miércoles, 22 de junio de 2011

Cuando la naturaleza manda (última parte)

Como una figura espectral, la luna está apareciendo detrás del cerro, misteriosa y fantasmagórica, esforzándose para mostrarse entre la bruma. La cortina de un cielo acerado no deja ver las estrellas, que tal vez, están ahí arriba.
Hacía días que la familia Huayquil no veía ni el sol, ni las estrellas, ni la luna, sólo una "garúa" de polvo en suspensión, que se depositaba sobre el caserío, sobre la arena caída, sobre los ñires y los cipreses, sobre las piedras. También sus cuerpos fuertes aunque trajinados, se doblegaron al querer barrer todo lo que venía del cielo, hasta cubrirlo todo. Aquella vez, los perros corrían en círculos concéntricos alrededor de las casa, algunos aullaban como aullaba el viento, los pájaros negros volaban sin concierto y las gallinas se apuraban  para refugiarse bajo el tinglado. La tarde se fue oscureciendo con lentitud. Se oían en el cielo estruendos potentes como truenos de una tormenta de verano, aunque esta vez, las nubes eran negras y avanzaban con el rugir del temporal. Sobre la pantalla oscura estallaban colores vibrantes, morados, rojos, violáceos y el cielo parecía cortarse por muchas cuchilladas amarillas, indecisas  y trémulas, a manos de un pendenciero del averno. Un paroxismo de estrépito, relámpagos, chisporroteos y rayos cósmicos en torbellino. La tarde se hizo noche y se encendieron las luces de las esquinas.
A los barquinazos, el camión avanza tras la caravana de vehículos cargados de bártulos,  de angustias, de jaula con gallinas, de esperanzas. Sarita aprieta contra su pecho su muñeca más querida, a la par que Alfredo, su padre, aprieta los dientes y avanza lento, como la tristeza que lo invade desde aquella jornada aciaga en que el día se hizo de noche y llovieron cenizas, arena y piedras livianas, hasta cubrir el verdor y las hojas otoñales, las orillas, los ríos y las playas.
Candelaria, la madre, en silencio, no puede hablar, porque los sollozos le cierran el pecho y las lágrimas se derraman hacia adentro, como para ablandar ese corazón aguerrido, que la lvida y las inclemencias le habían endurecido. No logra mitigar esa pena tan honda.
Aunque se queja y ruge más de la cuenta en las trepadas, el viejo camioncito todavía responde. Llevan al cabrito recién nacido que Sarita alimenta todos los días con mamadera, el perro Sultán y Palmira, la oveja vieja. Un piño pequeño quedó por allá, no se sabe dónde. No pudieron rescatarlos de la hambruna y la sed. Estarán intentando sobrevivir, encontrar una brizna de pasto o un charco de agua. Todo eso va pensando Alfredo.
Ayer habían tomado la decisión y siguieron el camino de sus vecinos, los Trahuan, que también se autoevacuaron.
Cientos de truchas enarenadas quedaron en la costa de Playa Mansa. Ellos habían esperado ayer, hasta que salieran los buzos que se habían aventurado en el lago, sorteando la capa gris que flota.
-No tendremos agua por mucho tiempo. Las tomas están taponadas de arena.
Tampoco llegaron los camiones prometidos para proveerlos de agua y de alimentos. El techo de tejuelas enmohecidas de la casa de madera se ha desplomado, como les pasó a los Vasquez, a los Troncoso, y a muchos más. Los otros parientes podrán alojarnos por un tiempo, no se sabe cuánto. Todo eso va pensando Candelaria.
Se cayó el techo de la escuela, donde está la salita de cuatro, y no hay agua, y la seño no puede ir, porque tiene que cuidar su casa. No voy a ver más a Agustina, ni a Felipe, ni a Rocío. Todo eso va pensando Sarita.
La luna se ocultó otra vez, definitivamente, y la noche parece cada vez más tenebrosa. No hay augurios de bonanza. En la radio habían dicho que la capa de arena navega por el Nahuel Huapi, va hacia el río Limay y hacia la represa hidroeléctrica. Eso puede causar efectos negativos e impensados en las turbinas.
-Agua tan pura, no la tenemos ahora -dice el padre quebrando al fin el silencio -La Madre Tierra se ha enojado porque el hombre no la cuida y la destruye haciendo tantos inventos modernos...
-Y sí, encima, estamos a merced del viento.

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