Verano en la llanura
He llegado al galope. Dejo mi zaino junto a la laguna para
saciar su sed, y la mía.
Me recuesto sobre los pastos y veo la lenta caravana de
ovejas blancas contra el cielo azul. Yo soy la oveja negra que escapó de la
majada. Aquí estoy, mordisqueando distraída una hoja de trébol. ¿Será de cuatro
hojas? No lo sé, porque ya se tritura en el cielo de mi boca, aunque adivino
que me traerá suerte.
Corro ahora a adornar mi trenza con la roja flor de ceibo y
su sombra me refresca. Soy toda pasión. Me arrebujo en los pastizales; esquivo
la paja brava y el coirón; me revuelco sobre el único prado verde de mallín,
hasta que un enhiesto cardo me pide cordura y espera.
Tengo calor. Otra vez voy hacia la laguna. Arranco mis
pilchas y las voy dejando para marcar el camino.
El Rosendo ya debería estar llegando; lo presiento y lo
imagino en su alazán atento. Un chiflido paraliza la brisa que alisa las aguas.
Mi zaino detiene su acompasado masticar, alza las orejas y los ve.
Saco de mi boca el trébol; respondo al chiflido. Él ya me
reconoce y su alazán también.
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