sábado, 11 de junio de 2011

No sé qué hacer con el nene (1º parte)

-Nos vemos ahí, entonces. A las 19.
Las amigas habían acordado encontrarse para ver un espectáculo de música y después conversar un rato, porque hacía mucho que no se veían. Alicia y Silvia, las dos, habían transitado escuelas secundarias y ahora están en retiro obligado. Una, como directora; la otra, como supervisora.
Frente al espejo, Alicia se mira minuciosamente antes de salir. No quiere dejar al azar ningún detalle del atuendo:
pollera blanca y camisa blanca con detalles negros, simulando escritura china. Los aros y la pulsera, acordes.También las sandalias blancas de tacos altos, y la pequeña cartera completan el conjunto. Alicia es muy coqueta y muy precavida.
-Mejor voy caminando, porque es cerca -le dice al espejo, mientras cuelga el bolsito cruzado sobre el pecho, sin olvidar el celular, que llevará en la mano. Repasa la boca con un lápiz labial rojo cereza y... a redescubrir la ciudad!
En el salón, cuelgan los móviles y se expone una obra de fina sensibilidad. La música va desgranándose, mientras el público se acomoda; es llamativamente heterogéneo. Ya se inunda el recinto con los acordes de guitarra eléctrica, sintetizador y violín.
Silvia disfruta de la presentación, aunque cada tanto, dirige su mirada hacia la puerta de ingreso, para ver llegar a su amiga. Le ha guardado un lugar. Irrumpen los aplausos, luego de un blues, o un negro espiritual. Han pasado ya, una reinterpretación de Piazzola, una música árabe con danza de ombligo y caderera con brillos y sinuosidades, y una obra de rock irlandés. Cuando la odalisca baila de nuevo, entra alguien, a quien ella no esperaba, y ocupa el lugar de Alicia.
Ya en la calle, a una cuadra de su casa, disfrutando del sol, repentinamente Alicia siente que le tironean la cartera y tratan de arrebatarle el celular.
-¡Qué hacés, pibe! -lo toma de la camiseta con fuerza, y sin soltarlo, grita sin gran esfuerzo, porque eso es lo que mejor le sale.
Mientras, los otros dos chicos corren en dirección al lago.
-¡Dale, dale, pegale! -le dicen los playeros de la estación de servicio y los curiosos en corro, atónitos, admiran el espectáculo.
A un costado, la artista de termofusión compone, febril, y va mostrando el proceso creativo. Un ensamble de vidrio con piedra, madera o metal.
Una frenada brusca en la playa de estacionamiento, junto a los surtidores, hace desplazar a los  expectadores y Alicia no suelta la camiseta, mientras el chico estrella ¡Crash! el celular contra el piso.
El guitarrista, de pelo ensortijado y anteojos, tiene un aire de bohemio- intelectual-sensible; el violinista, recatado y juvenil. Es una ternura verlo.
Los músicos ya se aprestan a terminar la presentación, mientras pasan la gorra. Salida a la gorra. En tanto, el joven de la derecha, está dando los toques finales a las caricaturas de los protagonistas.
-¡Arriba todos! -y suben al coche policial Alicia y el ladronzuelo, hacia la seccional.
Los músicos atienden a su público, que sigue aplaudiendo. Mientras, un solista con guitarra criolla, pantalones de treking y zapatillas tenis, se prepara. Esta vez será folklore sureño y etno-melódico.
-Quiero librar un acta, donde consten los hechos -dice- y además, quiero que llamen a los padres del menor, para que firmen y se hagan cargo.
Afuera, la noche invita a pasear. Silvia rumbea hacia el Centro Cívico y allí puede degustar toda clase de exquisiteces patagónicas y paladear cerveza artesanal. Está a pocos metros de la seccional de policía. El jinete de la estatua ecuestre, indiferente, observa el movimiento constante. Silvia no imagina que su amiga está allá adentro. Ya, a esa hora, estará perdiendo toda clase de compostura: el pelo alborotado, el tajo de la falda, corrido hacia la derecha, la camisa con ideogramas chinos, arrugada cual bandoneón; habrá perdido un aro, ahora lucirá un unitario medio desvencijado y su boca será un manchón indefinido de frutos del bosque. Pero ella ahí, impertérrita, espera que lleguen "los adultos responsables" para firmar el acta.

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