viernes, 26 de julio de 2013

¿Descubrimos la alegoría?

Su nombre es así, sincero y abierto, porque es amigable y adora la naturaleza, especialmente a los gatos, respeta a las personas y disfruta de los placeres simples de la vida. Sólo por eso viajó a Berna.
Había algo que lo inquietaba, como una espina enterrada en la palma de la mano, como se incrusta una sanguijuela en la planta de los pies. Me acuerdo cuando una vez se le hincó una astilla de madera, mientras trabajaba en la obra.Otra vez se le llagarfon las manos en el trabajo duro. Pero siempre resurgió, como Fénix; porque él es capaz de similares superaciones, además, de montar su caballo alado para descubrir los misterios del firmamento, e idolatrar a la luna.
Han sucedido muchos acontecimientos en su corta vida. Se sumergió en el fondo del mar, recorrió los siete mares, como Ulises, profundizó en el Hades, probó el mundo y lo degustó, se zambulló en el inframundo, y también categorizó a sus pares, jóvenes como él, hasta en el horóscopo. Y persiguió sueños, buscando que los astros logren alinearse. Se montó a una nube para recorrer y disfrutar sus fantasías, atravesó tormentas, trepó a la montaña más alta, y después cayó, hasta embrutecerse como las bestias solitarias. Agachó la cabeza y subió cincuenta escalones, bajó otros cincuenta y volvió a subir y otra vez a bajar, cuantas veces fuera necesario, dijo.
Otras veces, es un Pegasus; otras, un Prometeo que robó el fuego de los dioses y voló hasta la cima del Monte Olimpo. Franco es así, inquieto, nostálgico y curioso.
¿Por qué no hay paz en el mundo? Consultó a todos quienes podrían ayudarlo, para satisfacer esa respuesta. No lo logró, porque en este mundo tan polifacético y global, hay que considerar todas las aristas, todos los aspectos, todas las circunstancias. Consultó a Freud por esa pulsión vida-muerte, por ese impulso vital que todos tenemos y por ese ansia que nos carcome, ante la posibilidad de la muerte. Concluyó que nuestra agresión podría empujarnos hacia la guerra, pero el ímpetu del amor la evitaría.
Interpeló a los científicos, porque en muchos casos, la ciencia favorece la vida, o la prolonga, y en otros, es utilizada para el mal, como la guerra, y pensó en Hiroshima y Nagasaki. Se asombró cuando leyó un artículo que contaba la historia de cinco científicos, ganadores del Premio Nobél. Ellos donaron su esperma a un banco de sangre, y por lo menos tres mujeres, fueron inseminadas. Querían tener hijos tan lúcidos e inteligentes como los Nobél. Se dice que doce mujeres están en la lista de espera, porque quieren concebir sus hijos con esas características, pero también con cuerpos atléticos, con ojos celestes, con nariz respingada... y no se consiguen dadores.
Supo también que la ciencia está estudiando el fenómeno de la "Eugenesia" para el mejoramiento genético, o para eliminar los desórdenes patológicos, y así, iban vagando sus pensamientos, hasta que llegó a Suiza.
Recorrió Berna, se detuvo ante el reloj gigante y observó al Dios Cronos; a la hora exacta vio al oso, al bufón, al gallo de la veleta. Eran las doce del mediodía. Pasó por Kramgasse , y al llegar al número 49, ingresó. Allí estaba la casa-museo de Albert Einstein. Vio fotos familiares, reconoció a su esposa Mileva, a sus hijos, y descubrió el hogar humilde donde vivía, los muebles y los objetos más preciados, su violín. Para su sorpresa, no encontró lo que buscaba. Nada había de esas interminables epístolas entre él y Freud. Él , considerado el fundador de la concepción filosófica, moderna y científica, el creador de la teoría de la relatividad y un defensor destacado del valor de la paz en el mundo.
-¿Qué haremos para liberar al ser humano de la locura de la guerra?
-No se puede detener ni prevenir la barbarie -le contestaba la otra eminencia. Ambos, el físico y el psicólogo, no encontraron respuestas y sobrevino la guerra y otra vez, la ciencia era utilizada para el mal.
Salió del apartamento, ajustó su mochila, se encasquetó la gorra, deslizó la visera hacia un lado y bebió el agua pura de la fuente del ogro. Regresó por Kramgasse y se dirigió al centro histórico. Cruzó Bundesplatz y se encaminó hacia el río Aare. "Kaffe und kuchen". Las letras titilaban en la marquesina. Afuera, los viandantes gozaban del día espendoroso de primavera. Ninguno de ellos tenían las preocupaciones que a Franco hostigaban.
Vio cómo las familias y las madres acompañaban a sus pequeños en la plaza del ajedrez, donde los niños movían las grandes piezas. Otros reían, mientras se divertían en los juegos del parque. Las flores y los brotes nuevos se alineaban en perfecta armonía en los jardines. La vida nueva y el renacer de los tulipanes parecían competir con la belleza de los Alpes nevados, iluminados por el sol, allá a lo lejos. Se acomodó en la baranda para ver el río fluir con pacífica calma.
Ël había visto a grupos de empleados que bajaban al parque y se acomodaban en los bancos mirando el río, para compartir la comida en el receso del mediodía, o a los estudiantes y los viejitos, leer al sol.

Algo inquietó a Franco. El estaba percibiendo que una mirada escrutadora le atravesaba la espalda. Se dio vuelta con lentitud y ahí la vio. El sol, o un halo angelical resaltaba su belleza rubia. Ella bajó la vista de reflejos azules y sonrojó aún más sus cachetes colorados, cuando el muchacho la miró con esa mirada marrón café, abarcadora, que parecía desnudarla. Su amplia sonrisa seductora le decía: "No disimules, que te descubrí".
Se acercó, su ubicó a su lado, la vio comer con parsimonia y luego, porque las palabras de lenguas diferentes no tenían lugar, él la tomó de la mano y partieron. Los senderos inundados de sol los acompañaron en la travesía que iniciaban y auguraron un amor que nacía.


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