miércoles, 18 de enero de 2012

Cuestión de materia. Cuestión de espíritu

Cuestión de materia. Cuestión de espíritu
Antes, no hace mucho, él era de hierro. Tenacidad de unos músculos vigorosos; era Apolo en sus líneas y tenía una vitalidad que apreciaba la vida en todos sus matices, con el fervor y la pasión de un arrebato. Como se extrae una espina que lastima y duele, hasta sangrar, enfrentaba todo cuanto se presentaba para superarlo.
Escuchar las melodías que no conocíamos, o que habíamos olvidado, o sin más, apreciar las notas del silencio. Percibir los perfumes silvestres que trae el viento. Oir el rumor del arroyo cantarín entre las piedras blancas, junto a un bosque de matas y de árboles gigantes. Todo eso, tan simple, admirábamos juntos.
Era metal dúctil, con la plasticidad de la ternura de una gota de rocío sobre los pastos de las mañanas de invierno, del roce de la piel y su tersura y el sabor de besos dulces e intensos de las cerezas de verano. Encantos que transmitía él con su sensibilidad a flor de piel y de boca, de sonrisa fácil y risa repentina. Un creador de la belleza en sus pinturas, del candor y del humor en sus dibujos, de la espontaneidad en sus textos. Supo extraer de su interior el esplendor de la gema de su espíritu, como el hierro forjado y bello. Lo brindó con la humildad y la sencillez de las cosas simples. Y me marcó, como se marca el ganado a fuego y sangre, casi aprisionándome en su pecho, como se cuida una piedra preciosa, o un secreto.
No lo busqué. Me encontró cuando todavía la soledad no turbaba mis emociones, ni mis incertidumbres me atormentaban. Así fue, cuando atravesó perpendicularmente mi coraz ón, con un pellizco de energía, con un bálsamo de paz, con terneza de las pulsaciones que se agitan en la poesía de la vida.
Pero el hierro se oxida, porque es reactivo a la intemperie, a las tempestades y borrascas, o a la niebla del mar. Un día, el carro de la vida lo llevó a trocar su materia, sin quererlo, sin siquiera imaginarlo.
En mis fantasías, hoy veo al hombre de cristal en que se convirtió, frágil y vulnerable, casi a punto de quebrarse. Aunque, transparente, como si el agua clara que fluye y se espuma un poco en su cauce, y sigue su trayectoria, que está ya señalada.
¿Seguirá estando en mi destino, o este sino es tan sólo una carcajada de la vida, estentórea y tozuda, con la impertinencia de una cascada que se desploma en el valle?
Ha virado hacia un cuarzo puro cristalizado. Sus ojos se opacaron, ya han perdido su resplandor, y es como si adivinaran la oscuridad que sobreviene. En su espalda jibosa se aquietan los duendes que jugueteaban en su mente. Percibo en su rostro la tortura del dolor y veo que ese pecho portentoso, ahora está hundido y seco, que se pudre entre la hojarasca. Corales duros, madréporas de calcio se elevan como una coraza, impenetrables. Su mirada turbia ya casi nada transmiten, como un estanque quieto, que apenas se mece con la brisa.
Se transformaron sus facciones y su boca ya no ríe. Sufre. Sus manos, sus piernas y sus dedos se han empequeñecido, cuando un descomunal misterios dejó de ser mito.
Estoy a su lado, acompañando con alma, con caricias, con comprimidos, con plegarias, a ese hombre de hierro que una vez fue. Custodio su espíritu, como si una turmalina, con pequeñas porciones de hierro, debiera ser protegida, adorada y retenida, antes de que las esquirlas del cristal trizado, me hieran.

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