domingo, 20 de febrero de 2011

Introspecciones I

970 Mitre al fondo no es lo mismo que San Martín 970mi casa siempre impregnada y mi barrio también del sabroso olor a queso de la fábrica de quesos que quedaba a media cuadra y yo me escapaba a la hora de la siesta que me obligaban a dormir yo cuando escuchaba desde mi cuarto los ronquidos de mi papá y los silbidos de mi mamá abría despacito la puerta de la cocina y corría al carco de la fábrica a robar flores de mburucuyá siempre sintiendo el olor del queso y encontes con María Susana y Marta las alemanitas hijas del gerente de la fábrica nos subíamos a los paraísos que en primavera tenían un perfume delicado y nos hacíamos collares con los pistilos violetas enhebrándolos con aguja e hilo cadena y otras veces arriba del plátano de la vereda del vecino espiaba a las viejas chupacirios que iban a la iglesia con sus mantillas negras yo pensaba viejas hipócritas que van a rezar y entonces agarraba las semillas que en abril más o menos ya eran unas borlitas como mandalas llenas de espinillas que se soltaban y yo les tiraba a las viejas en las mantillas algunas blancas otras negras que pasaban hacia la iglesia y ya se escuchaban las campanadas llamando a misa y me acordaba que una de las viejas se peleaba con sus marido y enojada arrojaba por la ventana que daba a la calle el agua de los fideos y una vez le zamó esa agua hieviente a la Yoli que justo pasaba para ir al kiosco a chusmear con la quioskera en ese mediodía candente de verano 32º y otras veces buscaba a Mónica la hija de los gitanos que no vivían en carpa sino en una casa a la vuelta de la esquina y su hermano Rubén nos llevaba a pasear en esas tórridas tardes enancadas en su burra Catalina que no era blanco peludo y suave blando por fuera se diría todo de algodón como Platero ésta era peluda marrón de pelos hirsutos y se empacaba y no avanzaba más aunque la talaneara y daba patadas hacia atrás coces ponía las orejas tiesas también hacia atrás y hablando de animales me acuerdo de la oveja negra que tenía mi papá pastando en el terreno al lado del Club Libertad y que todos los días íbamos en bici y volvíamos con sendas bolsas de arpillera llenas de pasto tierno para alimentar a las gallinas y después yo iba a sacar los huevos cuando escuchaba que la bataraza cacareaba y metía una mano debajo de la gallina para sacar el huevo caliente y me ligaba unos buenos picotazos y bueno no importa porque enseguidita me chupaba la herida y subía al duraznero y me comía uno o dos duraznos calientes a la hora de la siesta o arrancaba una mandarina olorosa y la pelaba en el gallinero corrían todas las coloradas las blancas y las negras y se peleaban por las cáscaras y nos juntábamos con Jorge Hugo y Robertito yo era la única nena a jugar al carnicero en la casita que armamos debajo de la higuera que un día un pampero arrancó de cuajo cuando vino ese viento fuerte después de las nubes negras y entonces se cayó también la casita que teníamos arriba de la higuera pero no importa porque después del chaparrón juntábamos los huesos de osobucobien blancos que quedaban en el gallinero y yo buscaba chauchas que crecían en el cerco de la vecina y robaba algunas zanahorias de la quinta de mi mamá y Hugo traía achicorias del patio de su casa y jugábamos a la verdulería durante la semana después de clases...
-Silvia, has ahondado en los recuerdos de tu infancia. Pareciera que muy feliz -me dijo la psicóloga -nos vemos la próxima semana.

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