viernes, 20 de diciembre de 2019

Las musas


Hay momentos en que el mundo exterior se va desvaneciendo y los oídos perciben un eco lejano y rítmico, como un goteo incesante que provoca una vibración casi musical.
Una tenue iluminación, un aura volátil de belleza inconmensurable y una intensa sensación de serenidad va apagando con pereza,  el aturdimiento y la confusión.
Es así como una realidad paralela va perfilándose. El agua, el agua mansa del lago en la que se sumerge le resulta maravillosamente reconfortante. Su cuerpo flota ahora, también su mente, que en pocos segundos, en un instante arrebatador y fugaz, empieza a liberarse. La llaman inspiración.
Saca su libreta de la mochila en cuanto se extiende sobre la arena tibia. Escribe como si alguien estuviera dictándole en sus oídos. No son palabras formales, como las que una secretaria copia al dictado de su jefe. Son términos nacidos de las fibras más íntimas, que a veces suelen esconderse.
Ella, la musa, es escurridiza, juega a las escondidas, es traviesa y se viste de deidad seductora, como una anémona de lacia cabellera. Otras veces, es una recalcitrante y porfiada solterona de ceñido rodete que todo lo critica en un gesto huraño de rictus despectivo.
En un caso, las verdes luminiscencias sobre el río y los reflejos dorados son aguas danzantes en la corriente clara, pero luego se zambullen en torbellinos turbios que cubren la incipiente desnudez y provocan temblor y miedo.
Se turba la poetisa. Vuelve la obsesión de sacar la cáscara seca de los plátanos y descubrir la lisura verde para tallar un nombre y un te quiero en primavera. O sacar la cascarita ya cicatrizada de una rodilla magullada, para chupar la sangre nueva.
Ya en otra geografía y en otros tiempos, prefiere desprender la piel fría, canela y naranja del arrayán o quitar la corteza blanduzca y deshilachada del abedul, mientras el polen amarillo se esparce volando y se deposita levemente para hacerla estornudar.
¿Se curan las heridas?
Desprende una piel para develar lo más recóndito. Una cicatriz superpuesta se agarrota como un puño. Ya no es terciopelo suave, es una tela ajada por tantos rasguños y tantos engaños. Y la savia no aparece.

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