miércoles, 4 de enero de 2012

Mariposa roja moteada de negro y amarillo. (1º parte)

Sobre una piedra que asoma en el torrente del arroyo blanco, se posa una mariposa roja moteada de negro y amarillo; un rayo del sol se filtra por entre el follaje y la ilumina; en la orilla, el niño de unos nueve años, va saltando sobre las piedra. De pantalones raídos y zapatillas agujereadas, se advierte que muy pronto, en su corta vida será uno de los que arremeten con fuerza para lograr sus desafíos. Cruzar al otro lado, como si fuera el germen que guiará sus días. Un perro flaco de pelo corto, lo sigue. Siempre hacia adelante, salta obstáculos, trepa paredes, para observar y admirar todo lo que hay más allá.
-Che, pibe, traeme unos cigarros - y la propina por el mandado va acumulándose con las otras moneditas que reserva; cosecha los frutos de la rosa mosqueta para vender en la dulcería, o acarrea leña para la vecina, ayuda en el traslado de muebles, y tareas diversas.
-Gastaste más; tenías que traer el arroz que te pedí y nada más. Las revistas no se comen -pero él las devora y es su alimento, tanto como las habas que cosecha con su padre, al fondo del terreno, o las zanahorias que servirán para engordar el puchero para la familia.
-Sarmiento, leé vos, que te sale bien -Lo apodaron Sarmiento y él no sólo lee en la clase, porque la maestra y los chicos del grado admiran su entonación y su fervor. Más tarde, conquista a las niñas cuando lee poesía, les sonríe con su franca sonrisa, las mira con ternura, y las hace sentir más bellas.
-Vení, ahora, dejá los libros y juguemos un partido -sus amigos lo invitan, y brilla como un rayo veloz, tras la pelota en un cielo de gambetas y embestidas del potrero polvoriento.
Trepar montañas, trotar por los cerros y correr contra el viento frío son una caricia, porque no importa ensuciarse de sudor y de tierra la cara y los pelos, ni mojar la camiseta gastada. Porque en esos momentos, respira "el aire más puro del planeta", como solía decir, y en esos trajines, se acomoda las ideas y los sueños. El viento le ayuda a disipar pensamientos oscuros que lo asustan. Un amigo que se va. Las rencillas familiares. La soledad bajo un cielo de relámpagos. La madre que le recrimina por gastos superfluos y que lo obliga a usar los zapatos comprados de segunda mano. La niña de 4º grado, ésa de falda a cuadros, que llora porque tiene miedo.
Es un gozo indescriptible, tirarse sobre la hierba verde del mallín, de espaldas, para descansar; la humedad del suelo le da la frescura que necesita para recuperarse, y mordiendo una hojita de menta, espía las nubes que pasan por arriba de las copas de los árboles. Sueña con el mar y las palmeras que vio en imágenes, con una ciudad iluminada, con el campo liso y el sol en el horizonte, con nuevas historias en las que él sea el protagonista. Por la ventanita del cielo, donde confluye una rama de ciprés y las pequeñas hojas del maitén, pasan caballos montaraces de pelaje lustroso, dos perros vagabundos, dueños de la calle, una gaviota que atraó un pez brillante, una gata peluda y mimosa que le roza las pantorrillas, y una bandada de golondrinas que vuela hacia otros sitios.


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