sábado, 4 de enero de 2014

Tritón sopló con furia.

Viejo marino. Marino viejo. Se había dormido con el cigarro en la boca y se había despertado con sus propios ronquidos. Ahora entrecierra los ojos para protegerse del sol abrasador. Mira el Rïo de la Plata desde la costa de Buenos Aires, mientras hilvana los retazos de sueño.
Navega por el Mar de Creta que está en calma; ya divisa una isla de ensueño, un pueblo de altura y el sol que se pone tras una cúpula imponente. Se serena el cuerpo ajetreado y la mente se sosiega, para retomar fuerzas, para enfrentar a Poseidón, si el mar comenzara a encresparse. Porque un navegante debe saber desafiar al dios, empaparse, sacudirse con las olas gigantescas de ese mar de leyendas. Se siente un semi-dios que comienza a sentir los soplos de Tritón o del dios Eolos y se prepara. Morfeo lo lleva por las islas Cícladas y las Jónicas. No quería ser un suplicante que estuviera al cuidado de los dioses protectores, tenía que probar la fuerza de los mortales, compitiendo con la fuerza de la Naturaleza, como una lid de dioses y de hombres.
Se zambulle y nada cansinamente. Iza las velas y pone proa hacia Siros, no sin antes beber largamente de su garrafa de ron, para estimularse y es Dionisos el que lo incita. De a poco, la lluvia mansa y persistente y el rayo de Zeus responde al irascible Poseidón. El mar se irrita y el solitario navegante no se amilana, se empeña con más fuerzas. Las olas no logran vencerlo, no acuden las ninfas ni las nereidas, ni se deja engañar por el canto de sirenas. Embiste las olas de lado, perfora las paredes de Hydra, se deja mecer por una ola larga. El cielo se estremece, el más está bravo y la lluvia lo azota. El solitario transpira y se esfuerza para salir del torbellino; como una daga lo traspasa y finalmente, se detiene. Cronos o Hermes, el mensajero de los dioses, ha acudido en su ayuda antes de que Hades lo lleve al reino de los muertos, en la Laguna Estigia. Pasa su mano callosa y aún palpitante por la frente sudorosa e interrumpe el delirio. ¡Aún está vivo!
Ha sido un sueño, afortunadamente; se recompone porque debe cumplir con su tarea. Observa las costas de Uruguay, adonde debe ir. No se divisa movimiento en Prefectura, la brisa es suave pero persistente, que viene del sudeste. Hay olor a lluvia, es la lluvia salada del Océano. Otra vez se zambulle en las aguas marrones del río, antes de partir; luego acomoda en la embarcación los pocos implementos, ajusta los aparejos, sujeta la cangreja a la botavara y pone proa al norte.
Una fuerza irresistible lo empuja, es el viento que lo lleva; es una compañía el bisbiseo en cada estocada sobre las olas. Ya está alejándose de la costa y el puerto de Olivos se ve chiquito. Tiene hambre; ha instalado el calentador sobre la sentina al reparo del viento y ha puesto carne, papas y un zapallo para el puchero. La vela se hincha, sublime y elegante.
Mientras fuma tiene tiempo de pensar que es la época de la cosecha de zapallos y la brama de los ciervos. Pone a resguardo la escopeta y cubre con un nylon la bosa marinera. De regreso traerá cigarrillos negros, de contrabando. Comienza el frío y unas gotas le mojan la espalda y la cabeza. Debe desatender el timón en busca del rompevientos. Ya hierve el agua y pronto tomará sopa para recuperar fuerzas. Cae el sol por el oeste ya, y el río, que ya es mar también se violenta cada vez más. No tiene manos para atar, ajustar y a la vez ir "achicando"con el balde, porque el agua empieza a inundarlo todo. Milagrosamente el fuezo resiste, pero no huele todavía el puchero.
Se estira, se aferra a un cabo, se afirma en sus piernas, cruje el palo mayor y se arrepiente por la manía de navegar solo, siempre. De reojo, ve caer la garrafa, se tumba la cacerola y se apaga el fuego. Habrá que cerrar la perilla del gas, pero no llega. Se extiene para alcanzar una papa que está rodando y la devora en dos mordiscos. Ha perdido el timón, se destrozó un motón y las velas flamean y se deshilachan. Tiene frío en las manos y gotas heladas le perlan la frente. Un chubasco arrecia, mientras navega al garete.
Tritón y Poseidón, por momentos expulsan carcajadas y se burlan. Zeus atruena y dibuja en el cielo oscuro cuchilladas de fuego. Luego ambos se calman. Contrariamente, el corazón del viejo se precipita, quiere salirse del pecho, cabalga, como cabalga la pequeña embarcación y se desboca, se tranquiliza y se sacude. Un empeñón más, y el barco embica brucamente en la costa de Maldonado.
-Estaba cargando zapallos en la carretilla y quise refugiarme de la tormenta, cuando vi restos de un barco sobre la playa y ahí lo vi. Debe haber muerto por un ataque al corazón. La sudestada ha sido brava. No encontré documentos, ni rol de navegación.
El cadáver tenía en su rostro una sonrisa plácida, como si soñara que lo transportan a lomo de burro en la isla de Hydra, que es un puerto chiquito. Hay mucho silencio y la piedra oscura de las construcciones medievales, parece brindarle la paz que necesita.

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