martes, 2 de mayo de 2017

El rufián

Un hombre camina apresurado en las cercanías del Callao, inclinándose hacia adelante. Es una silueta sospechosa. Rostro esculpido a golpes, bigote agreste y entrecano y perfil obstinado. Boca desdeñosa y ojos entrecerrados, de mirar desconfiado. En la madrugada escapó por la puerta lateral, cuando llegó el marido de la mujer. Lleva los zapatos en la mano y va mordiendo una manzana que robó de la frutera. Lleva colgada del hombro, la bolsa con el botín de esa noche. No baj´po de un barco pirata, pero se lleva el oro de las señoras, las alhajas de la abuela, las perlas del tesoro y las esclavas de las mujeres cautivas.
Con el clarear del alba, huye entre las sombras, atisba a los perseguidores y en un salto y una cabriola se refugia en la sacristía de la iglesia del centro histórico. Se agacha, aguza los oídos y escucha el retumbo de los pasos en el empedrado; detiene con su mano la respiración agitada y sofrena el potro de su pecho impaciente.
Sus admiradoras lo conocen muy bien, aunque lo aceptan así com es, seductor, infiel y provocativo. Todas ellas reaccionan de diferente manera. Y compiten. Una foto "en la casita del bosque". Las chicas le aconsejan cuidarse de la loba y él responde, que en ese bosque no hay loba. Lo que no dice es que hay en su interior, una dulce abuelita cuentacuentos o una madrastra de cuentos infantiles.
Son estrategias, medias mentiras, verdades a medias, para no develar, para no descubrirse.
-Contame.
-No puedo.
-No sabés con quién me entrevisté...
-Si supieras...
-Esas cosas no se dicen jamás...
-Si te contara... No te imagiás.
-Sólo conoces la punta del iceberg.
-Eres curiosa y muy imprudente...
Sin embargo, sigue coqueteando con todas. Construye historias heurísticas para ejercitar la suma, el conteo y el producto que se da en la variedad y la heterogeneidad de la platea femenina en clandestinidad. Relata con sumo detalle el accionar en el prólogo, en el inicio de la historia y el desenlace es cada vez una elipsis sugerente. Evita explayarse en el nudo central, donde en la trama no se descubren el qué, el quién, el cómo, el dónde, el cuándo y mucho menos el por qué.
Cuando lo detuvieron en una aduana de América Latina, una cualquiera, en su equipaje no llevaba joyas, ni perlas, ni lingotes de oro, ni relojes caros. Le encontraron incontables corazones heridos que destilaban una sangre espesa y amarga, manchando la bolsa marinera. Había canciones, besos de fantasía y un listado de ternura en palabras dulces, como si fuera un catálogos de expresiones para enamorar. En el fondo, un poco humedecida, una foto: dos sillas y una mesa de jardín cubiertas de hojas otoñales y un poema inconcluso: "Otro otoño que llega. Nuestras sillas vacías tiemblan de frío; las tristes hojas siguen cayendo hasta que caigo en la cuenta de que ya no volverás..."

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