miércoles, 7 de diciembre de 2011

Amapola roja, Anahí incendiada, feria de domingo. (última parte)

-¿Cómo llamarán a tu hija?
-Amancay, nombre de flor -el rostro de Amapola se ilumina al imaginar esa carita de piel cetrina, de pómulos altos, de mentón aquerrido como su raza, de ojos... ¿negros o claros? y de cabellos rubios enrulados de su padre gringo y chacarero, que cultiva el lúpulo y la avena.
-Y yo todavía estoy buscando un nombre. Me llamaron Anahí por la leyenda de la flor del ceibo, de la indiecita guaraní que se incendió atada en la hoguera, por amor. Soy mezcla de madre siciliana y de padre judío, y nací en Alto Verde.

Pulseras, brazaletes, aros y colgantes con plumas de caburé, se exponen sobre una estera. Xilofón plañidero. Una gitana insolente presagia futuros. Un hippy viejo despliega augurios de paz. Un hindú se extravía entre sahumerios de sándalo. Música etno. Aromas que incitan. Olores que excitan. Melodías de brisa y susurros de flauta. Suspiros de alas. Ritmos afiebrados. Tamboriles, timbales. Caricias de gemas. Estatuas que añoran el bosque tallado. Música tecno. Rock de la feria.

Las dos mujeres, sin proponérselo, se sumen en un silencio profundo.
Amapola se sumerge como una sirena que sueña, en las profundidades de un lago y ve gnomos juguetones que se esconden tras una araucaria; unos se deslizan por un tronco musgoso, otro acaricia la piel sedosa de los hongos; otro recoge piñones; más allá, varios cosechan los frutos del manzano añoso, y los más audaces, saltan sobre las piedras que lame el agua traslúcida.
Anahí flota sobre un camalotal en las aguas mansas y vigorosas del riacho marrón. Un jolgorio de trinos y chillidos se impone a una acordiona chamamecera y un sapucay que suena allá, en la isla. Como un caleidoscopio de reflejos, ve a una iguana vieja que se arrastra despellejándose; cuelga un camoatí de abejas y miel oscura; una comadreja bigotuda sale de su madriguera y los pejes dorados, tornasolados, saltan en la red que arrastra la canoa pescadora. Dos gurises panzones y renegridos de sol se esfuerzan en la faena. Por el bañado, los pájaros alertan en alboroto estremecedor, y las ramas de un sauce lloran de nostalgia por volver a oir a los grillos, al zorzal, al petí-rojo, el croar de las ranas y ver los puntitos de luz de las luciérnagas, rozando la panza pinchuda del palo borracho, y piensa.
-Si es varón, será Moisés. Si es mujer, ¿Rebeca o Angelina?... No. Estoy segura. La llamaré Mutisia, la flor más bella de la cordillera.

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