domingo, 1 de enero de 2012

El hombre de cristal

Por fuera, su aspecto es duro y recio de gambetas y encontronazos; es decidido e impetuoso de nervios pura sangre. Por dentro, es vulnerable y frágil. Como el cristal, esa dureza infranqueable puede resquebrajarse en cada instante, apenas en un roce de alas de mariposa, o ante un inesperado impacto, como si un pedrusco se estrellara contra su epidermis.
Cuando ya no pudo superar la piedra atravesada en el camino, por todos esos caminos que corrió, que disfrutó, entonces, absorbió el viento, como los animales salvajes olfatean el peligro, o las tempestades, o se ponen al acecho para encontrar a su presa. Huele con fruición los aromas de la montaña, los vientos áridos de la estepa y la brisa de los valles. Ha corrido y el cansancio placentero se adentra en su cuerpo, porque veo cómo va ingresando por todos sus conductos, y lento, se apoltronan las madréporas de coral en las venas. Observo cómo la sangre se espesa y fluye como miel que destila en goterones solitarios, irremediables.
El vidrio transparente de su piel me deja ver su corazón que corcovea en ochenta y ocho pulsaciones por minuto, se expande y florece en la contemplación de la belleza de su lugar, ese arroyo cantarín de la niñez que pasa, esa agua que nunca más pasará por ese paraíso, el silencio del bosque y el canto de los pájaros. Ahora resiste al dolor, es dolor rememorado en un relato, es ya casi una nostalgia del dolor. Su pecho se hiende y se aplana en una llanura de tenues movimientos parejos y después sobresaltos, picos, altos y bajos del galope enloquecido de embestida de la caballada, que van marcándose en la hoja alargada del electrocardiograma.
Los párpados evidencian en aleteos constantes, que hasta aquí llegó, ya dio, ya brindó y el cansancio ya no es placentero; lo aplaca, lo hunde hasta casi la frontera con el sucumbir, pero resiste y continúa, cuando alcanza a percibir la cabeza noble y cana de su padre que lo mira con esos ojos grises y apacibles, desde un nimbo, aunque a él le parece que está junto a su lecho. Y espera como un aletargamiento grave que lo sustrae de una fría y desapasionada pesadilla.
Su cabeza traslúcida me deja entrever en el momento preciso en que se atormenta, y va hacia un lugar ignoto, de desdibujados bordes y charcas de turbias inmundicias; unas carcajadas hirientes le acuchillan los oídos, los zapatos y el alma, hasta que las risas sarcásticas se alejan.
Se tortura y ve con gesto de terror, los ojos de un monstruo que lo ataca hasta el borde de la sofocación y la nuez de Adán sube y baja abruptamente. Necesita agua para apagar el fuego del incendio de la librería de la esquina, y entre las llamas, salta y rescata una pila de libros un poco chamuscados, y los salva. Se ve leyendo con avidez e ingresa en paisajes lejanos y en vivencias desconocidas.
Se agita y las convulsiones lo disparan hacia espacios oscuros, donde espectros y zombies lo llevan de la mano por un túnel ominoso. Después se calma, dulcifica la mirada y al arrullo del agua salobre lo mece, un pececito cómplice le guiña un ojo al pasar y un cardumen de rojos y rayas se alejan, y lo dejan solo; la corriente suave le lava las lágrimas. Sé que está viendo a su madre que lo recrimina, porque gastó las pocas monedas que tenían en el hogar austero, en un lápiz dibujador de fantasías, y más enojo, la vez que descubrió debajo de la almohada de sus ensueños, un bollito de miga de pan para borrar y una revista de historietas. Lo castiga sin un regalo para su cumpleaños de los nueve, lo recuerda. 
Oye una voz suave que lo arrulla; una mano se distiende, fría y destrenza los dedos de una mano cálida que quiere retenerlo. Sus hijos lo rodean y un sopor medicamentoso los adormece. Ve unos ojos que anticipan la sonrisa de los labios que ama y sus párpados se silencian.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.