martes, 14 de junio de 2011

Pastoril y contemporánea, una égloga (última parte)

Fresco y verde prado,
rumor de agua que pasaba
Efluvios de flores de primavera. Se retuercen, se lamen y se contorsionan como pulpos salados.
Se repelen para encontrarse después bajo el sol, o en la sombra.
Se confunden y perturban a los pájaros curiosos.
Se marean en los fluidos que emanan y magnetizan.
Se reconocen con sus lenguas tensas y calientes.
Juan y Silvia.
Las manos palpan y se hurgan en los huecos, en las protuberancias, en los valles del éxtasis.
Se hunden en la pasión y los gemidos se exaltan, hasta estallar en aullidos de explosiones eléctricas.
Un ciervo intrigado detiene su carrera para olfatear contra la brisa, y escuchar, orejas enhiestas, lo que perturba la quietud del paraíso.
Ya los enamorados se acallan y las tensiones se aflojan. Néctar que repara. Miel que compensa. Goce de la vida en plenitud.
Mientras, dónde está Salicio? En la duermevela de la penumbra, él sueña.
¡Oh, claros ojos!
¡Oh, cabellos de oro!
¡Oh, cuello de marfil!
¡Oh, blanca mano!
Fiebre de las entrañas. Se pregunta:
¿Dó estás agora, Galatea?

Cuando en en aqueste valle
al fresco viento,
andábamos cogiendo 
tiernas flores.
Salicio, el cuidador de ovejas, se estremece, se incorpora y con su mano se protege y escudriña, allá, hacia el oeste, donde el sol parpadea entre las hojas.
Si mi turbada vista no me miente,
paréceme que vi entre rama y rama
una ninfa llegar a aquella fuente.
Sí, es ella. Es Galatea, la doncella, que va sumergiendo sus blancos pies en la fresca agua. Hacia allí va Salicio y la encuentra, la sorprende y la abraza a traición. Ella, pudorosa, se arrebola. Es el olor de su amado, el sudor viscoso, el aroma del heno y del estiércol, y lo reconoce por la tosquedad de sus manos callosas. No lo desdeña, lo recibe y es tal la urgencia, que el mancebo quita el burdo ropaje y descubre su torso robusto y sus piernas fuertes. Ël, recoge la falda floreada y ve las blancas carnes, a la par que, afloja el tenso corsé que ciñe su cintura breve.
Ni el rumor del Tajo, ni el balido de las cabras en los riscos, pueden detener tanta prisa. Ya no más el soliloquio del pastor, ya no más el desapego. Los cuerpos dialogan sin palabras. Salicio y Galatea se brindan en un fuego candente y ofrendan al amor, hasta aplacar tanto ardor contenido, durante tantos desencuentros.
La pradera los cobija y se dejan arrullar en el sopor de la siesta.
Los amantes de otro siglo se distienden y ven a Silvia y a Juan que llegan al paraje "La horqueta", donde confluyen el arroyo Las Minas, por la izquierda verde, y por la derecha, el nacimiento del río Chubut, entre cerros de roca viva a pique.
Galatea saborea unas frambuesas cultivadas, que Silvia ahora recoge en una canasta. Las frutillas rojas maduras allá, en la granja. El morado de las zarzamoras mancha sus bocas sedientas.
Salicio se afana en cosechar las lechugas verdes y los grandes zapallos. Juan lo observa aspirando la nitidez del aire transparente, al pie de Piedra Pintada.
Gansos, patos y avutardas compiten con gallinas, conejos, chanchos y caballos.
Salicio descansa, porque su ganado ha sido arriado ya.
Ellas van trepando la cuesta hacia la alta roca. Cabeza de Indio, le dicen. Ríen y conversan a puro vocerío. Galatea arremango sus enaguas, y sube.
Mientras, Salicio, recostado, mordisquea una pajilla y observa el vuelo en círculos de alas recortadas como dedos. Es el águila mora, allá, donde aparecen esas nubecitas blancas y regordetas.
-El cóndor, en cambio, planea según los vientos de altura -Juan le explica al visitante -Vayamos, amigo, a ver los nidos en la Piedra Sentada.
-No, mejor busquemos a las mozas, que no las oigo más, se han alejado.
-Sí, llevémoslas al puente colgante, para ver desde arriba cómo corre el arroyo.
Por una extensión de sesenta metros, los cuatro recorren el puente y admiran las aguas transparentes.
-Es un martín pescador, aquel pájaro que se zambulle para atrapar a las truchas -Silvia comenta.
-No es la negra corneja que espía desde un roble en las orillas del Tajo, al atardecer.
-Este es el arroyo "Las Minas".
-Aquí llamamos lechuza al ave que chista desde las sombras, al atardecer.
-Aquel es un pájaro carpintero, ¿lo ven?
-¿Oyen el picoteo sobre el tronco? Toc-toc...
El rumor de las aguas abajo, invita a disfrutar del silencio.
Silvia, Juan, Galatea y Salicio se acodan en la baranda de tablas y sogas, y meditan.
-¿Qué será de Nemoroso y Elisa?
-¿Y de Camila y Albanio?
-Traigo en el talego un animalito de largas orejas, un conejo, tal vez, para poner al fuego.
-¡Ah!, es una mara patagónica, muy rica para degustar.
-Salicio, saca tu bota de vino.
-Brindemos por el encuentro.
-Y por el amor.
-¿Armamos las carpas allá, en aquella explanada? ¿Les parece?
-¿Te refieres a las tiendas? De acuerdo.


 

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