Absortos, mirando hacia arriba, en la bocacalle, el grupo observa la fantasía de hilos brillantes que se enmarañan en círculos concéntricos, perfectos y parejos. Se extienden desde un poste de luz de una esquina, hasta el otro, y se repiten en la otra esquina, de igual manera. Arañas pequeñitas tejen, hacendosas y febriles, en los extremos, como si algo las apurara, percibiendo quién sabe qué. El cielo azul y plácido contrasta con los reflejos hacia un lado y, entre parpadeos y ayes de admiración, ya vislumbran por el sur un nubarrón compacto y oscuro que viene acercándose con la celeridad de un torbellino. La vegetación exhuberante de la isla comienza a agitarse. Una lluvia violeta y lila de Santa Rita tapiza el suelo sediento y remolinos de polvo se alzan para opacar la brillantez de la telaraña gigantesca, que va columpiándose peligrosamente, sin romperse. Aroma de azahares de un limonero se esparce; los jazmines se quebrantan y despiden su perfume, como una despedida. El Pampero arrebata todo lo que encuentra a su paso. Una chapa, dos canaletas, cuatro tejas musleras pasan sin detenerse. Un sombrero de paja se desbarata contra una tapia; sábanas y broches sobrevuelan en loca carrera y se levantan las polleras de las muchachas que se apresuran a recoger fuentones, ropas, cepillos y jabones. Copitos de algodón del palo borracho, florecillas celestes del jacarandá y rosadas del lapacho, van flotando ahora sobre el arroyo de lodo que corre vigoroso frente a las casas. Negro el cielo de chubascos y vapores. Las arañas aún permanecen asidas en la tela que, poco antes, brillaba al trasluz, y ahora se ha estampado contra la madreselva y el paredón.
Anahí, con su relato, ha logrado desconcentrar el sopor de Amapola, ensimismada en los hilos de su telar y los dibujos "mapuche" de los colores de la tierra. Terracotas y naranjas de raíz de maqui, verde-amarillos de cortezas de arrayán y morados del jugo de los arándanos. Teje en líneas oblicuas, franjas puntudas hacia arriba y hacia abajo. Será la manta para el hijo que espera, y no está a la venta.
-Sí, los bichos se anticipan a las tormentas. En tu litoral y en mi terruño, siempre es así -sin sacar la vista del entramado, Amapola reflexiona.
-Esa vez -recuerda los cuentos del abuelo -la cordillera se había vestido con sus más preciadas galas. Manchones de notros rojos sobresalían del verde intenso, matas de zarzamoras florecidas y las mosquetas, pintaban de rosa las faldas del Piltriquitrón. Creo que todavía no era la época de floración de los arrayanes. Era octubre o noviembre y los vientos de primavera se empecinaban con los coihues, los abetos y los manzanos. Teru-teru gritaban aquí y allá los teros, para proteger a los nidos y sus crías. Los caballos montaraces corrían furiosos en estampida, y se detenían en seco, al lado de los potrillos asustados; los perros cimarrones aullaban por las casas y las bandurrias se inquietaban volando hacia el norte para luego bajar y escarbar con sus picos agudos, y devorar las lombrices de la orilla del río Azul. Allá, el sol comenzaba a declinar, sin entender por qué la tarde se hacía noche. Las gentes auscultaban el horizonte sin comprender por qué, rayos eléctricos surcaban el firmamento, para responder a la furia de estruendos y relámpagos en esa pizarra oscura. Un cono de humo y de calor se elevó de pronto, desde la montaña lejana, dibujando formas fantasmales que se deformaban al instante: una torre, una pirámide, el hongo de una "ruca", una columna se desmoronaba... -sus ojos inquietos transmiten la fascinación por lo que no vio, pero imaginó de las voces de sus ancestros -Tan concentrados estaban en la contemplación, que no adivinaron que el volcán iba a escupir arena y cenizas. Todo eso había sucedido cuando yo aún no había nacido. Los animales anticiparon el descalabro de la "mapu".
En la feria comienza el ajetreo del domingo. Hilos y lanas traman historias. Vasijas y cuencos inspiran nostalgias. Sonidos que arrullan, licores que embriagan.
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