jueves, 30 de mayo de 2013

Arte abstracto. Arte efímero

Ha concluido ya la presentación de las obras ganadas por concurso para ser instalada en plazas y parques de la ciudad de la Patagonia, que goza, por cierto, de gran belleza natural. Soy un artista contemporáneo que hace arte efímero. El gobierno nacional, que auspició el evento, reconoció mi obra, como de alto contenido social. "Una denuncia en los tiempos que corren es un llamado de alerta para concientizar a la ciudadanía en el cuidado del medioambiente. Arte no figurativo, arte conceptual, a través del cual los admiradores de ese estilo, seremos capaces de descubrir la belleza, como en esta obra. La carroña que aflora de un receptáculo para basura, por donde sobrevuelan insectos de toda calaña y hasta alguna rata, es arte".
Las palabras del funcionario de cultura me emocionaron grandemente. Los escolares aplaudieron con fervor, azuzados por las maestras, especialmente cuando se mencionó el gran esfuerzo financiero que el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación está haciendo para promover el arte en todas sus manifestaciones, y en todos los rincones del país. Arte itinerante, dijeron. Eso es el programa "In situ"
Entretanto, pensaba, no se explicitó la corriente artística, el arte efímero, donde los artistas de mi talla son capaces de crear, como un destello fugaz y como ángeles protectores, la acusación por la inmundicia que invade todas las ciudades.
Ayer se realizó el evento, y como "todo delincuente vuelve al lugar del crimen", yo regresé para admirar en soledad mi obra. Pero, ¡oh sorpresa!, estoy viendo al placero encargado de barrer las hojas muertas de la plaza y de regar las plantas, que estaba desarmando mi obra y la estaba depositando en un cubo para basura. Enrollaba los hilos invisibles de donde colgaban los moscardones, tiraba con asco la rata de cartón... Y bueno, pensé, es arte efímero, y como tal, dura poco. Se ha cumplido el objetivo. Me senté en un banco del parque y recordé otras obras intervenidas y otras obras que denuncian.
En una "vernissage", el público admiraba la obra de una joven artista. Su diseño era un modelo de gala instalado en un maniquí de cabeza calva, que lucía un vestido hecho exclusivamente con sobres de preservativos de una única marca. Esto le daba una tonalidad dorada, tornasol, casi fosforescente, y destellaba ante las luces de la sala de exposiciones. Los mustios y azorados asistentes, podíamos degustar las "delicatesen" que ofrecían; una particularidad, los bocaditos podían ser tomados de unas bandejas en miniatura, que eran muchos moldes de dentaduras postizas. Obra de la artista, por supuesto, no de un técnico dental.
Me voy caminando, pateando latas y mascullando, por una calle en pendiente que da al lago y veo la obra premiada en 2º lugar. "La nadadora" es un manojo de alambres colgados de los cables de la bocacalle, cuya cabellera cae, pesada, perpendicularmente hacia abajo. Siempre bajando, da la sensación de que la silueta está nadando en el lago azul. Un detalle que ahora advierto. Cuando nadamos, los cabellos van sedosos hacia atrás, no caen de esta manera. Error conceptual, error semántico, me digo. Me alejo, y sigo esquivando pozos, papeles y botellas plásticas.
Siempre cavilando con los dientes apretados, voy a dar a un bodegón de los suburbios, donde suele encontrarse "la flor y nata" de la bohemia citadina. Escultores, músicos, poetas, pintores. Todos se encuentran allí, departiendo en pequeños grupos, indefectiblemente, munidos de su correspondiente trago de colores y tamaños diversos. El ambiente está tornándose azulado y es casi imposible ver con claridad, a causa del humo de los cigarrillos, del hogar y otras yerbas que humean con pereza. Como nadie nota mi presencia, opto por sentarme en el rincón más oscuro de la cueva y comienzo a beber, también yo, para alentar a las musas distraídas y a espantar a los monstruos que suelen habitar en mi interior. Como consecuencia, una pena enorme me taladra hasta la médula. Esto es cuando,  como tras el vidrio defectuoso que circunda un auditorio, veo y escucho las palabras de mi abuela francesa.
-Me acuerdo que todos los niños de la campiña salíamos al sendero que llegaba a nuestra casa, al momento de oír el chirriar de la bicicleta de Monet. Él llegaba sudoroso, pero sonriente. Su casa en Giverny, quedaba a pocos kilómetros de la nuestra. Claude era una visita habitual... Por aquel tiempo ya lucía una incipiente barriga y su barba larga estaba cana.
-Necesito a una jovencita como modelo -le decía a nuestro padre- y yo me ofrecí a posar, pero papá, a cambio, le sugirió que pintara los campos de amapolas. Algunos días luminosos aparecía un pintor, uno de los que se hospedaban en el hotel de la villa, cargando su tablero, su paleta y los pinceles. Yo no sabía que era uno de los seguidores del maestro. Mi padre contaba que les llamaban "los impresionistas". Después supe que en nuestros campos estuvieron Cèzanne, Manet, Degas, Renoir, y hasta Marcel Proust, el escritor. Todos pintaban, por indicación de Monet, un motivo repetidas veces en distintas horas del día. Inventaron la pintura en serie.
Veo a la viejita, como la recuerdo en la única foto familiar, arrugada y sabia. La imagino con ese dinamismo que la caracterizó hasta el final de sus días. Vestido liviano, delantal a cuadros, falda amplia y sobrero de paja, cargando en su canasta los frutos de la tierra y guardando en su corazón, supongo, la emoción que le provocaban las obras de los impresionistas.
-Claude había construído su propio jardín en la casa de Giverny y mandó traer flores exóticas, flotantes, las ninpheas, o los nenúfares, que luego pintó y pintó en serie... el jardín japonés, el puente verde, la pérgola de las rosas. Agrupaba las flores según los colores... un sendero se teñía de rojos; otro, de amarillo; otro, de violeta y siempre los tulipanes de época -las mejillas de mi abuela se encendían cuando pintaba con palabras y mi madre se deleitaba con los relatos.
La última vez que la vimos fue cuando nos visitó, hace ya algunos años.
La bohemia se ensoberbece cada vez más por el encendido debate, y sin duda, por el alcohol, que deja ver los más bajos defectos. La soberbia y el rencor suele caracterizar a los mediocres. Violentos puñetazos sobre la barra y copas rotas, y de repente, salen en alegre pelotón para invadir las calles con su arte en los muros y su poética en aerosol.
Me quedo solo y apuro, a borbotones, una decisión. Iré a Giverny, conoceré la finca de mis abuelos, visitaré la casa de Monet y sus jardines y el hotel de los impresionistas; iré a la tumba del genio y en el estanque de las nenúfares, tal vez me inspire y pueda crear a pleno aire. Quizás también encuentre el camino para desarrollar mi arte. Intentaré con el puntillismo, aunque estoy seguro que no abandonaré la línea del compromiso y la denuncia social. A mi regreso, es posible que pinte aguapeys, lirios de agua y flores de Irupé, todas ellas obstruyendo, en todo momento del día y de la noche, los canales de agua, los arrozales de mi San Javier natal, y las represas, que serán aguas pestilentes... lograré esa imagen con los sucesivos puntos de mi pincel. En un camalotal pintaré la cabeza triangular de una serpiente que saca su lengua desdeñosa; en otro islote a la deriva del Paraná, quedará sugerida la estampa del tigre que llegó al convento de San Francisco y devoró de un solo zarpazo al cura que ofrecía la comunión. Se me ocurren muchas ideas. Es posible que abandone el arte abstracto y logre sacudir a mi público haciendo una caricatura de la sociedad contemporánea.
Apuro mi copa, y parto.

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