domingo, 8 de septiembre de 2013

Nuevos horizontes

Ése era el nombre del vapor que surcaba el Atlántico. Una vez que el capitán hubo reunido a todos los pasajeros en el salón comedor para indicarles que en horas del mediodía arribarían a las costas argentinas, Miss O'Donnell desprendió de su corset la carta de recomendación que llevaba prendida con alfileres.
Leyó nuevamente la dirección de sus anfitriones: Flia. Zaldívar Unsué, calle de la Piedad. Un ramalazo de entusiasmo y una mezcla de coraje y rebeldía, le hizo renacer las rosáceas en sus mejillas. La travesía había sido muy larga desde que su madre la despidió en el puerto de Liverpool, hacía ya casi tres meses.
-No necesitas trabajar, Dorothy. Tu título de maestra será bienvenido en cualquier escuela de Irlanda -le había dicho su madre. Pero ella no atendió los consejos, nisiquiera tuvo piedad de su madre viuda recientemente, que quedaría sola en su país, porque eran de muy alta estima los auspicios de éxitos que le había anunciado la directora del Liceo.
-Sabe perfecto castellano y es estudiosa incansable de la América del Sud, sin contar que viven en Buenos Aires unos parientes lejanos de la rama materna. -Un argentino, Bernardino Rivadavia había acudido al Reino Unido para solicitar un empréstito y otra demanda: seleccionar maestras para abrir escuelas en la Gran Aldea, como solía decir.
Dorothy rememoró esos momentos y confirmó sus convicciones. Sus ansias de enseñar se verían satisfechas a corto plazo y nada iba a impedírselo. Se aferró los invisibles para sostener su cabellera roja, impinó su naricita llena de pecas y fue hacia una de las barandas de cubierta. Todavía no podía vislumbrar la tierra que la esperaba.
El cielo estaba encapotado y se distinguían apenas unas manchas difusas. El capitán le había dicho que en Buenos Aires todavía no había puerto, por lo que el barco anclaría a pocos kilómetros en medio del río y después unas chalupas y paquebotes trasladarían pasajeros y bártulos hacia tierra firme.
Las aguas estaban encrespadas. Parecía el mar y ese color amarronado, seguramente no sabía a sal. El Río de la Plata es un estuario. Ella había estudiado qué es ese tipo de costa y también se había informado sobre la historia del incipiente país, al que estaba llegando.
Cuando el rumor de las tareas de desembarco y el griterío de órdenes a los marineros se hizo reconocible, ella fue a su camarote; se cambió el vestido arrugado y salobre, por otro de tono beige sobre varios pollerines; se puso una camisa blanca llena de alforzas en el canesú, que se cerraba hasta el cuello; se calzó los zapatos abotinados y se colocó con primor una capotita al tono, atada en su barbilla. Guardó en el baúl las otras pertenencias, su diario de viaje y el diccionario de español. Colocó con cuidado la carta ya ajada en la carterita de pana azul, junto con los datos de arribo y la carta de recomendación de su Liceo.
Miró desde el ojo de buey las aguas turbias y se dispuso en la fila para el traslado a tierra. Parece Londres, por la bruma, pensó. Pero la humedad en ese mediodía le dijo que se equivocaba. Su cabello encrespado ornaba su carita oval llena de inquietud y sus ojos verdes buscaron a la persona que estaría esperándola.
La chalupa en la que viajaba se zangoloteaba al ritmo de los remos y en la costa ya se divisaba una muchedumbre confusa. Caminó con paso inseguro por la pasarela de madera rústica, hasta que pisó tierra. Tierra, barro y charcos. Más charcos se arremolinaban con la brisa. Miró hacia el cielo para agradecer y en ese instante, los primeros goterones la refrescaron. Una voz varonil la sacó de sus pensamientos.
-¿Señorita Dorothy? Soy el primo segundo, Salvador Zaldívar Unsué, para servirle.
-Un gusto, primo. Estoy agradecida por la recepción.
Salvador tomó el baúl en un hombro y con su brazo libre y el capotón negro, cubrió la espalda menuda de la joven. Ella se dejó llevar, a la vez que, por el rabillo del ojo, vio que el muchacho, un petimetre de la alta sociedad porteña, la observaba con curiosidad.
-¡Fuera, mocosos! ¿No se dan cuenta que nadie les dio vela en este entierro, che? -Los negritos que ofrecían los servicios de acarreo, se hicieron a un lado y relucieron más sus dientes blanquísimos en la piel oscura.
-¿Qué será eso de darle vela en este entierro? -ella iba pensando y supo que tendría mucho más que aprender todavía.
-¡Cómo me voy a florear con esta prima en las tertulias y los bailes! -iba pensando el otro.
-"Gavilanes" -Eso había dicho la tía de Argentina, que tuviera cuidado, porque muchos le iban a "arrastrar el ala". También eso iba pensando Dorothy, mientras hacía sonar los zapatones en el empedrado de la calle de la Piedad.

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