Cosas de árboles
Crecí recta
como un junco, pero quise cambiar.
En mi juventud, he querido ser una buganvilla violácea o una
Santa Rita morada, que esparciera su perfume por los aires, que mostrara su
belleza por doquier. He sido eso hasta que me plantaron junto a un muro que no
me dejaba ver hacia afuera. Tan insistente fui que, por una hendidura en la
pared, logré salir, aunque mi cuerpo se hubiera retorcido con dolor.
Mientras fue posible, alegré con mi colorido el pasear de los
transeúntes que me admiraron. En mi copa cuneiforme hubo elípticas aves que
llenaron mi cabeza de quimeras. Eso no bastó, sin embargo, hasta que una fuerza
poderosa me soltó para viajar donde mis sueños me llevaran, en completa
libertad.
Hoy no soy más una Santa Rita. Hoy soy el tronco enorme,
rugoso y oscuro de un fuerte roble que escarba buscando las raíces más
profundas, y la humedad. Ya encontró las cepas que alimentaron sus nervaduras,
ya dispuso sus semillas primorosamente y ahora, bien aferrado, ve pasar la vida
sin flores, sin pájaros y sin sabia. Y lloro… ¿o es el rocío de la madrugada?
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