En los
pueblos petroleros habita un mundo de hombres solos, que son contratados por
sueldos altísimos. Camioneros, mecánicos, ingenieros, constructores,
transportistas de equipos de perforación… Todos, en los días de franco iban al
único cabaret del pueblo. Una vez fui con mi marido. Una brasilera que hacía el
show me contó de su arrepentimiento, entre copas. “La vida me obligó a hacer lo
que no deseaba. Pero gano bien acá. No me arrepiento”. Luego nos invitó a
bailar en “lambada” en el escenario.
Era la época
de las “vacas gordas”, cuando la vaca no había muerto todavía.
Otra
alternativa para los “solteros” era concurrir a los firulos, o bien recibir la
visita de la Yoli. Ella se hacía de unos mangos cuando escapaba del hospital,
que estaba ensayando un proceso de desmanicomialización.
Lo cierto es
que la Yoly solía pararse en cruce de dos calles para llamar la atención de los
necesitados de sexo urgente, mientras dirigía el tránsito de vehículos de gran
porte. Cuando estaba “libre” llevaba en la cabeza el calzoncillo del último
cliente, y en la mano, hacía flamear su bombacha, siempre la misma, negra con
flores amarillas.
Detrás de
los visillos las vecinas tenían espectáculo gratuito en Av. Del Trabajo y
Zapala. Hasta sabían reconocer por el color de los calzoncillos , quién había
sido el afortunado.
-Ése, a
lunares es el del capataz de la pensión. Ayer lo vi colgado en el tendedero.
-Y claro, no
es época de cobro.
-Cuando
cobren el aguinaldo se le va a acabar la chamba a la Yoly.
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