miércoles, 3 de julio de 2013

Estampas cartaginesas

Hoy es un día festivo en Cartagena de Indias. Ya anoche fue una fiesta el recorrer la ciudad amurallada en "La consentida", la chiva de la parranda. Todavía me dura la resaca, me pesan las sienes y los párpados de tanto ron y tanta algarabía. Todavía retumban en mis oídos los ritmos valletanos del baile desprejuiciado, las risas, las bocas lascivas y los dientes de marfil. Entonces decidí caminar por el barrio de Getsemaní, el bastión que los independizó del asedio español y sus rapiñas.
Es la zona bohemia de la ciudad, su arrabal. Marito, el vendedor de pan de yuca y arepas con huevo me cuenta. "Te comparo con las flores, la más verdadera, prenda de mi corazón"- voy silbando la canción.
-En estas pocas cuadras se asentaron los africanos esclavos que lograron escapar del yugo. Mi bisabuelo decía que allá, en la Calle de la Sierpe, un grupo de héroes, y mis parientes, entre otros, armaron la turbamulta que depuso, en 1811, la dominación española. Getsemaní significa barrio de la expansión, también llamado "Media luna".
Había leído que ya en 1539 aquí confluía un núcleo de población no hispana, nativos y extranjeros. Más allá de la independencia, y cuando sus países se vieron amenazados, arribaron inmigrantes libaneses,árabes, sirios y palestinos, quienes vinieron a añadir sus costumbres y el oficio de comerciar toda clase de adminículos vernáculos, y no tanto. Veo artesanos negros, descendientes de los reductos esclavos que huyeron de las plantaciones, donde eran explotados, supongo.
A esta hora de la mañana, cuando el sol aprieta y el bochorno calcina la piel y el entendimiento, la intrincada urdimbre urbana, la tramoya citadina, los tahúres, los drogadictos, los ne-revolucionarios, los poetas y los traficantes, empiezan a deambular entre los perros callejeros. Ahora están ofreciendo, trocando, fumando y riendo, con la alegría de vivir la ciudad. De las ventanas de las casas de todos los colores, las señoras sacuden y palmotean las sábanas del amor.
-¿Quién es aquélla? -pregunto y señalo hacia el callejón de Vargas.
-Ésa es la Carmelina, que vende su cuerpo a toda hora y hace pactos con el diablo -Es una mujer morena de infinitos pliegues en el rostro, aunque conserva en sus ojos la vivacidad de la raza. Adorna su cabeza con flores y frutos. El colorido de su atuendo es capaz de imitar a las mariposas de la selva, que atraen por su belleza.
Me siento en un bar del Baluarte de San José. Pido una limonoda con agua de coco y observo a un pájaro negro y bullanguero de plumas brillantes. Divertido, va de rama en rama, hasta que se acerca a una de las mesas para curiosear. Luego sacudo sus plumas en el estanque. El mozo, que ha seguido la trayectoria de mi interés, me dice que lo llaman "María Mulata", y que todos vienen desde el manglar de la Isla de Manga. Hasta le han hecho una escultura, camino a Bocagrande.
-Ah!, igualito al trago. Pero hoy no, al menos por ahora, no beberé más ron -El olor de la fritanga viene de la calle y me despierta el apetito.
-Sírvame, por favor, una sopa de pescado y una mojarra con patacón y pan negro de banana.
Debo tomar nota de todo aquello que voy conociendo, de las historias, de las leyendas y de sus personajes. Circulan por las callejuelas, hombres con mamelucos. Son los del barrio delo Mamonal, supongo, y van como si sus overols se hubieran adherido a la piel. Y marineros y estibadores, también turistas y botones de los grandes cruceros, que descienden desde el terminal marítimo.
-Dígalo nomás, brodercito. Anímesele!
-Pero qué ricura, mamita. ¡Qué negrita más sabrosa!...
-Si he gozado la noche de la salsa y de la rumba, si la he bebido completica, si he andado sola y acompañada, salgo ahora, atolondrada, a meterme entre el barullo de la gente -contesta ella, como al pasar.
Desde el cerro de la Popa, recreo la leyenda del Cabrón. Así le decían al cura de la congregación de los agustinos, que se había enojado cuando veía a los indígenas y a los esclavos haciendo sus celebraciones con bailes, fuego y carbón. Macumbas y danzas diabólicas, tan alejadas de los propósitos de la evangelización. Entonces, en un exabrupto, arrojó al vacío, desde las murallas del convento, un cetro de cincuenta kilos de oro. Dicen que no era macizo, sino sólo recubierto de oro. Sin embargo, y habiendo caído en la cuenta de la pérdida, mandó a buscarlo en el fondo del precipicio. Tal era la avaricia y la incomprensión. Veo en las laderas del cerro, casas humildes, abigarradas y coloridas que se esfuerzan por no caer más, y muchos niños que bajan a la ciudad.
El convento de la Popa fue construido en los inicios del siglo XV. De estilo colonial, alberga a la Virgen de la Candelaria. Su altar, de estilo mudéjar, fue laboreado con madera recubierta en laminillas de oro y fue traído desde Sevilla. Imagino el andar de buque, galeones y carabelas surcando el Atlántico para transportar el oro de América. Cuento esto para ir aproximándonos a las historias de piratas y filibusteros, que luego relataré.
Enfrente, la Laguna de Chambacú, antes virgen. Ahora, contaminada por los desechos industriales del Mamonal. La ciénaga de la Virgen es un pantano ya recuperado, al que han realizado procesos de desalinización y potabilización del agua.
La avenida principal, Pedro de Heredia, el fundador de la ciudad, nos lleva, a los otros periodistas y a mí, hacia el fuerte San Felipe y Barajas, razón de ser de la ciudad amurallada. Cartagena fue el principal puerto, donde se guardaban los tesoros de oro, plata y esmeraldas, que después eran enviados a España.
Me interno en el túnel del tesoro e imagino las ciento ochenta embarcaciones ancladas en la bahía, cuyos hombres estaban listos para atacar. ¡Al abordaje! -gritan con salvaje osadía. Hay casamatas, pasadizos, celdas, ventanucos, torres de observación y cañones apuntando hacia el mar. Corsarios ingleses, franceses y holandeses se disputaban las riquezas. El mayor saqueo fue en 1615, cuando Francis Drake invadió la ciudad. A partir de allí se decidió construir la muralla, que tardó años y cuenta con once km. de longitud. Dicen que piratas franceses robaron once millones de onzas de oro, que llevaron a su rey, Luis XIV, quien terminó de construir el Palacio de Versalles. El fuerte y la muralla llevan ese nombre en honor a Felipe IV y al conde de Barajas.
Mira al norte la India Catalina, hacia el Corregimiento de Galera Zamba, y tiene su estatua. A poca distancia, la Plaza de las Bóvedas, donde los españoles guardaban las provisiones y las armas para defenderse de los atacantes.
-¿Por qué? -indago.
-Catalina, la hija del Cacique Zamba, de los indios calamarí, tenía catorce años cuando en 1509, el explorador Diego de Nicueza la raptó y fue conducida a La Española, actual República Dominicana. Allí fue evangelizada. A los treinta años, la regresaron a Cartagena, para oficiar de traductora. India Lengua, le decían. Fue intérprete del fundador, Pedro de Heredia.
-Y ahí viene la historia controversial -agrega un guía desocupado, que se protege a la sombra del monumento.
-Porque Heredia la llevó ante el Cacique Zamba, y tras una gran matanza de indígenas, los sobrevivientes se sometieron. Casaron a Catalina con el sobrino de Heredia y se fue a vivir a Sevilla, de donde nunca más regresó.
-¡Ah!, ¿por eso dicen que fue una traidora?
-De alguna manera volvió, porque le rinden honores. Sí, este monumento fue erigido algunos metros más allá, y luego trasladado a este lugar, para construir el sistema de transporte "Transcaribe", que vemos hoy.
-Recuerde, amigo, que hubo marchas y protestas por tal traslado. Algunos sugerían derribarlo definitivamente.
-El escultor, don Eladio Zambrano, se opuso firmemente.
-Son las grandes discusiones políticas según el transcurrir de la historia. Sucede algo similar en cada país de nuestra América.
-Fíjense, yo vengo a cubrir las notas del Festival Iberoamericano de cine y acabo de enterarme que la estatuilla que entregan, es la figura de la India Catalina. ¡Qué jaleo!
Me alejé pensando en eso de las conquistas, del poder, de las muertes injustas, de la riqueza, de las rebeliones, y al fin de cuentas, de lo efímero de las cosas. Pasé por la Calle del Curato de Santo Toribio. Un paredón color durazno rodea la mansión de García Márquez. Un guardia de seguridad vigila y me imagino al Gabo negociando con Mick Jaegger el precio de la residencia.
-Y yo sin "blancas"...
Paso por el Hotel Santa Clara y se oyen los tamboriles de Totó, la Mamposina.
-Y yo sin "blanca"...
Ya me había despejado y entré a una taberna sombría.
-Un María Mulata, con hielo, por favor.
¡Pensar que en todo este tiempo no me dediqué a averiguar quiénes son los postulantes del cine iberoamericano, que esta niche serán reconocidos con la estatuilla de la India Catalina!
La Carmelina, la María Mulata y la India Catalina, aún están rondando mi cabeza. Tarareo una conción... "Porque las lluvias eran verdes y la tierra se vestía aún de fiesta, es bueno meter los pies dentro del barro"
Yo veo en torbellinos la bala de cincuenta kg. del Museo del oro y el torso desnudo de los buscadores de oro en el río Cauca. Giran las imágenes, la negra prensa inglesa que fabricaba monedas (¿y el respaldo de la moneda de curso legal?) ¿Cuántos colombianos me dan por cien dólares? ¿Y por cien euros? Y las esmeraldas en bruto, y las joyas...
-Amigo, es la hora del abordaje.
-Vamos por la Calle del Arsenal, entonces.
-Allí encontrará niñas esbeltas, como la India Catalina, caribeñas de muslos de ébano, gordas de Botero... Hay para todos los gustos.
-Busco una niña de ojos de esmeralda, ¡aunque tal vez me encuentre con una anaconda, amigo!
"Te comparo con las flores, mi Carmelina, la más verdadera prenda de mi corazón" La parranda ya empezó.






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