Ése era el nombre del vapor que surcaba el Atlántico. Una vez que el capitán hubo reunido a todos los pasajeros en el salón comedor para indicarles que en horas del mediodía arribarían a las costas argentinas, Miss O'Donnell desprendió de su corset la carta de recomendación que llevaba prendida con alfileres.
Leyó nuevamente la dirección de sus anfitriones: Flia. Zaldívar Unsué, calle de la Piedad. Un ramalazo de entusiasmo y una mezcla de coraje y rebeldía, le hizo renacer las rosáceas en sus mejillas. La travesía había sido muy larga desde que su madre la despidió en el puerto de Liverpool, hacía ya casi tres meses.
-No necesitas trabajar, Dorothy. Tu título de maestra será bienvenido en cualquier escuela de Irlanda -le había dicho su madre. Pero ella no atendió los consejos, nisiquiera tuvo piedad de su madre viuda recientemente, que quedaría sola en su país, porque eran de muy alta estima los auspicios de éxitos que le había anunciado la directora del Liceo.
-Sabe perfecto castellano y es estudiosa incansable de la América del Sud, sin contar que viven en Buenos Aires unos parientes lejanos de la rama materna. -Un argentino, Bernardino Rivadavia había acudido al Reino Unido para solicitar un empréstito y otra demanda: seleccionar maestras para abrir escuelas en la Gran Aldea, como solía decir.
Dorothy rememoró esos momentos y confirmó sus convicciones. Sus ansias de enseñar se verían satisfechas a corto plazo y nada iba a impedírselo. Se aferró los invisibles para sostener su cabellera roja, impinó su naricita llena de pecas y fue hacia una de las barandas de cubierta. Todavía no podía vislumbrar la tierra que la esperaba.
El cielo estaba encapotado y se distinguían apenas unas manchas difusas. El capitán le había dicho que en Buenos Aires todavía no había puerto, por lo que el barco anclaría a pocos kilómetros en medio del río y después unas chalupas y paquebotes trasladarían pasajeros y bártulos hacia tierra firme.
Las aguas estaban encrespadas. Parecía el mar y ese color amarronado, seguramente no sabía a sal. El Río de la Plata es un estuario. Ella había estudiado qué es ese tipo de costa y también se había informado sobre la historia del incipiente país, al que estaba llegando.
Cuando el rumor de las tareas de desembarco y el griterío de órdenes a los marineros se hizo reconocible, ella fue a su camarote; se cambió el vestido arrugado y salobre, por otro de tono beige sobre varios pollerines; se puso una camisa blanca llena de alforzas en el canesú, que se cerraba hasta el cuello; se calzó los zapatos abotinados y se colocó con primor una capotita al tono, atada en su barbilla. Guardó en el baúl las otras pertenencias, su diario de viaje y el diccionario de español. Colocó con cuidado la carta ya ajada en la carterita de pana azul, junto con los datos de arribo y la carta de recomendación de su Liceo.
Miró desde el ojo de buey las aguas turbias y se dispuso en la fila para el traslado a tierra. Parece Londres, por la bruma, pensó. Pero la humedad en ese mediodía le dijo que se equivocaba. Su cabello encrespado ornaba su carita oval llena de inquietud y sus ojos verdes buscaron a la persona que estaría esperándola.
La chalupa en la que viajaba se zangoloteaba al ritmo de los remos y en la costa ya se divisaba una muchedumbre confusa. Caminó con paso inseguro por la pasarela de madera rústica, hasta que pisó tierra. Tierra, barro y charcos. Más charcos se arremolinaban con la brisa. Miró hacia el cielo para agradecer y en ese instante, los primeros goterones la refrescaron. Una voz varonil la sacó de sus pensamientos.
-¿Señorita Dorothy? Soy el primo segundo, Salvador Zaldívar Unsué, para servirle.
-Un gusto, primo. Estoy agradecida por la recepción.
Salvador tomó el baúl en un hombro y con su brazo libre y el capotón negro, cubrió la espalda menuda de la joven. Ella se dejó llevar, a la vez que, por el rabillo del ojo, vio que el muchacho, un petimetre de la alta sociedad porteña, la observaba con curiosidad.
-¡Fuera, mocosos! ¿No se dan cuenta que nadie les dio vela en este entierro, che? -Los negritos que ofrecían los servicios de acarreo, se hicieron a un lado y relucieron más sus dientes blanquísimos en la piel oscura.
-¿Qué será eso de darle vela en este entierro? -ella iba pensando y supo que tendría mucho más que aprender todavía.
-¡Cómo me voy a florear con esta prima en las tertulias y los bailes! -iba pensando el otro.
-"Gavilanes" -Eso había dicho la tía de Argentina, que tuviera cuidado, porque muchos le iban a "arrastrar el ala". También eso iba pensando Dorothy, mientras hacía sonar los zapatones en el empedrado de la calle de la Piedad.
Son relatos de ficción y de no-ficción, un poco autoreferenciales, algo fantásticos, con mucha verosimilitud,anécdotas escolares o reflexiones simples sobre temas tan clásicos como el amor, la familia, la educación, los medios o el trabajo.
domingo, 8 de septiembre de 2013
Nuevos horizontes
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viernes, 26 de julio de 2013
¿Descubrimos la alegoría?
Su nombre es así, sincero y abierto, porque es amigable y adora la naturaleza, especialmente a los gatos, respeta a las personas y disfruta de los placeres simples de la vida. Sólo por eso viajó a Berna.
Había algo que lo inquietaba, como una espina enterrada en la palma de la mano, como se incrusta una sanguijuela en la planta de los pies. Me acuerdo cuando una vez se le hincó una astilla de madera, mientras trabajaba en la obra.Otra vez se le llagarfon las manos en el trabajo duro. Pero siempre resurgió, como Fénix; porque él es capaz de similares superaciones, además, de montar su caballo alado para descubrir los misterios del firmamento, e idolatrar a la luna.
Han sucedido muchos acontecimientos en su corta vida. Se sumergió en el fondo del mar, recorrió los siete mares, como Ulises, profundizó en el Hades, probó el mundo y lo degustó, se zambulló en el inframundo, y también categorizó a sus pares, jóvenes como él, hasta en el horóscopo. Y persiguió sueños, buscando que los astros logren alinearse. Se montó a una nube para recorrer y disfrutar sus fantasías, atravesó tormentas, trepó a la montaña más alta, y después cayó, hasta embrutecerse como las bestias solitarias. Agachó la cabeza y subió cincuenta escalones, bajó otros cincuenta y volvió a subir y otra vez a bajar, cuantas veces fuera necesario, dijo.
Otras veces, es un Pegasus; otras, un Prometeo que robó el fuego de los dioses y voló hasta la cima del Monte Olimpo. Franco es así, inquieto, nostálgico y curioso.
¿Por qué no hay paz en el mundo? Consultó a todos quienes podrían ayudarlo, para satisfacer esa respuesta. No lo logró, porque en este mundo tan polifacético y global, hay que considerar todas las aristas, todos los aspectos, todas las circunstancias. Consultó a Freud por esa pulsión vida-muerte, por ese impulso vital que todos tenemos y por ese ansia que nos carcome, ante la posibilidad de la muerte. Concluyó que nuestra agresión podría empujarnos hacia la guerra, pero el ímpetu del amor la evitaría.
Interpeló a los científicos, porque en muchos casos, la ciencia favorece la vida, o la prolonga, y en otros, es utilizada para el mal, como la guerra, y pensó en Hiroshima y Nagasaki. Se asombró cuando leyó un artículo que contaba la historia de cinco científicos, ganadores del Premio Nobél. Ellos donaron su esperma a un banco de sangre, y por lo menos tres mujeres, fueron inseminadas. Querían tener hijos tan lúcidos e inteligentes como los Nobél. Se dice que doce mujeres están en la lista de espera, porque quieren concebir sus hijos con esas características, pero también con cuerpos atléticos, con ojos celestes, con nariz respingada... y no se consiguen dadores.
Supo también que la ciencia está estudiando el fenómeno de la "Eugenesia" para el mejoramiento genético, o para eliminar los desórdenes patológicos, y así, iban vagando sus pensamientos, hasta que llegó a Suiza.
Recorrió Berna, se detuvo ante el reloj gigante y observó al Dios Cronos; a la hora exacta vio al oso, al bufón, al gallo de la veleta. Eran las doce del mediodía. Pasó por Kramgasse , y al llegar al número 49, ingresó. Allí estaba la casa-museo de Albert Einstein. Vio fotos familiares, reconoció a su esposa Mileva, a sus hijos, y descubrió el hogar humilde donde vivía, los muebles y los objetos más preciados, su violín. Para su sorpresa, no encontró lo que buscaba. Nada había de esas interminables epístolas entre él y Freud. Él , considerado el fundador de la concepción filosófica, moderna y científica, el creador de la teoría de la relatividad y un defensor destacado del valor de la paz en el mundo.
-¿Qué haremos para liberar al ser humano de la locura de la guerra?
-No se puede detener ni prevenir la barbarie -le contestaba la otra eminencia. Ambos, el físico y el psicólogo, no encontraron respuestas y sobrevino la guerra y otra vez, la ciencia era utilizada para el mal.
Salió del apartamento, ajustó su mochila, se encasquetó la gorra, deslizó la visera hacia un lado y bebió el agua pura de la fuente del ogro. Regresó por Kramgasse y se dirigió al centro histórico. Cruzó Bundesplatz y se encaminó hacia el río Aare. "Kaffe und kuchen". Las letras titilaban en la marquesina. Afuera, los viandantes gozaban del día espendoroso de primavera. Ninguno de ellos tenían las preocupaciones que a Franco hostigaban.
Vio cómo las familias y las madres acompañaban a sus pequeños en la plaza del ajedrez, donde los niños movían las grandes piezas. Otros reían, mientras se divertían en los juegos del parque. Las flores y los brotes nuevos se alineaban en perfecta armonía en los jardines. La vida nueva y el renacer de los tulipanes parecían competir con la belleza de los Alpes nevados, iluminados por el sol, allá a lo lejos. Se acomodó en la baranda para ver el río fluir con pacífica calma.
Ël había visto a grupos de empleados que bajaban al parque y se acomodaban en los bancos mirando el río, para compartir la comida en el receso del mediodía, o a los estudiantes y los viejitos, leer al sol.
Algo inquietó a Franco. El estaba percibiendo que una mirada escrutadora le atravesaba la espalda. Se dio vuelta con lentitud y ahí la vio. El sol, o un halo angelical resaltaba su belleza rubia. Ella bajó la vista de reflejos azules y sonrojó aún más sus cachetes colorados, cuando el muchacho la miró con esa mirada marrón café, abarcadora, que parecía desnudarla. Su amplia sonrisa seductora le decía: "No disimules, que te descubrí".
Se acercó, su ubicó a su lado, la vio comer con parsimonia y luego, porque las palabras de lenguas diferentes no tenían lugar, él la tomó de la mano y partieron. Los senderos inundados de sol los acompañaron en la travesía que iniciaban y auguraron un amor que nacía.
miércoles, 17 de julio de 2013
Mensaje a mis seguidores
Hola! Veo que muchos de mis lectores están distribuidos en buena parte del mundo. Me siguen desde mi país, Argentina, por supuesto, USA, Alemania, Rusia, España, Francia, México, Colombia, Venezuela, Rep. Dominicana, Perú, Ecuador, Venezuela, Brasil, Chile, y también del Reino Unido, Bélgica, y hasta de Singapur.
Me alegra sobremanera, aunque me gustaría comunicarme con Uds. de alguna manera, a través del blog.
Quiero contarles que hay un libro publicado el año pasado por Ed. Portilla, de Florida (USA) editado en castellano, "Mundosilvia", y que podrán verlo en Amazon.com y si les interesa, solicitarlo.
Un abrazo a todos.
Lilián
Me alegra sobremanera, aunque me gustaría comunicarme con Uds. de alguna manera, a través del blog.
Quiero contarles que hay un libro publicado el año pasado por Ed. Portilla, de Florida (USA) editado en castellano, "Mundosilvia", y que podrán verlo en Amazon.com y si les interesa, solicitarlo.
Un abrazo a todos.
Lilián
viernes, 5 de julio de 2013
Una anémona se disculpa.
No sabía que le había hecho mal, señorita. Si bien en un principio quise lastimarla, porque había estado observando cómo, prendida a una roca, usted molestaba a mis hermanas, las anémonas. Con una piedrita alargada, o un manojo de algas, usted arrimaba eso o algún otro objeto, para ver cómo ellas cerraban sus filamentos hacia adentro, entonces se reía y disfrutaba de su picardía.
Usted estaba ahi, con su malla a rayas, nadando entre los pececitos de colores, los rayados gorditos y chatos, que eran los que más le atraían. Se hundía metiendo su mano para acariciarlos, o sino, atraía a los pequeñitos traslúcidos, con un trozo de banana. Yo la veía sonreír y alejarse a la vuelta de la caleta. Ahí estaba arrojando miguitas de pan, usted adelante y cientos de peces ángel se disputaban el botín, arremolinando las aguas transparentes.
Luego se acomodaba el snorkel, miraba desafiante a los guardias del final de la playa, y nadaba, a grandes brazadas para cruzar hasta la costa de la Puntilla. Un silbato la hizo detener, ¡uy! y yo escuchaba la amable perorata que la hizo retroceder. "No se puede cruzar ahí, señorita. Deberá cruzar con la embarcación que parte desde la punta del manglar". Ahí, entre los cangrejos y las aguas estancadas habían quedado las ojotas olvidadas en la playa y que el día anterior usted había olvidado.
Yo no quise hacerle daño, repito. La observé irse hacia la playa para hacer los ejercicios que proponía la compañia de entretenimiento, o para bailar con sus amigas debajo de las palmeras. Un baile raro, me pareció. Después supe que era el cuartetazo. Usted empezó a rascarse los dedos muy enrojecidos, hasta asustarse, cuando su mano se iba hinchando y se debilitaba su muñeca izquierda. Eso no le permitió bailar los otros ritmos en la playa.
Luego vi cómo el artesano la quiso conquistar y le ofreció bucear más allá de los manglares, entre los corales rojos, pero usted dijo que no. Seguramente imaginó que ése era un mal bicho, entre los otros bichos del Caribe. Y su mano estaba roja y no podía sacarse el anillo de coco. Yo no quise hacerle daño, señorita, sólo quise acercarme con mis extremidades para atraerla hacia mi mar, tan transparente y seductor. Le pido disculpas, sepa usted aceptarlas. La espero una próxima vez aquí, en la playa de Barú. Me las ingeniaré para atraerla sin rozarla con mis extremidades urticantes.
-Te perdono, anémona y prometo que volveré -Despeja su oreja y no escucha más. Deposita, sobre el estante de los objetos amados, la caracola tersa, puro nácar, que Alcides, el artesano le había regalado, a cambio de la gorra blanca con visera, que tanto a él le gustaba. Supo después, que cada vez que tuviera nostalgias del Mar Caribe, arrimaría su oreja a ese caracol de la isla.
Hoy siente otra vez nostalgias, mientras ve por la ventana el caer de las primeras nieves y sale a trapar copos en su mano, en su boca y en su retina.
miércoles, 3 de julio de 2013
Estampas cartaginesas
Hoy es un día festivo en Cartagena de Indias. Ya anoche fue una fiesta el recorrer la ciudad amurallada en "La consentida", la chiva de la parranda. Todavía me dura la resaca, me pesan las sienes y los párpados de tanto ron y tanta algarabía. Todavía retumban en mis oídos los ritmos valletanos del baile desprejuiciado, las risas, las bocas lascivas y los dientes de marfil. Entonces decidí caminar por el barrio de Getsemaní, el bastión que los independizó del asedio español y sus rapiñas.
Es la zona bohemia de la ciudad, su arrabal. Marito, el vendedor de pan de yuca y arepas con huevo me cuenta. "Te comparo con las flores, la más verdadera, prenda de mi corazón"- voy silbando la canción.
-En estas pocas cuadras se asentaron los africanos esclavos que lograron escapar del yugo. Mi bisabuelo decía que allá, en la Calle de la Sierpe, un grupo de héroes, y mis parientes, entre otros, armaron la turbamulta que depuso, en 1811, la dominación española. Getsemaní significa barrio de la expansión, también llamado "Media luna".
Había leído que ya en 1539 aquí confluía un núcleo de población no hispana, nativos y extranjeros. Más allá de la independencia, y cuando sus países se vieron amenazados, arribaron inmigrantes libaneses,árabes, sirios y palestinos, quienes vinieron a añadir sus costumbres y el oficio de comerciar toda clase de adminículos vernáculos, y no tanto. Veo artesanos negros, descendientes de los reductos esclavos que huyeron de las plantaciones, donde eran explotados, supongo.
A esta hora de la mañana, cuando el sol aprieta y el bochorno calcina la piel y el entendimiento, la intrincada urdimbre urbana, la tramoya citadina, los tahúres, los drogadictos, los ne-revolucionarios, los poetas y los traficantes, empiezan a deambular entre los perros callejeros. Ahora están ofreciendo, trocando, fumando y riendo, con la alegría de vivir la ciudad. De las ventanas de las casas de todos los colores, las señoras sacuden y palmotean las sábanas del amor.
-¿Quién es aquélla? -pregunto y señalo hacia el callejón de Vargas.
-Ésa es la Carmelina, que vende su cuerpo a toda hora y hace pactos con el diablo -Es una mujer morena de infinitos pliegues en el rostro, aunque conserva en sus ojos la vivacidad de la raza. Adorna su cabeza con flores y frutos. El colorido de su atuendo es capaz de imitar a las mariposas de la selva, que atraen por su belleza.
Me siento en un bar del Baluarte de San José. Pido una limonoda con agua de coco y observo a un pájaro negro y bullanguero de plumas brillantes. Divertido, va de rama en rama, hasta que se acerca a una de las mesas para curiosear. Luego sacudo sus plumas en el estanque. El mozo, que ha seguido la trayectoria de mi interés, me dice que lo llaman "María Mulata", y que todos vienen desde el manglar de la Isla de Manga. Hasta le han hecho una escultura, camino a Bocagrande.
-Ah!, igualito al trago. Pero hoy no, al menos por ahora, no beberé más ron -El olor de la fritanga viene de la calle y me despierta el apetito.
-Sírvame, por favor, una sopa de pescado y una mojarra con patacón y pan negro de banana.
Debo tomar nota de todo aquello que voy conociendo, de las historias, de las leyendas y de sus personajes. Circulan por las callejuelas, hombres con mamelucos. Son los del barrio delo Mamonal, supongo, y van como si sus overols se hubieran adherido a la piel. Y marineros y estibadores, también turistas y botones de los grandes cruceros, que descienden desde el terminal marítimo.
-Dígalo nomás, brodercito. Anímesele!
-Pero qué ricura, mamita. ¡Qué negrita más sabrosa!...
-Si he gozado la noche de la salsa y de la rumba, si la he bebido completica, si he andado sola y acompañada, salgo ahora, atolondrada, a meterme entre el barullo de la gente -contesta ella, como al pasar.
Desde el cerro de la Popa, recreo la leyenda del Cabrón. Así le decían al cura de la congregación de los agustinos, que se había enojado cuando veía a los indígenas y a los esclavos haciendo sus celebraciones con bailes, fuego y carbón. Macumbas y danzas diabólicas, tan alejadas de los propósitos de la evangelización. Entonces, en un exabrupto, arrojó al vacío, desde las murallas del convento, un cetro de cincuenta kilos de oro. Dicen que no era macizo, sino sólo recubierto de oro. Sin embargo, y habiendo caído en la cuenta de la pérdida, mandó a buscarlo en el fondo del precipicio. Tal era la avaricia y la incomprensión. Veo en las laderas del cerro, casas humildes, abigarradas y coloridas que se esfuerzan por no caer más, y muchos niños que bajan a la ciudad.
El convento de la Popa fue construido en los inicios del siglo XV. De estilo colonial, alberga a la Virgen de la Candelaria. Su altar, de estilo mudéjar, fue laboreado con madera recubierta en laminillas de oro y fue traído desde Sevilla. Imagino el andar de buque, galeones y carabelas surcando el Atlántico para transportar el oro de América. Cuento esto para ir aproximándonos a las historias de piratas y filibusteros, que luego relataré.
Enfrente, la Laguna de Chambacú, antes virgen. Ahora, contaminada por los desechos industriales del Mamonal. La ciénaga de la Virgen es un pantano ya recuperado, al que han realizado procesos de desalinización y potabilización del agua.
La avenida principal, Pedro de Heredia, el fundador de la ciudad, nos lleva, a los otros periodistas y a mí, hacia el fuerte San Felipe y Barajas, razón de ser de la ciudad amurallada. Cartagena fue el principal puerto, donde se guardaban los tesoros de oro, plata y esmeraldas, que después eran enviados a España.
Me interno en el túnel del tesoro e imagino las ciento ochenta embarcaciones ancladas en la bahía, cuyos hombres estaban listos para atacar. ¡Al abordaje! -gritan con salvaje osadía. Hay casamatas, pasadizos, celdas, ventanucos, torres de observación y cañones apuntando hacia el mar. Corsarios ingleses, franceses y holandeses se disputaban las riquezas. El mayor saqueo fue en 1615, cuando Francis Drake invadió la ciudad. A partir de allí se decidió construir la muralla, que tardó años y cuenta con once km. de longitud. Dicen que piratas franceses robaron once millones de onzas de oro, que llevaron a su rey, Luis XIV, quien terminó de construir el Palacio de Versalles. El fuerte y la muralla llevan ese nombre en honor a Felipe IV y al conde de Barajas.
Mira al norte la India Catalina, hacia el Corregimiento de Galera Zamba, y tiene su estatua. A poca distancia, la Plaza de las Bóvedas, donde los españoles guardaban las provisiones y las armas para defenderse de los atacantes.
-¿Por qué? -indago.
-Catalina, la hija del Cacique Zamba, de los indios calamarí, tenía catorce años cuando en 1509, el explorador Diego de Nicueza la raptó y fue conducida a La Española, actual República Dominicana. Allí fue evangelizada. A los treinta años, la regresaron a Cartagena, para oficiar de traductora. India Lengua, le decían. Fue intérprete del fundador, Pedro de Heredia.
-Y ahí viene la historia controversial -agrega un guía desocupado, que se protege a la sombra del monumento.
-Porque Heredia la llevó ante el Cacique Zamba, y tras una gran matanza de indígenas, los sobrevivientes se sometieron. Casaron a Catalina con el sobrino de Heredia y se fue a vivir a Sevilla, de donde nunca más regresó.
-¡Ah!, ¿por eso dicen que fue una traidora?
-De alguna manera volvió, porque le rinden honores. Sí, este monumento fue erigido algunos metros más allá, y luego trasladado a este lugar, para construir el sistema de transporte "Transcaribe", que vemos hoy.
-Recuerde, amigo, que hubo marchas y protestas por tal traslado. Algunos sugerían derribarlo definitivamente.
-El escultor, don Eladio Zambrano, se opuso firmemente.
-Son las grandes discusiones políticas según el transcurrir de la historia. Sucede algo similar en cada país de nuestra América.
-Fíjense, yo vengo a cubrir las notas del Festival Iberoamericano de cine y acabo de enterarme que la estatuilla que entregan, es la figura de la India Catalina. ¡Qué jaleo!
Me alejé pensando en eso de las conquistas, del poder, de las muertes injustas, de la riqueza, de las rebeliones, y al fin de cuentas, de lo efímero de las cosas. Pasé por la Calle del Curato de Santo Toribio. Un paredón color durazno rodea la mansión de García Márquez. Un guardia de seguridad vigila y me imagino al Gabo negociando con Mick Jaegger el precio de la residencia.
-Y yo sin "blancas"...
Paso por el Hotel Santa Clara y se oyen los tamboriles de Totó, la Mamposina.
-Y yo sin "blanca"...
Ya me había despejado y entré a una taberna sombría.
-Un María Mulata, con hielo, por favor.
¡Pensar que en todo este tiempo no me dediqué a averiguar quiénes son los postulantes del cine iberoamericano, que esta niche serán reconocidos con la estatuilla de la India Catalina!
La Carmelina, la María Mulata y la India Catalina, aún están rondando mi cabeza. Tarareo una conción... "Porque las lluvias eran verdes y la tierra se vestía aún de fiesta, es bueno meter los pies dentro del barro"
Yo veo en torbellinos la bala de cincuenta kg. del Museo del oro y el torso desnudo de los buscadores de oro en el río Cauca. Giran las imágenes, la negra prensa inglesa que fabricaba monedas (¿y el respaldo de la moneda de curso legal?) ¿Cuántos colombianos me dan por cien dólares? ¿Y por cien euros? Y las esmeraldas en bruto, y las joyas...
-Amigo, es la hora del abordaje.
-Vamos por la Calle del Arsenal, entonces.
-Allí encontrará niñas esbeltas, como la India Catalina, caribeñas de muslos de ébano, gordas de Botero... Hay para todos los gustos.
-Busco una niña de ojos de esmeralda, ¡aunque tal vez me encuentre con una anaconda, amigo!
"Te comparo con las flores, mi Carmelina, la más verdadera prenda de mi corazón" La parranda ya empezó.
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jueves, 27 de junio de 2013
Leticia
Aunque estaba tan sorprendida y zangoloteada por el calor y los insectos, pude reconocer el cruce de corrientes donde saltan los delfines rosados. La embarcación se detuvo, y con ella, el ruido de los motores. Antes no podía descifrar las palabras que salían de la boca de mis amigos. Ahora, después que un pajarraco renegado vino en picada y me picoteó la cabeza rubia, hasta hacerme salir la rabia contenida, recién ahora puedo presentarles a mis acompañantes. Vicente Patiño, Joaquín Piedras, Pedrito Benalcázar, todos ellos de Cali, y Kapax, el Tarzán colombiano, de la población más cercana.
Los desfines jugaban a ambos lados y yo sé que se reían de mí, porque en ese momento quise transformar mi furia y mi histeria en romanticismo, cuando recordé la noche en que conocí a los muchachos. El ritmo de la bachata dominicana hizo que los pies me hormiguearan, y mi cabecita romántica era un mero pote de miel y miles de abejas venían a libar de mi dulzura, igual que cuando apareció tan de repente el ingeniero peruano, que me enamoró. Él le fue infiel a su esposa y me hizo sentir que miles de mariposas multicolores aletearan en mi estómago.
-Nunca vi unos ojos tan claros, como cristales de esmeralda -me dijo y yo vi sus ojos marrón café, miré su cuerpo fuerte y me dejé abrasar en sus brazos protectores.
Ahora me acuerdo de la novela que vi una vez por televisión, "Mujer con aroma de café" o viceversa. Se me borran las imágenes de antaño. "Café con aroma de mujer". Sí, que sucedía en el eje cafetero, creo. Si mal no recuerdo, nuestro encuentro y el enamoramiento fue en la isla "Fantasíame, mi amor".
Desde la costa, un guacamayo nos observaba en lo alto de un tangarana de flores rosadas, cubierto de hormigas que formaban ríos negros, hacia arriba y hacia abajo. Embicamos en un muelle y divisamos la maloca de la comunidad ticuna. En el centro, mujeres aún jóvenes pegaban alaridos lastimeros y saltaban sobre el piso de tierra apisonada. Supe después que eran las abuelas que danzaban con adornos de plumas. Trajeron un herido en una camilla improvisada, que se había cortado con un machete en la zona de cultivos. Los niños lloraban y hombrecitos color del café seco corrieron a refugiarse bajo el techo de palmas, cuando una lluvia intensísima estuvo lavando la cara de la selva y gruesos goterones se colaron por el techo. Uno de ellos, el más ágil trepó por un palo y acomodó la techumbre. No más goteras. El bailoteo continuó en un ritmo más alegre, para agradecer la lluvia y para pedir por la salvación del accidentado.
Cada vez estoy mejor, y más despejada mi mente. Aparecen las imágenes de nuestro recorrido la noche anterior, río arriba, cuando comenzaba a oscurecer por el Canal de Gamboa. Habíamos ido a escuchar los sonidos de la selva, el croar de las ranas, el chillido de las aves nocturnas, y a ver los ojos amarillos de los caimanes. El motorista y el guía son expertos conocedores del lugar y del ambiente acuático. Para mostrarnos su saber y el orgullo por su lugar, iluminaron con reflectores las aguas que se internan en la selva. Un osito perezoso colgando de una rama, una serpiente de tonos rojos, confundiéndose con las lianas, una tarántula que se hacía la distraída, y hasta un caimán pichón atraparon para mostrarnos sus dientes que están creciendo y para que palpemos su piel áspera. Silenciosas y negras canoas cargadas con bultos pasaban a nuestro lado, río arriba, río abajo. Contraband hacia y desde Tabatinga, en Brasil, me contaron. Friña, porotos, arroz y moneda extranjerea. Ahí fue, cuando anoche accedí a comer una fruta dulce y sabrosa.
-Junto con el fruto ha mordido una porción de hongo alucinógeno -me explicó Kapax.
-Le cuento, Leticia. Me cansé de abogar por la integración de los países limítrofes con Colombia. Todavía están en esos cabildeos. ¡Una vaina! -Una rosa china de flores rojas me sonrió y él continuó contando su cruzada - Nadé por el Amazonas durante un mes y siete días. Llegué hasta Puerto Nariño, donde capturé una anaconda, que era pequeña; la domestiqué y alimenté hasta que llegó a pesar cuarente y siete kilos, y a medir cinco metros de largo. Era la delicia de los niños, a quienes eduqué para que no se atemoricen. Ellas, las anacondas, no son violentas si se las deja vivir. Y eso hice, anduve por las escuelas entre los niños curiosos, hasta que la intendenta del centro de protección a la fauna, me obligó a abandonarla en su hábitat.
Llegamos a la Isla de los Micos. Nos recibe Nabil, nativo de esa comunidad y nos cuenta la leyenda de la anaconda.
-¿Por qué lo llamaron así? ¿Qué significa Nabil? ¿Es un nombre árabe? -le preguntó Vicente.
-Mi padre llevaba ese nombre de fantasía, cuando hace setenta años trabajó para los narcotraficantes de Cali. Significa "puerta del sol".
-Justamente, porque los usuarios de la droga, lograban ver el sol en plena noche -Joaquín acotó y sus dientes relucieron mucho, al par de sus ojos que rieron con picardía -Hoy parece que está calmado ese comercio -afirmó- Conozco un mozo del bar que se llama Nixon, y como no le gusta ese nombre, a su primer hijo lo bautizó Samuel.
-Resulta que la anaconda es la madre de la tierra, porque Ayahuasca, que es mujer, se unió a Yahé, que es varón. Ella se convirtió en anaconda y él, en planta. Es por eso que la anaconda deambula de noche por la selva para alimentarse, y de día se protege debajo de las plantas acuáticas, de los gramalotes, y las hojas redondas de las Victoria Regia.
A pocos metros cae, de repente, la rama de un higuerón, derribada por las termitas.
Vamos regresando porque ya es la hora del ocaso. Un mango maduro cae a mis pies, alegre de mi presencia en el mundo actual y entonces veo la población que llamaron Leticia. Nos apuramos para ver el espectáculo de los pájaros que llegan a un punto de la plaza de la población ribereña. El cielo azul está tachonado de pequeñísimos puntos negros, que van agrandándose a medida que se acercan. Son los pericos y las golondrinas que provienen de diferentes sitios.
-Llegan para descansar a este lugar- relata un funcionario del municipio- Y mañana a las cinco de la madrugada, nuevamente vuelven a la selva para alimentarse.
Ya sentimos una especie de tortícolis, de tanto mirar hacia arriba, más que pájaros parecen enjambres de abejas o de hormigas voladoras.
-Hace más de cuarenta años que las miles de bandadas vienen aquí.
-¿Por qué eligieron este preciso lugar?
-No lo sabemos, pero parece que aquí están a gusto entre nosotros, que no los molestamos. El chillido se hace más intenso y bajan en picada desde todos los ángulos. Los árboles quedan negros de pájaros, que se acurrucan unos al lado de los otros.
Bajo mi cabeza, y veo la estatua de la india cargando plátanos y veo al pescador con su lanza. Siento que se me desorbitan las córneas, se me descarnan las plantas de los pies, se me incrustan astillas en mi costado, se me despelleja el alma. Tal es el cansancio. El funcionario señala hacia el centro de la plaza y todos hacemos esfuerzos para entender lo que nos dice.
-Nos encontramos ante un problema ambiental. Allá hemos tenido que talar varios árboles, que se han secado por la acidez de los excrementos -Hay ahora en el ambiente un olor ácido y fétido; los excrementos cubren como una alfombra los bancos de la plaza, el parque y los senderos- Estamos investigando y haciendo estudios científicos para definir el rumbo del programa.
Los muchachos siguen el espectáculo y se interesan por el tema. Yo no recuerdo, o no conocí estas historias, pienso. Ruido de motocicletas viene desde la calle principal y se ven en primer plano las camisetas amarillas.
-¡Colombia! ¡Colombia! -se acompañan con los bocinazos, dan la vuelta a la plaza e interrumpen la misa vespertina.
-¡Deberían tener vergüenza los peruanos, qué goleada, cabrones!
-¡No festejen que todavía falta el partido contra Brasil, conchudos! -de una vereda a otra siguen insultos y gesticulaciones.
Los vendedores de plátanos y banana seda ya cierran sus puestos y dejan montículos de hojarasca y fruta podrida al costado de la calle. El vendedor de pollos y cerdos asados apaga su fogón y la chiquillada sin camiseta se arremolina para ver el espectáculo. Algunos borrachos de andar zigzagueante se van arrimando.
-¡Circulen, señores! Serán arrestados por disturbios en la vía pública -unos policías retacones empujan a los pendencieros y también a mis amigos. Quedo sola en una esquina.
-¿Me regala su documento, señorita? -y yo niego. -¿Me regala su firma? -y yo niego. Yo le colaboro, señorita -ruega después.
Yo no puedo decirle que soy indocumentada, que soy Leticia Smith, la amante del ingeniero peruano Manuel Charón, que fundó la población en mi honor en 1867...
-¿Y si le regalo una sonrisa?
-Así está mejor - me dicen satisfechos y se van a controlar los desmanes en los bares de la ribera.
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martes, 4 de junio de 2013
La víe en rose.
El puente de Aleixandre está cortado en ambos extremos. Hay manifestaciones; unos, en defensa del matrimonio gay, y otros, "par contre"
En las puertas del bar "Le procope" del Quartier Latin, circulan los turistas. Se detiene porque le llaman la atención los retratos de tres hacedores de la revolución francesa. Ella mira, alternativamente, la carta publicada en el ingreso, y la calle de la Antigua Comedia, donde tres chicos bailan hip-hop, espectáculo a la gorra. Le entusiasma el aroma que despide la exquisita cocina francesa y se le hace "agua la boca" el gallo al vino, aunque los precios la desaniman, tanto que ya se le está pasando el hambre.
Por el lado del teatro de la Opera, viene zigzagueando, copa en mano, un alemán que destila alcohol por todos los poros, y de su boca salen palabras gangosas e ininteligibles. Ella piensa "Tengo que ingeniármelas para conocer la historia que se guarda entre las paredes del "Procope". Una intriga le pincha la piel, al tiempo que la curiosidad le hace rasgar esos retazos de historia, que parece vibrar todavía en el ambiewnte, mientras el rostro adusto de Danton, Marat y Robespierre la observan.
-Pardon ¿Por qué se llama "Le Procope"? -En un impulso desmedido, le pregunta al mozo que está atendiendo a unos comensales en la vereda.
-Es por Procopio dei Coitelli, un veneciano que fundó este mismo restaurante en 1686.
Se queda pensando y escudriñando el interior, donde alcanza a ver un retrato de Voltaire, y al lado, un homenaje al banquete de los poetas.
La pareja de simpáticos franceses, que parecen habitués de Saint Germain des Pres, al notar su interés, la invitan a su mesa. Ella, maquillado al estilo María Antonieta, viste, sin embargo, ropa cara de las Galerías Lafayette. Él es un apuesto anciano parisino que apoya la galera y su bastón en la silla contigua.
-Sí, acepto. Sólo quiero conocer anécdotas de la historia de la revolución francesa, esos detalles que me servirán para motivar a mis alumnos en las clases de historia.
Él, monsieur Sarraute, se presenta y agrega que es pariente lejano del poeta; ella, Marie Louise, despliega toda la telaraña de arrugas en su rostro blanco, se limpia cuidadosamente los labios rojos , y sonríe con los ojos azules pequeños.
.Brindemos por este encuentro -dice monsieur.
Ella bebe con moderación, pero por momentos se extralimita al escuchar con atención esas sabrosas historia.
Se dice que aquí se reunían los principales políticos, periodistas y escritores. Era habitué en aquella mesa, Monsieur Diderot, que escribió los manifiestos de "La Enciclopedia", y también Monsieur Guillotín, quien creó ese verdugo mecánico. Se sentaba en aquel rincón, para dibujar.
-Eran todos jacobinos, al parecer.
-¿Sabes por qué se llamaron jacobinos? Porque todos ellos se reunían en secreto en el convento sobre la calle San Javobo, hasta que la Guardia Nacional los descubrió, entonces venían a comer aquí y a tramar sus intrigas. Era el Club de los Jacobinos.
-Que se unieron a los "Sans culottes" en contra de los girardinos -ella aporta- Todo eso dice la historia, y además aprendí algo más en el Palacio de Versalles.
-¿Has visto el Palacio de María Antonieta? -pregunta Marie Louise, la de los ojos sonrientes -Dicen que era una mujer muy dilapidadora de la riqueza, que se hizo construir un palacio en los jardines de Versalles, porque no soportaba tanta servidumbre deambulando por palacio. Sin embargo, muy pocas veces lo habitó.
-Lo cierto -continuó él- es que Francia estaba passando por una crisis financiera muy profunda, había descontento social y desestabilización política -Ya su voz estaba tan gangosa, como la del alemán de la calle. Las expresiones en francés se hácian cada vez más agudas - Tráiganos, una creppe de orange y chocolate, garzón.
-Y después, tú sabes, el asalto a la Bastilla, Luis XVI y su familia, huyeron a Las Tullerías, y vino la reunión en el Campo de Marte y la masacre. Danton no apareció más por aquí y se fugó a Inglaterra. Marat permaneció escondido.
-¿Y Robespierre?
-¡Ah! ése hizo guillotinar a todos los opositores... Se dice que más de cuarenta mil personas fueron víctimas del terror....
-No se díce "ése". Era Maximilien -Marie Louise lo corrige.
-Fue una agradable velada. Aprendí tantas cosas... -dice ella despidiéndose.
Monsieur Sarraut se coloca el sombrero, ayuda a su esposa con el abrigo, se despiden de la profesora, con dos besos cariñosos, toma su bastón y se van tomados del brazo hacia el Sena.
Todavía los artistas callejeros siguen bailando y haciendo piruetas. Ella se sienta en el cordón de la vereda y se pregunta por los oprimidos de hoy, por las injusticias, por los inmigrantes, por la corrupción, por la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, por las ideas de la razón, la igualdad y la livertad, mientras ve sobrevolar, como tres querubines culones por el cielo de París, a Montesquieu, Rousseau y Voltaire, que con gesto enfurruñado, se preguntan por las monarquías de hoy.
Ella se una a esos pensamientos y ve al rey Juan Carlos cazando elefantes en Bostwana y a la reina Isabel II festejando su sexagésimo aniversario como reina británica. Ve a Guillermo Alejandro y a Máxima en su fiesta de coronación. No puede dejar de pensar que, si bien Máxima es argentina, pero vive en Holanda, en su país no hay monarquías, pero todos son unos reyezuelos de opereta que representan el poder y lo ambicionan cada vez más, y su corte de pacotilla va creando terribles divisiones sociales. Un séquito de apludidores los acompañan.
Sigue caminando y una ráfaga insolente le levanta la pollera; ella se cubre por delante y otro torbellino le lleva la falda por encima de su cabeza.
-¡Pero miren, si Marilyn Monroe anda paseando por París!
-Vale un trago, muchacha -un español la invita y se van, champagne en mano, hacia el Pont's das Arts. Al pasar por un café se oye a Edith Piaff cantando "La víe en rose", y bailan.
Tal vez surge un amor de primavera y dejan un candado en el barandal. Es como una premonición, porque las esculturas de "El beso de Perseo" y de "Amor y Psique" se han escapado por un ventanal del Louvre. El palacio de Las Tullerías destella todo su esplendor sobre el río. Desde lejos, tal vez desde Notra Dame, el gorrión de París canta "No me arrepiento de nada"
La ciudad bulle; los chorros de colores en el cielo y en el Boulevard de los Campos Elíseos, parecen indicar que reina la paz.
toma su bastón y se van tomados del brazo hacia el Sena.
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