lunes, 29 de junio de 2020

Felicidad plástica. Plástica felicidad

Felicidad plástica. Plástica felicidad

Ya lo decía la canción: “No sabía que la primavera duraba un segundo”. La cuestión es que todos corren tras la felicidad optando por el consumismo o el minimalismo.

Unos, como si ser feliz fuera acumular objetos suntuarios para que nos hagan compañía, como si fuera inminente el fin del mundo, según la anunciado por los mayas, como si prontito nos quedaríamos huérfanos. Compras compulsivas. Debiters. Cambio de look. Chapa y pintura. Síndrome de Diógenes.

Otros, con la plasticidad maleable de la plastilina, tienen cintura para desenvolverse con lo mínimo, con lo que la naturaleza da, en la contemplación de la belleza, ampliando el espectro de su mundo interior, acrecentando su espíritu y su imaginación.

No concilio ni con unos, ni con otros. En cuarentena, que ya lleva cien días, salgo a comprar canela en rama para hacer arroz con leche, aunque no me quiero casar. Sólo es una excusa para abandonar las cuatro paredes.

Alimentar el alma y el cuerpo. Ésa es mi consigna.


Cien días

Cien días

Carámbanos afilados cuelgan desafiantes desde el techo. Los veo cuando miro desde mi ventana. Más bien, esas estalactitas parecen barrotes de hielo. Mejor les doy la espalda e imagino que son espadas de Damocles que me amenazan.

Por la radio dicen que por estos tiempos de largo confinamiento, un gran porcentaje de la población sufre problemas psíquicos de diferente índole. Yo no creo. Lo converso con la licuadora pero todo lo que digo lo menosprecia, me ningunea. Apelo a la plancha para que charlemos, pero me mira con displicencia, aunque, confieso. Nunca me gustó planchar. Hablo con la lavadora pero ya me cansó, porque siempre termina dándole vueltas a las ideas y en vez de ser un buen artículo de filosofía o una tesis doctoral, termina siendo una simple charlatanería de café.

¡Uy, cuánto extraño un capuccino con medialunas de manteca en el bar de la esquina, mientras el bueno de Tony me acerca el diario del domingo!

Hay pelusas por todo el piso y en la alfombra. Desde hace unos cuantos días no viene mi suegra a revisar si todo está limpio y ordenado, así que agarro la aspiradora, mientras le voy largando un monólogo. Ella sí sabrá comprenderme, porque todo lo absorbe, todo lo chupa, como los niños y sus deseos de aprender.

Grito para que me escuche.

Cada dos por tres llegaba mi suegra a controlar con su dedito acusador que pasaba lentamente sobre el polvo de los muebles hacía dibujitos y no me daba tiempo a esconder la basura debajo de la alfombra bueno después dejó de venir porque la encontramos infraganti revolviendo los cajones donde guardaba mi lencería hot y los calzoncillos de mi marido entonces me liberé de esa condena todos dicen y mis amigas también por el zoom que quieren salir a tomar una cerveza como antes o nos pasamos recetas de la sencilla comida vegetariana estoy aburrida con sus teorías orientalistas amo el campo dicen y yo pobres vacas las de vacamuerta por lo menos practico zumba on line y con mi perra Milonga bailamos twist con Chubby Checker mi gata no ella ronronea en el sillón cuando escucho la 5º de Beethoven pucha parece que la aspiradora ya no funca más claro si el receptáculo de polvo está a tope hasta mi tapabocas está ahí así que ahora lo desocupo y veo que las palabras salen disparadas sobre el manto blanco de nieve virgen y bueno que salgan ellas ya que pueden.


¿Qué hace la gente cuando nieva?

¿Qué hace la gente cuando nieva?

Un resplandor blanco encandila mi ventana.

El estupor en la boca bobalicona.

La sorpresa en los ojos azorados, como la primera vez.

La sedada hipnosis en la mente.

El silencio, como una parsimonia blanca.

La 5º sinfonía, “esquiísticamente hablando”.

El temblor imperceptible en el umbral vivo de una revelación.

La imagen soñada de un tulipán que asoma su cabecita curiosa y muda, con su sangre roja por entre la blancura inmensa.

Por abajo, los gusanos cavan vericuetos escondidos; los grillos ya se han acallado de afonía.

Ya se escucha un perro solitario que interrumpe con su negrura y los ladridos, tanta nostalgia de blancos o de negros.

Pronto se oirá la algarabía de los niños “culipatinando” por la pendiente hasta herirse las rodillas y las narices frías. -¡A casa, chicos, que se van a enfermar! –interrumpen la faena los gritos de las madres al atardecer.

 A lo lejos, un hacha desolada parte los palos bajo la nieve para entibiar, apenas, el pobre hogar. El frío da largas cuchilladas y el sol hoy se negó a alumbrar.

Por arriba, los copos sutiles van tapando todas las miserias, todas las vergüenzas, todas las angustias, mientras un rayo de sol tenue abrillanta su lisura. Así, la condena de los carámbanos y el hielo de las estalactitas, como rejas, derriten el encierro.

Se oye el ladrido de los perros y tras cada pisada, la nieve helada cruje, como si la angustia oprimiera la garganta de los sufrientes, tras cada hachazo. Hay que conseguir leña para atenuar el frío cortante, para calentar la olla casi vacía. Barriguitas hinchadas y harapos indecentes.

El clamor seguirá entre blancos y negros, por las rendijas de una casucha ruin. No es el momento de la sola contemplación. Más tarde sobreviene la tristeza al pensar en tanta familia humilde. Puro mate cocido recalentado, con pobres techos goteantes, con escasos leños, sin abrigo y con el dolor en la panza.

Por la calle corren el policía y el ladrón. Por la ruta, las sirenas aturden. ¿Un accidente? ¿Una ambulancia? ¿Los bomberos?

Ya en la penumbra, se oye el sollozo apagado del niño al que le chiflan las tripas. Al lado, el jadeo de los amantes.

Afuera, el viento sopla con intensidad. La luna sigue escondida tras una nube oscura, que incita al coraje de vivir.


sábado, 20 de junio de 2020

Leer, escribir, viajar

En la secuencia del título está mi propuesta.
Leer es un viaje a través de la imaginación, lo que nos da un panorama de esos sitios que desconocemos, del lenguaje empleado por los lugareños, de sus tradiciones y de su sentir.
Si somos curiosos, el cosquilleo de la incertidumbre nos azuza; desafiamos el miedo a lo desconocido y los peligros que acechan en el recodo del camino, al otro lado de la montaña, en los meandros de un río, más allá de las olas del mar...
Al escribir las vivencias, compartimos con los lectores esas emociones y volvemos a ver las cosas que antes habíamos intuido y retornamos con ojos nuevos.
Intentaré desarrollar una hipótesis: Entre el leer y el escribir siempre hubo un romance y un maridaje, como entre las comidas y el vino. Cuando se incorpora el viajar, ese triángulo amoroso, que a veces llega a ser adulterio, se hace eterno e indestructible.
Y porque soy observadora, inconformista y decidida, viajo para sentir otros climas, otros paisajes, otras gentes. Porque viajar es salir, aprender, sentir, ser felices, al fin; también amar. 

Epílogo

 

Ya no vemos a la Olivia pequeña que se escondía debajo de la mesa para huir de los curiosos. Hoy es una mujer nueva y altiva, con la prepotencia que le da la seguridad y la experiencia.

Se sube a la mesa para descubrirse frente al espejo grande.

-Tengo que arreglarme el pelo –dice. No hay peluquerías abiertas, por la cuarentena, así que las tijeras urgentes van modelando una melena a lo Edith Piaff. Cuando una mujer quiere dar vuelta la página, suele cambiar su aspecto o renovar su vestuario. “No me arrepiento de nada”, dice la canción que está escuchando. Igualmente, ella agradece el bien que le han hecho y al mal lo olvida “Todo está pagado, barrido”.

Rebusca en el baúl de los recuerdos y se ve en la foto con un vestido hindú y muchos collares, aros y pulseras.

-¿Dónde estará todo eso? Se mira las manos, ajadas, pero sus dedos ya no están pegados al teclado de la rutina laboral, rejuvenecen con lentitud, y le crecen alas.

Mira sus pies empantuflados que suavemente se transforman en fuertes borceguíes. Es que hay que tener los pies en la tierra y el alma, volando. ¿Para escalar montañas y ver lo que hay del otro lado? ¿Para pisar el pasado de angustias?  En las plantas le crecen rueditas, como las que van adosadas a las valijas. En una mano con alas, lleva aprisionado un ticket de avión… Ya vendrán mejores momentos.

-Me voy a poner fuerte y bajar estos kilos de más. ¡A nadar!

Se observa y sonríe satisfecha. Está lista. Este presente, como inercia, la empuja hacia un futuro imprevisible, como a ella le gusta. Los desafíos no la asustan más.

Hace un retrato a mano alzada de su imagen actual y describe, para su terapeuta, la nueva mujer que es hoy. Regordeta, de cintura ancha y caderas portentosas, luce una melenita negra con flequillo. Viste ropas sueltas adornadas con recargada bijouterie;  lleva unos zapatones con rueditas; a su lado, una maleta de viaje y en una mano, un poema.

-Has hecho un proceso de revalorización de tu persona. Admirable tu alta autoestima actual. Felicitaciones, Olivia. Estimo que pueda darte el alta.


domingo, 7 de junio de 2020

Poema: El ojo en la tela


El ojo en la tela

Cuando el tedio cambió de nombre…
Cuando culminó la hazaña de dejar pasar un día más…
Cuando la ansiedad se disipó…
Cuando un ojo también tenía una historia que contar…
Cuando un aire límpido era una sosegada brisa benévola…
Cuando su ojo se habituó a la serenidad del ritual de jornadas sin matices…
Cuando asimiló la quietud y se reconcilió con la pereza de los relojes…
Cuando su pupila dejó entrar, al fin, toda la luz…
Una ficción, una burbuja de jabón,
una transparencia ilusa
rompió el cascarón tenue del iris
y vimos. Todos vimos
cómo irrumpía un superhombre
robustecido por las adversidades,
abriéndose paso entre la maleza de las pestañas
y emergía, al fin, para conseguir una porción de libertad.

Amanece


Amanece

Un sol de vidrio verde con burbujas.
Un sol de helado de pistacho.
Un sol de luz de acuario.
Un sol de agua estancada y lomo de sapo.

Las nubes, mitad escarcha,
Mitad rulos de cabellera morena
van asomándose sin brisa y sin pausa.
Un silencio de paz perfecta.
Un silencio palpitante
se hincha, se hincha y todo lo cubre.

Unos ojos sin tarea,
como fatigados, me miran
desde un barbijo verde
entre tarde y bosque,
entre pasillos de hospital
y camas desoladas.
Me miran, clorofílicamente, como esperando
el final, de cánulas, sondas y monitores gélidos.