lunes, 9 de enero de 2012

Son veces, son cuandos...

Cuando llueve, a veces, se derrumban las paredes. Cuando llueve, a veces, crece el pasto. Cuando llueve, a veces, se derrumban las paredes, crece el pasto, pero siempre son veces, son cuandos. Y siempre debe haber un yo, para que sea, y siempre debe haber un tú, para contártelo.
Un día, cuando coincida el camino con la plaza, me contarás todo eso que ibas a contarme, o tal vez, no me cuentes nada, porque estás en otra plaza, en otro cantero, con otras flores, con otras no flores, en franca contravención a las normas, pero siempre estás, ¿no?
O tal vez, no me cuentes nada, y estaremos, nada más, como están el árbol o el río, pegados a la tierra, en silencio, con la naturalidad de lo que es, y nada más.
Fue un tiempo largo, me acuerdo, pero para el final me voy olvidando, como se olvidan los ancestros, como se olvida el mundo de sí mismo. De a poco, cada vez más borroso, hasta que queda sólo una niebla, que cubre, salvadora, la semilla que quedó enterrada allá lejos, miserable, pero que brotó y hoy crece fuerte hacia el futuro.
Y así, como la brújula, que irracional busca el norte, vivimos a diario, tratando de salvar un poquito de nosotros, de rescatar un pelo, una gota de sudor, una mirada, un amor, una sonrisa. ¿No?


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