viernes, 9 de marzo de 2012

Cortezas de arrayán, de plátanos, de abedul

Sacar la cáscara seca de los plátanos para ver la lisura verda claro que renacía debajo en primavera, era mi obsesión. De chica, niña traviesa, también me divertía al sacar las cascaritas de la rodilla magullada o de los brazos lastimados, para ver la sangre que manaba. Qué placer chuparla, y al día siguiente ver la nueva piel renovada, como una nueva protección.
-¿Otra vez te lastimaste, Silvita? ¿Qué manía es ésa?
Los trapos humeantes, fomentos embebidos en té de malva, insistencias de mamá, daban buenos resultados.
Donde vivo no hay plátanos, pero sí hay un arrayán frente a mi ventana y un abedul en mi jardín. Me entretengo y mientras pienso, rasgo las cortezas anaranjadas canelas, al final del verano, cuando sus florecitas blancas ya se están marchitando. Y disfruto quitando la cáscara blancuzca y deshilachada del abedul, mientras el polen amarillo vibrante se esparce volando y se deposita blandamente sobre todas las superficies. Los alérgicos estornudan sin parar.
"La cáscara guarda el palo", dicho popular, que como un escudo nos defiende. ¿De qué? ¿De las agresiones externas? ¿De los amores egoístas? Las varias capas del corazón protegen al latido intenso, impulso vital. Sístole, se contrae. Diástole, se relaja. La aurícula izquierda, lo aprendí, alberga las emociones, los pudores, el optimismo, lo más preciado. 
Cada vez que desprendo una cáscara, una piel, una corteza, es como intentar develar lo más recónditro y exponer sentimientos "a corazón abierto"... pero queda sólo en el intento.
¿Qué antigua remembranza me viene hoy a la cabeza, quién sabe?
-Ésta es el alma y cada raya, es un pecado, hasta que el alma se pondrá negra -decía la monja en catequesis, mientras dibujaba un  corazón que poco a poco iba tapándose de rayas -Y ahora, ¡a confesarse!
-Los pecados son costras que recubren las heridas -pontificaba con siete ingenuos años.
-Hay una pulsión constante entre el hemisferio derecho y el izquierdo -Gabriela me decía hace unos días.
-Sí, otra capa más arriba, superpuesta, una cicatriz, no deja salir todo lo que se siente y eso cuesta lágrimas negras y dolor, acá, en el costado, que se agarrota como un puño -le digo- y el corazón ya no es un terciopelo suave; es una tela ajaqda por tantos rasguños permanentes, para descubrir las entretelas del alma.

Escena enésima del teatro del taller de educadores.
Una coordinadora, como asistente de dirección.
Una observadora, como asistente de iluminación (de ideas)
En círculo, los participantes asumen cada uno un rol diferenciado.
Cada vez, Silvia, adopta el perfil de los que se tiran a la pileta para exponer una problemática educativa y tentar, inferir el análisis pedagógico. Una exposición a medias, que no termina de involucrarla en su interioridad, en su persona, en su ser docente.
Los otros, como oyentes pasivos, sólo atinan a argumentar, teorizar y promover deducciones, inferencias, inducciones y transferencias.
Todos, al fin, simulacros en cada acto, que resguardan la endodermis de los sentimientos, lo que no se dice con hechos. Sólo el hemisferio izquierdo se pone en evidencia, lo conciente, el raciocinio, la lógica. Corazón frío. Pecho caliente.

Una mano tibia sobre la mano del otro. Una mirada en lo profundo de los ojos, de ésas que miran adentro.
Una caricia suave sobre la corteza fría y rugosa de un pecho que no late.
Un palpitar acompasado junto al otro corazón.
Pecho frío. Corazón caliente.

Esa nuez, el cerebro duro es una corteza rígida que hay que despejar para ver tosas esas circunvoluciuones e intersticios que no dejan  expresar las sensaciones, el inconciente, las intuiciones. El lado derecho se resiste, se tapona, no fluye. ¡Hay que buscar una salida!!

La sangre no circula, las arterias se taponan y una trombosis indica.¡Basta!
Antes, una vez la sangre sí corrió y el embarazo quedó interrumpido No hubo el hermano esperado para las hijas.
Después, mucho después, hubo mucha sangre, cuando él la expulsó en un balde y yo, al borde del desmayo, me arremangué y lo quise hacer incorporar, pero no pude. Le pedí ayuda al vecino de la vuelta de la esquina. Parece mentira, cuando uno necesita una mano, no hay nadi. Era un día soleado, de esos luminosos qwue invitan al paseo. Adentro, todo era oscuro con olor a enfermedad. Sudor frío de sufrimiento. Y la muerte, mucho más tarde.

Hoy, los anticoagulantes ayuda a que la sangre, mi savia, fluya. Ironías de la vida, como carcajadas burlonas.
Dos amores, irreconciliables, como dos enemidos, de momento, me espolean. Un amor filial, familiar, de la sangre, y un amor intenso, amante, tardío.

A Tupac Amaru quisieron desmembrarlo los españoles. De piernas y brazos tironearon los caballos. No lo consiguieron. Optaron por cortarle la cabeza.

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