Imagino el mar, casi como un espacio inconmensurable que me impide ejercer la libertad. En la pesada espuma de las mareas, en ese vaivén monótono, me desmadejo; las hilachas de anémona y sirena se mecen lentas; tampoco me deja guardar en las oquedades de coral, de madréporas y de cardúmen, mis secretos de fantasía. En esa resaca me abandona entre algas malolientes y pedruscos extraviados.
¿No será que debo estar contenida para no correr desenfrenada, como una loca, cayendo en cascada?
Una rebelde lluvia aporrea los cristales.
Una imperiosa lluvia moja los verdes prados.
Una añeja lluvia arrastra la suciedad de la ciudad inclemente.
Una incansable lluvia lava las ramas de los árboles que miran cómo pasa el tiempo.
Ojalá que un toque de amor me dé la quietud límpida de un remanso, que un susurro secreto del corazón traiga vientos de esperanza, que apague la sed de mi tierra y que un amor tan vehementemente azul no se escape otra vez, como el agua entre los dedos.
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