lunes, 7 de abril de 2014

Hombre de hierro. Hombre de cristal

Antes, no hace mucho, él era de hierro. Tenacidad de unos músculos vigorosos; era Apolo en sus líneas y tenía una vitalidad que apreciaba la vida en todos sus matices, con el ferbor y la pasión de un arrebato; así, como se extrae una espina que lastima y duele, hasta sangrar, enfrentaba todo cuanto se le presentaba para superar los incordios.
Por fuera, su aspecto era duro y recio de gambetas y encontronazos. Era decidido e impetuoso de nervios pura sangre. Por dentro, vulnerable y frágil, como el cristal. Esa dureza infranqueable puede resquebrajarse en cada instante, apenas en un roce de alas de mariposa, o ante un inesperado impacto, como si un pedrusco se estrellara contra su epidermis.
Metal dúctil, con la plasticidad de la ternura de una gota de rocío sobre los pastos de las mañanas de invierno, del roce de la piel y su tersura y el sabor de besos dulces e intensos de las cerezas de verano. Encantos que transmitió él con la sensibilidad a flor de piel y de boca, de sonrisa fácil y de risa repentina. Un creador de la belleza en sus pinturas, en el candor y el humor de sus dibujos, en la espontaneidad de sus textos. Supo extraer de su interior el esplendor de la gema de su espíritu, como el hierro forjado y bello. Lo brindó todo con la humildad y la sencillez de las cosas simples y me marcó, como se marca el ganado a fuego y sangre, casi aprisionándome en su pecho, como se cuida una piedra preciosa, o un secreto.
Así fue, cuando atravesó perpendicularmente mi corazón, con un pellizco de energía, con un bálsamo de paz, con la terneza de las pulsaciones que se agitan en la poesía de la vida.
Pero el hierro se oxida, porque es reactivo a la intemperie, a las tempestades y las borrascas, o la niebla del mar. Un día, el carro de la vida lo llevó a trocar su materia, sin quererlo, sin siquiera imaginarlo.
Ha corrido y ese cansancio placentero, se adentra en su cuerpo. Ha virado hacia un quarzo puro cristalizado. Veo cómo va ingresando por todos sus conductos y lento, se apoltronan las madréporas de coral en sus venas. Observo cómo la sangre se espesa y fluye como la miel que destila en goterones solitarios, irremediables.
El vidrio transparente de su piel me deja ver su corazón que corcovea en ochenta y ocho pulsaciones por minito, se expande y luego florece en la contemplación de la belleza del lugar, ese arroyo cantarín de la niñez que pasa, ese agua que nunca más pasará por ese Paraíso, el silencio del bosque y el canto de los pájaros.
Sus ojos se opacan; ya han perdido su esplendor, y es como si adivinaran la oscuridad que sobrevive.Ya se aquietan los duendes que jugueteaban en su mente. Percibo en su rostro la tortura del dolor y veo que ese pecho portentoso, ahora está hundido y seco, que se pudre entre la hojarasca. Corales duros, madréporas de calcio se elevan como una coraza, impenetrables. Su mirada turbia casi nada transmite, como un estanque quieto, que apenas mece la brisa. Es un hombre de cristal a punto de quebrarse.
Aunque transparente, como es el agua clara que fluye y se espuma en su cauce, sigue su trayectoria que está ya señalada. Se transformaron sus facciones y su boca ya no ríe, sufre. Las manos, sus piernas y sus dedos se han empequeñecido, cuando un descomunal misterios dejó de ser mito. Ahora resiste al dolor, ese dolor rememorado en un relato, y es casi la nostalgia del dolor.
Su pecho se hiende y se aplana en una llanura de tenues movimientos parejos y después son sobresaltos, picos, altos y bajos del trote enloquecido de embestida de la caballada, que van marcándose en la hoja alargada del electrocardiograma. Los párpados evidencias en aleteos constantes, que hasta aquí llegó, ya dio, ya brindó, y el cansancio ya no es placentero. Lo aplaca, lo hunde hasta la frontera del sucumbir, pero resiste y continúa, cuando alcanza a percibir la cabeza noble y cana de su padre que lo mira con esos ojos grises y apasibles desde un nimbo. Y a él le parece que está junto a su lecho y espera como un aletargamiento grave, que lo sustrae de una fría y desapasionada pesadilla.
Su cabeza traslúcida me deja entrever en el momento preciso en que se atormenta y va hacia un lugar ignoto, de desdibujados bordes y charcas de turbias inmundicias; unas carcajadas hirientes le acuchillan los oídos, los zapatos y el alma, hasta que las risas sarcásticas se alejan. Se tortura y ve con gesto de terror, los ojos de un monstruo que lo ataca hasta la orilla de la sofocación y la nuez de Adán sube y baja abruptamente. Se agita y las convulsiones lo disparan hacia espacios oscuros, donde espectros y zombies lo llevan de la mano por un túnel ominoso. Después se calma, dulcifica la mirada y el arrullo del agua salobre lo acuna, un pececito cómplice le guiña un ojo y un cardumen de rojos y rayas se alejan y lo dejan solo. La corriente suave le lava las lágrimas.
Estoy a su lado, acompañando con alma, con caricias, con comprimidos, con plegarias, a ese hombre de hierro que una vez fue, como si una turmalina, con pequeñas incrustaciones de hierro, debiera ser protegida, adorada y retenida, antes de que las esquirlas del cristal trisado me hieran.
Oye una voz suave que lo arrulla; una mano se distiende, fría y destrenza los dedos de una mano cálida que quiere retenerlo. Sus hijos lo rodean y un sopor medicamentoso los adormece. Ahora, su cuerpo yacente en la cama de hospital se sobresalta, cuando la ventana de visillos blancos se golpea una y otra vez. Afuera, el cielo es plomizo de tormenta y el viento sacude las hojas de otoño que pasan frente a su ventana. Sobre la rama de un sicomoro arrulla una paloma.
Abre sus ojos y ve a su lado la sonrisa de unos ojos que anticipan la sonrisa de unos labios calmos, que quieren insuflarle vida y curación. Luego los párpados se aquietan.
Amanece, y el lunes no es lunes, sino que es martes.

lunes, 31 de marzo de 2014

Tómate esta botella conmigo

-"Ultimo aviso a la pasajera Pérez Castaño, María Lucrecia: Debe abordar por la puerta Nº 9 el vuelo 3856 de Iberia con destino a Madrid". Último aviso" -los altavoces aullaban y corrí hacia el sitio. Tres hombres me interceptaron.
-Déme el anillo y aquí no ha pasado nada! -Era el Comisario Costas Jaritos y sus dos ayudantes. Sin chistar se lo dí y traspasé la puerta de embarque. Mis compañeros de ruta cuchichearon y se volvieron a mirarme, pero nada dijeron. Palpé en el bolsillo interior de la mochila y ahí estaba el perfume de flores silvestres.
Al instante me dormí.
Un sol radiante en el cielo diáfano. Las cabras ramonean en el sendero de los olivos añosos. Janis le ofrece dulces uvas y la observa como se admira a una diosa griega. Se siente Afrodita en ese paisaje idílico de amapolas y prados verdes. Un amor bucólico que la subyugó, ni bien decidió perderse de sus amigos  por esas callejuelas del barrio de Plaka, bohemio y sorprendente.
Plaza Syntagma, la mezquita del Partenón, la estatua de Atenea, el Teatro Dionisos... Culpa de Poseidón, pensó. El mar estaba picado durante la primera excursión hacia Mykonos. Ese mar de leyendas los sacudió con ganas y después ella no quiso continuar.
Fotografiaba el templo de Poseidón y la firma del poeta Byron en la última columna, cuando lo vio. Un dios griego la tomó de la mano y la guió para admirar el rojo sangre y los naranjas encendidos de la puesta de sol. En un inglés enrevesado se comprendieron. Pero mayor fue la atracción de esos ojos color de aceituna y ese cuerpo apolíneo, que ejercieron sobre ella tan extraña sensación.
Salmonete con verduras dispuestas en un gigante calabacín, vino rosado y pasteles de miel y almendras. Majestuosas vistas al mar. Bajaron y se besaron en la playa solitaria, nadaron y se amaron con descaro y sin mesura en la cueva de la caleta.
El trasbordador ya partía y corrieron como maratonistas. Las techumbres del caserío parecían plantadas en los prados verdes. Lambros, su padre, no lo esperaba y desc ansaba a la sombra de la parra. Kula, trajinaba en la cocina.
Un sacudón hizo que los pasajeros se colocaran el cinturón nuevamente.
Vio a Janis con ella en la taberna del Puerto de Pireo. Los músicos tocaban el boukouki, una larga mandolina y suaves melodías. El perfil del muchacho y su tez morena mostraban resabios de los turcos invasores. Un grupo comenzó a tocar un blues griego y luego, un toque de jazz. Ouzo como aperitivo, y albóndigas envueltas en hojas de parra.
Marilú sabía y no quería irse más... Sacude la cabeza a ambos lados y la azafata acude en su ayuda, de prisa.
-"Tómate esta botella conmigo..." -reconoció la voz ronca y embriagada de Concha Buika- ...que en el último trago me dejas...." Promediaban ya la botella de raki.
Janis salió apresurado a pelearse con dos parroquianos borrachos y regresó al tugurio. El puño ensangrentado estaba envuelto con la manga arrancada de su camiseta. Un perfume que olía a flores silvestres, y el anillo, en la otra mano.
Se quedó dormido; ella lo vio apoyado sobre sus brazos y le estampó un beso de despedida en la noble cabeza morena.
Vio que lo llevaban detenido por disturbios en la vía pública y por rotura del cristal de una joyería y perfumería. Se aferraba a la puerta del coche policial e insultaba. De un golpe en la cabeza enrulada, lo dominaron.
Marilú se sobresaltó y gritó tanto por los pasillos del avión, que otra vez la azafata se acercó para calmarla.
No sé si fue el carreteo del avión al aterrizar en Barajas, o el sonido del reloj en su departamento de Madrid, los que la despertaron. En el radio-reloj seguía cantando Concha Buika. Sentía aún el regusto a raki en su boca y el aroma floral en su cabellera. A un costado de la cama, están las maletas y en la mesa de luz, el boleto hacia Atenas, hoy a las diez y quince.

martes, 25 de marzo de 2014

Reportaje desangelado

A cuento de la presentación de un libro de poemas de una ignota poetisa, debí indagar sobre el sentido de las palabras para preparar la nota en la revista dominical.
La escritora se presentó a la cita con una demora considerable. Un dejo de irreverencia advertí en la ensoberbecida mirada; sus ojos duros eran revoleados hacia ambos lados con insistencia; parecían querer medir la aprobación de un público inexistente. De un pantallazo general, enseguida reconocí la pose. No, quizás estoy prejuzgando... la túnica blanca, cubierta de colgantes y pañuelos multicolores, la gorra con visera, puesta como al descuido y los aros enormes, todo, en su conjunto procuraban dar una imagen de bohemia, de artista combativa que protagonizó los sucesos del mayo francés del '68.
Al acercarse, su sonrisa era una mueca forzada, un simulacro de amabilidad, y se sentó frente a mí, en el rincón más silencioso del sector fumadores, que encontré en el bar.
-Cuando terminé de leer su poemario me dije: "Tengo que entrevistar a la autora" -y no le dije que trabajaba para la sección cultural de un diario, que de eso vivía, y que trataría de sonsacar tanta palabra críptica, por no decir vacía.
-Bien, aquí estamos -No me miró a los ojos, sino que miró sus manos, como buscando allí la respuesta a las preguntas que le haría.
-¿Ud. es diestra? Porque veo una dificultad en su mano derecha. ¿Túnel carpeano, quizás?- Ya tenía el diagnóstico: severa artritis en su mano derecha. Seguramente, a causa de llevar agarrado con fuerza, digo bien, agarrado con garras, un libro pesado debajo de la axila. Tal vez, las memorias de Simone de Beauvoir, o "La peste" de A. Camus. La imaginé más joven, transitando las calles cercanas a la Facultad de Filosofía y Letras, o trajinando por los bares de la Avda. Córdoba. Allá, por los '70, como tantos "estudiantes de sobaco", las mujeres iban a la facultad para conseguir novio, aunque exprimieran sus neuronas para que salga alguna gota de sabiduría y originalidad.
-Sí, soy diestra. Y escribo fervientemente mis borradores a mano, luego mi editor las pasa y corrige. Siempre hay que revisar.
-¿Se refiere a la forma, no al contenido?¿No es cierto?
-Sí -respondió parca, demorándose, reclinándose y exhalando una bocanada de humo a un costado de mi mejilla izquierda.
-Porque Ud. sabrá de los desvelos del escritor, "el oficio de poeta", como decía Pavese, y de los duendes que circulan por su mente saltarina, y de las musas que se resisten a aparecer... -su semblante era una tapa gris, como de pizarrón en épocas de paro, y no dijo nada.
-¿Leyó a Neruda?
-Sí, hace tiempo -en esa respuesta tan poco convincente, adiviné que eran bien escasas las lecturas de los grandes poetas.
-¿Conoce ese texto que habla de las palabras? -No me respondió y miró a través de los vidrios la garúa persistente.
-Hablemos de las palabras. Traté de hallar un eje en su poética, pero sin éxito. Sólo descubrí algunas que se reiteran. ¿Es común eso en los poetas?
-¿Por ejemplo? -inquirió desafiándome.
-encrucijada, recovecos, madrigueras, vestal, umbrío ... -y seguí enumerando hasta el aburrimiento.
-¿Es decir un fluir desacompasado de palabras que salen a borbotones? -me miró como para asesinarme y continué.
-En sus versos hay palabras que se aplican con insistencia, hasta con sobreabundancia, por ejemplo el adjetivo "desangelado/a" o el verbo "desangelar". ¿Podría explicitar, por favor?
-Los poetas queremos expresar la belleza utilizando recursos literarios, metáforas, comparaciones e imágenes, que el común de la gente no percibe - puso distancia en esa primera pregunta más incisiva. Porque yo quería sondearle a esa diosa artificial un poco de profundidad, rascando la superficie con uñas agresivas y venenosas.
-Y bien, ¿quiere decirme que los lectores llanos somos "desangelados"? -y seguí atropelladamente transcribiendo las expresiones que tenía marcadas: "el tiempo desangeló el otoño", "desangelado de amores" (casi le pregunto si ella hace el amor desangelada y sin protección), "recuerdo desangelado", "brilló desangelado"...
Me miró por primera vez a los ojos y pude leer también por primera vez su interioridad. Una mujer sola, desamparada, sin alegría, con amores fracasados, en suma, hueca y superficial, pensaba y ahora sí no me equivocaba.
-¡Ud. no entiende nada! -tomó su cigarrera, bebió de un sorbo, casi con violencia, su café, se colgó la cartera y se llevó el libro que había abandonado sobre la mesa.
Me quedé solo, viendo cómo la mujer se perdía entre la muchedumbre y se mojaba. Revisé las notas y las respuestas eran tan escuetas que pensé que sería una ardua tarea preparar la columna literaria. Debería acudir a palabras almibaradas y a expresiones halagüeñas... Mejor no, tomaré las palabras, las masticaré, me las exprimiré... y recordé "las persigo, las adhiero, las muerdo, las derrito... las agarro al vuelo, cuando pasan zumbando, las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto..." (Pablo Neruda en "Confieso que he vivido")


domingo, 9 de marzo de 2014

El viento. Los vientos.

Desde la playa, hoy se huele el viento de mar adentro. El rugido que se oye nos hace imaginar la lucha implacable entre Tritón y Poseidón. No es puro mito, me digo, cuando veo la resaca que queda entre la espuma. Caracoles rotos, algas podridas, cangrejos destrozados, pequeñas piedras, peces muertos, huevos y espinas de pescado, hasta el silbato de un guardavidas. Las aves enloquecen y los loros chillan desde la barranca.
Luego el viento cambia; el mar se sosiega y se huele a tierra. Ya viene un turbión que azota la cara y enceguece. Las dunas se mudan de sitio, se alisan, se estiran y se amontonan como cordilleras nuevas, vulnerables. Más tarde se calma y queda en el ambiente el aroma de las flores silvestres. Hay una brisa que acaricia y perfuma. Viene del campo el olor a estiércol, la frescura de las mentas junto a un arroyo, el dulzor de los frutales maduros. La piel se hace seda,  se entornan los párpados y se ve el cielo azul entre las nubes blancas y gordas que pasan. Se oyen los trinos y los graznidos de las aves marinas; son bandadas viajeras que van hacia el norte.
En esos instantes, una quietud de árboles y el silencio, me hacen soñar con la brisa suave que mece los trigales y peina la cabellera de las flores de lino. Un mar celeste, donde juguetean mariposas pequeñitas, que agregan colores de primavera a la tela que estoy pintando. Y no son las flores de Gauguin, ni las mujeres de Tahití; más bien se parecen a los nenúfares de Monet, y en el campo, las amapolas salpican de rojo la pradera.
Otra vez el viento comienza a rugir por el sur. Es un pampero que preanuncia la tormenta. Vuelan sombrillas, reposeras, baldes y los bañistas corren a refugiarse debajo de las marquesinas. Con el viento fuerte, cambia mi humor y a la tela idílica agrego negros, grises, rayas, relámpagos, estruendos y más violencia roja. Pinto un obús, un casco de guerra abandonado, una granada que estalla y un fusil que apunta a una luna desconsolada.
Luego huyo, rugiendo también yo, de furia, cuando la lluvia me castiga con total impudicia, y me empapa. Me desnudo y en un aullido lastimero hacia el cielo, me flagelo con una toalla mojada, y más tarde con una palma del techo de paja que se ha desbaratado. En un arranque de alienación y de lujuria, saco una navaja afiladísima y no me corto la oreja, como Van Gogh, tajeo repetidas veces la tela en medio del fusil y la granada, hasta caer de bruces sobre la arena seca y volante.
Gotas grandes, dispersas comienzan a precipitarse otra vez, arruinan mi pintura y sin permiso y sin secado, la herida de la tela se cubre de arena y ahora es una cicatriz burda que destila sangre, pus y llanto. Un hilo de sangre se diluye en mi boca y se va por la boca de tormenta. A ras del suelo veo que los implementos de pintura se dispersan en torbellino sobre los charcos, donde las burbujas se hacen más agresivas (va a seguir lloviendo con intensidad) Los colores, y los pomos, mis tarros y la paleta, van tiñendo la tarde y siempre cambiantes, están haciendo arte efímero.

El curador que ha inaugurado una nueva galería en el centro comercial, colocó la pintura de autor anónimo en sitio privilegiado. Ya el rematador bajó por última vez su martillo y la está vendiendo al mejor postor. Desde el exterior, un harapiento observa la escena y un guardián lo saca a empujones para que no arruine la velada, la vernissage y la amable conversación.
-Me asombra la textura que ha logrado en primer plano...
-Veo una mezcla de estilos que no puedo identificar...
-Ni tampoco la temática principal... ¿cómo habrá hecho ese costurón en medio del cuadro?

sábado, 1 de febrero de 2014

Tacones rojos

Los pies tienen memoria de un ritmo casi olvidado. Esos pies están calzados en unos zapatos de cuero rojo de estilizados tacos y punta fina; en la costura del talón, remata un moño, también de cuero rojo. El sueño de toda mujer es usar unos zapatos así.
Mirados desde atrás, y hacia arriba, se extienden tobillos delicados que sostienen piernas torneadas, que se mueven según el hombre la lleva ¡y la sabe guiar con maestría y galanura! Hay memoria en la rutina de los pies, y ella lo sigue.
De una falda negra de pronunciado tajo, asoma un muslo fuerte y aguerrido; al otro lado, la falda sugiere, solamente, y se adivinan caderas portentosas que continúan suaves, de una cintura breve. Un cinturón negro la ciñe a la perfección.
Hace un momento tan sólo, ella aceptó el convite, cuando un joven, entre tantos otros, le había cabeceado y fueron juntos al centro de la pista. No recuerda su rostro, aunque puede ver, girando, a las parejas en el salón. ¿El Folìes Bergere? ¿o el club social y deportivo del barrio?
Como no puede vislumbrar su rostro, porque ahora su mejilla está pegada a la suya, se anima a palpar su cabeza y siente cabellos engominados peinados con peine fino. El perfume que emana le recuerda el olor de la "Glostora" que usaba su padre, antes de ir a trabajar a la oficina. Una barba incipiente le raspe, entonces intuye que no se ha afeitado. Así es como recuerda el olor de la loción para después de afeitarse, que usaba el viejo cuando, mirándose al espejo, silbaba "Yo soy del '20..."
Una pierna fuerte de pantalón ajustado (lo presiente de terciopelo negro), se introduce entre sus piernas y la hace girar sobre su centro. Las baldosas en blanco y negro, como un tablero de ajedrez, (y ella se siente una reina) se desdibujan y el perfume de ese hombre la subyuga, más todavía cuando una mano, como un sello, se estampa en la espalda descubierta y los dedos largos de pianista dibujan circulitos en cada vértebra, y terminan en un caracol al final del escote, cerca del coxis. Un aliento cálido le calienta la oreja.
El tango terminó y ella se entera recién cuando el joven la aleja lentamente de su rostro, para observarla. Una mano le descorre el bretel, y con la otra, desde la nuca esbelta, le acaricia un hombro. El camafeo que adorna su cuello se desliza. La melenita negra, a lo "Edith Piaff", parece sonreir. Ahora ella lo ve con sus ojos grandes y negros de estupor, con las aletas abiertas de la nariz, con los labios rojos de corazón entreabierto, que dejan ver unos menudos dientes blanquísimos y una lengua roja, haciendo juego con el maquillaje. Los párpados se abandonan, sensuales, dejando que todos los sentidos hagan su parte.
Siente que una mano está sumergida entre sus muslos calientes y la otra se extiende para acariciar la espalda del muchacho, pero sólo encuentra una ausencia y la lisura de las sábanas gélidas a la derecha de la catrera.
Abre los ojos y le cuesta acostumbrarse a la claridad de la mañana. Ve el placard cerrado, la pared lisa, reconoce unos cuadros y en el espejo, las cortinas familiares y las pantuflas de felpa gris, una al lado de la otra, modositas, esperándola.

sábado, 4 de enero de 2014

Tritón sopló con furia.

Viejo marino. Marino viejo. Se había dormido con el cigarro en la boca y se había despertado con sus propios ronquidos. Ahora entrecierra los ojos para protegerse del sol abrasador. Mira el Rïo de la Plata desde la costa de Buenos Aires, mientras hilvana los retazos de sueño.
Navega por el Mar de Creta que está en calma; ya divisa una isla de ensueño, un pueblo de altura y el sol que se pone tras una cúpula imponente. Se serena el cuerpo ajetreado y la mente se sosiega, para retomar fuerzas, para enfrentar a Poseidón, si el mar comenzara a encresparse. Porque un navegante debe saber desafiar al dios, empaparse, sacudirse con las olas gigantescas de ese mar de leyendas. Se siente un semi-dios que comienza a sentir los soplos de Tritón o del dios Eolos y se prepara. Morfeo lo lleva por las islas Cícladas y las Jónicas. No quería ser un suplicante que estuviera al cuidado de los dioses protectores, tenía que probar la fuerza de los mortales, compitiendo con la fuerza de la Naturaleza, como una lid de dioses y de hombres.
Se zambulle y nada cansinamente. Iza las velas y pone proa hacia Siros, no sin antes beber largamente de su garrafa de ron, para estimularse y es Dionisos el que lo incita. De a poco, la lluvia mansa y persistente y el rayo de Zeus responde al irascible Poseidón. El mar se irrita y el solitario navegante no se amilana, se empeña con más fuerzas. Las olas no logran vencerlo, no acuden las ninfas ni las nereidas, ni se deja engañar por el canto de sirenas. Embiste las olas de lado, perfora las paredes de Hydra, se deja mecer por una ola larga. El cielo se estremece, el más está bravo y la lluvia lo azota. El solitario transpira y se esfuerza para salir del torbellino; como una daga lo traspasa y finalmente, se detiene. Cronos o Hermes, el mensajero de los dioses, ha acudido en su ayuda antes de que Hades lo lleve al reino de los muertos, en la Laguna Estigia. Pasa su mano callosa y aún palpitante por la frente sudorosa e interrumpe el delirio. ¡Aún está vivo!
Ha sido un sueño, afortunadamente; se recompone porque debe cumplir con su tarea. Observa las costas de Uruguay, adonde debe ir. No se divisa movimiento en Prefectura, la brisa es suave pero persistente, que viene del sudeste. Hay olor a lluvia, es la lluvia salada del Océano. Otra vez se zambulle en las aguas marrones del río, antes de partir; luego acomoda en la embarcación los pocos implementos, ajusta los aparejos, sujeta la cangreja a la botavara y pone proa al norte.
Una fuerza irresistible lo empuja, es el viento que lo lleva; es una compañía el bisbiseo en cada estocada sobre las olas. Ya está alejándose de la costa y el puerto de Olivos se ve chiquito. Tiene hambre; ha instalado el calentador sobre la sentina al reparo del viento y ha puesto carne, papas y un zapallo para el puchero. La vela se hincha, sublime y elegante.
Mientras fuma tiene tiempo de pensar que es la época de la cosecha de zapallos y la brama de los ciervos. Pone a resguardo la escopeta y cubre con un nylon la bosa marinera. De regreso traerá cigarrillos negros, de contrabando. Comienza el frío y unas gotas le mojan la espalda y la cabeza. Debe desatender el timón en busca del rompevientos. Ya hierve el agua y pronto tomará sopa para recuperar fuerzas. Cae el sol por el oeste ya, y el río, que ya es mar también se violenta cada vez más. No tiene manos para atar, ajustar y a la vez ir "achicando"con el balde, porque el agua empieza a inundarlo todo. Milagrosamente el fuezo resiste, pero no huele todavía el puchero.
Se estira, se aferra a un cabo, se afirma en sus piernas, cruje el palo mayor y se arrepiente por la manía de navegar solo, siempre. De reojo, ve caer la garrafa, se tumba la cacerola y se apaga el fuego. Habrá que cerrar la perilla del gas, pero no llega. Se extiene para alcanzar una papa que está rodando y la devora en dos mordiscos. Ha perdido el timón, se destrozó un motón y las velas flamean y se deshilachan. Tiene frío en las manos y gotas heladas le perlan la frente. Un chubasco arrecia, mientras navega al garete.
Tritón y Poseidón, por momentos expulsan carcajadas y se burlan. Zeus atruena y dibuja en el cielo oscuro cuchilladas de fuego. Luego ambos se calman. Contrariamente, el corazón del viejo se precipita, quiere salirse del pecho, cabalga, como cabalga la pequeña embarcación y se desboca, se tranquiliza y se sacude. Un empeñón más, y el barco embica brucamente en la costa de Maldonado.
-Estaba cargando zapallos en la carretilla y quise refugiarme de la tormenta, cuando vi restos de un barco sobre la playa y ahí lo vi. Debe haber muerto por un ataque al corazón. La sudestada ha sido brava. No encontré documentos, ni rol de navegación.
El cadáver tenía en su rostro una sonrisa plácida, como si soñara que lo transportan a lomo de burro en la isla de Hydra, que es un puerto chiquito. Hay mucho silencio y la piedra oscura de las construcciones medievales, parece brindarle la paz que necesita.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Cápsulas de energía

A la Comisión directiva del
Club Libertad:
                                             No tengo el agrado de dirigirme a Uds., aunque me veo obligada a hacerlo por los motivos que a continuación detallo:
                                                                   
Me pregunto si la edad es una limitante, si los adultos mayores ya deben ser reemplazados al no poder ser reciclados en otro objeto de uso cotidiano.

                                          Como Uds. sabrán, durante el fin de semana pasado sehan realizado competencias de natación a nivel provincial. Si bien he sido nadadora federada durante tantos años, en esta oportunidad se me ha aconsejado muy gentilmente, no participar en la categoría veteranas, por cuanto no ha habido inscripción de mujeres para competir.


 ¿Cuál es la medida? ¿Qué políticas lleva adelante el club y la federación, respecto del cuidado del cuerpo y de la mente? ¿En este ritmo acelerado en que vivimos, no hay que perder el tiempo? ¿Los viejos significan una pérdida de tiempo?
                                     
                                              Sin embargo, estuve presente durante el evento como espectadora, admirando a los niños y a los jóvenes en el cultivo de su cuerpo y de la sana camaradería.

Tiempo y sueño reparador... el zorzal en mi ventana me llama esta mañana, porque hay que disfrutar del día; el aleteo de un picaflor acaricia el terciopelo ajado de mis mejillas; un mangangá gordo ronronea sobre mis cejas y la sombra de mis pestañas abre una mirada azul hacia un horizonte también azul, que momentos antes ha dibujado un arcoiris hacia el oeste.

                                                 Seguiré apoyando a los jóvenes entrenadores que son maestros para modelar como la arcilla las mentes y los cuerpos, así como mi profesor me formó, y lo admiro.

Y allá voy, más tarde entre las flores frutales de la mañana y gozo de la vida, y sigo haciendo pie. Repaso la rutina indicada: cuatrocientos metros espalda, cien metros tabla, doscientos metros mariposa por parejas... A las siete en punto, piques y cronómetro.

                                                      Sin otro particular, no obstante, los saludo Atte., porque sé que esta disciplina, la natación, colaborará en elevar la autoestima, en moldear el carácter y la voluntad, así como mantener la salud de todos aquellos que se esfuerzan por el cuidado de sí mismos y de aquellos que aman.
Un silbido familiar interrumpe el sopor de la siesta, colgada en la hamaca entre el cerezo y el manzano.
-Abuela, nos anotamos para la posta americana.
-Durante una hora y media hacemos posta por 50 m. crowl cada uno y gana el equipo que complete más metros.
-Primero sale Joa, después Cande, luego vos, Agustina, mamá y de nuevo Joa...
-¡Qué te parece? Vamos a ganar!
-Mañana, a las once en punto!