos de andar zigzagueante se van arrimando.
-¡Circulen, señores! Serán arrestados por disturbios en la vía pública -unos policías retacones empujan a los pendencieros y también a mis amigos. Quedo sola en una esquina.
-¿Me regala su documento, señorita? -y yo niego. -¿Me regala su firma? -y yo niego. Yo le colaboro, señorita -ruega después.
Yo no puedo decirle que soy indocumentada, que soy Leticia Smith, la amante del ingeniero peruano Manuel Charón, que fundó la población en mi honor en 1867...
-¿Y si le regalo una sonrisa?
-Así está mejor - me dicen satisfechos y se van a controlar los desmanes en los bares de la ribera.

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