El síndrome de Diógenes es un trastorno casi mítico,
representado en la figura de Arístides, que conocí. Era el ropavejero que
exponía para la venta todos sus productos, en la vereda y en el interior de su
local.
Los paseantes de la avenida, solían acudir a curiosear, para
asombrarse, por tanta baratija acumulada. Un centímetro emparchado. Un carretel
sin hilo. El cuerito partido de una canilla que giraba en falso. El trozo de un
caño de fibrocemento taponado de raíces. Un paragüero con un paraguas
arratonado. Un sillón-canapé de dos patas, apoyado sobre un ladrillo en forma
vertical. Una muñeca de trapo sin ojos. Marcos de cuadros con una pátina de
antigüedad y polvo. Un espejo trisado. Un bidet rajado. Un tornillo sin rosca…
Otros ingresaban para cambalachear. Eso sí, había que tener
gran habilidad para regatear.
He visto también el calzón que estaba usando su madre cuando
murió, a precio prohibitivo.
Hoy pasé de nuevo por ahí. Estaba cerrado con candados. Se
alquila, decía el cartel. Pregunté a los vecinos y me contaron que Arístides
había muerto hace tiempo en el Neuropsiquiátrico de Córdoba.
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