lunes, 19 de septiembre de 2011

A la hora de la siesta, el sol madrileño.

Madrid no se detiene, ni a la hora de la siesta. A Carlos le da lástima gastar su tiempo cerrando los ojos y perdiéndose de mirar todo lo que puede ver para asombrarse, a cada rato.
Hay abuelos lanudos y encorvados debatiendo en todos los asientos de las plazas.
-¡Pues sí, antes te casabas pa' toda la vida!
-Ahora se casan y se descasan como así, como uno se cambia el calzón, de vez en cuando.
-Vi en la TV lo de la nueva ley de divorcio, pero no pude escuchar más, porque la Carmela me sacó el control a distancia pa' ver la novela. ¿Puedes tú creer eso? Y eso que cumplimos ya las bodas de oro.
Decide que está bueno sentarse en la Plaza del Angel, y comer algo, un yogur y un kebab árabe que compró al paso, por la calle de las Delicias. Deja a su lado, en el banco, el cartón grasiento y piensa qué adelantados están en España con el tema de la contaminación. Ya no dan más bolsitas de plástico, son de papel. Se encandila por el sol y por los ojos de una niña larguirucha y pálida que palmotea en frente de él, para sacarlo de sus reflexiones.
-¡Ala, hombre! que la basura se deposita en aquellos recipientes. Sácala, pa' que me siente.
Le hace lugar, y la observa en silencio, mientras engulle su bocata. Entre mordisco y mordisco le dice que se llama Sofía, y que trabaja como repositora en el Hipercor, que no es el mismo donde Carlos pide propinas.

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