sábado, 27 de mayo de 2017

Tierra y fuego

Tendida en la hierba veo una bóveda enramada que apenas deja ver el azul del cielo. El bosque umbrío tiene una profusión de verdes que seduce. Y el canto de las aguas libres me acuna. Follaje de flores y semillas. El chillido de un pájaro interrumpe mi ensoñación, las dudas y los miedos.
La tierra es nutrición, fertilidad y plenitud en ese cielo que renace con cada primavera. Siento en mis manos su textura y la sensualidad de todo aquello que vemos, oímos, tocamos, saboreamos, como la sal de las lágrimas que se deslizan lentas por mis mejillas. ¿Por qué? -me preguntan.
Así, como antes fui lodo en el barro de la abundancia, ahora me siento yerma y seca, improductiva. Equilibrar es la clave, ni mucho, ni poco, para no quedar inerte, aburrida y quejumbrosa. Quiero beber el agua de la dicha, abanicarme con el aire danzarín, aventar las llamas del deseo y ser chispa de la vida. Dar calor a la sangre, ser latido del corazón en la intrepidez de la pasión, ser el habitáculo del espíritu y retornar a la tierra, para continuar en ese vértigo circular, indefinidamente.

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