Disquisiciones y diatribas de
cuarentena
Atar cabos. Levar anclas. ¡A estribor! ¡A babor! No. Esto no
sirve para esta cuarentena, porque no estamos en el mar, aunque sí , es un mar
de incertidumbre, el que nos tiene atados y encerrados.
Por eso, a desplegar las alas, a prendernos al barrilete
azul, a abordar el barquito de papel de los sueños. Aunque, no puedo ni lo uno,
ni lo otro, porque no soy etérea, ni leve, más bien plúmbea y rellenita.
Imposible hacer semejantes cabriolas.
Sin embargo, atando cabos, recordaba el cuento de
ciencia-ficción “Cómo se divertían” de Isaac Asimov, publicado en 1951 y
ambientado en 2157. Pensaba en la educación a distancia, en las clases
sincrónicas que hoy los alumnos se ven obligados a realizar desde sus casa, o
al menos, los de clase acomodada. Las escuelas están cerradas por la
cuarentena.
Se quedó corto el autor, ya que se cumplió con mucha
antelación el tema de la desaparición de las escuelas y de los docentes.
¿Edificios y profesionales obsoletos? Hoy veo a mis nietas cómo estudian con
responsabilidad a la hora indicada, y no añoran la escuela, ni a sus
profesores. Un poco a sus compañeros. “Cómo se divertían” pensaba la niña del
cuento, cuando iban o regresaban juntos de la escuela.
En la historia, el mayor de los chicos había encontrado en el
altillo “un libro de verdad” que había pertenecido al tatarabuelo, que hablaba
de la escuela, de las clases impartidas por un profesor, en un edificio al que
concurrían los niños todos los días.
“Tenían un edificio especial y todos los chicos iban igual”
“¡Claro que había un profesor”! Pero no se trataba de un maestro normal. Era un
hombre”… “¿Cómo podía ser profesor, un hombre? Ellos nunca podían imaginar la
sensación de mirar a los ojos a la maestra, de escuchar su voz cálida, de verla
caminar entre los bancos, de percibir el olor a tiza y pizarrón, o bien, sentir
la silueta autoritaria del director, que llegaba para recriminarnos… Claro, no
podían imaginar…”
Así comenzaban las discusiones sobre la sabiduría o no de un
hombre frente a la de una máquina. Del mismo modo, acerca de la función del
libro impreso en papel, donde las páginas quedaban fijas y podías volver a
leer, si fuera necesario. Y lo más asombroso, no se tiraban al finalizar la
lectura. Todo tan diferente a los telelibros
a los que acudían en diferentes horarios, en sus casas y a través de la
pantalla. –“Maggie, escuela! (avisaba la madre y ella, aburría, se sentaba
frente al monitor.
¿Será la era de la extinción del libro? Una vez leí acerca del
destino de los libros que no se venden en las librerías o que están arrumbados
en depósitos, húmedos, comidos por los insectos o mojados. Son reciclados.
Así que levé las anclas y me fui navegando en el barquito de
papel de los sueños. Escribí.
En la víspera
Dos opciones me dieron como libro que
no se vende: guillotina o maple de huevos.
Le habían preguntado a mi progenitor,
pero fue tal la desolación que se suicidó en las aguas contaminadas del
Riachuelo, donde van a parar las cosas inservibles. Así que tengo la
responsabilidad de decidir.
¿Dónde van los pájaros para morir?
Los árboles mueren de pie, ¿y los libros? Una vez, viajando por las rutas
patagónicas detuve el coche y ¿qué encontré en la doble línea amarilla de la
carretera? ¡Un “Martín Fierro! Me tranquilicé. ¿También los clásicos se arrojan
sin vergüenza?
Estamos en la era de la
“despapelización” como si fuera una Inquisición contemporánea: la destrucción
de libros por razones ideológicas o por pérdidas económicas.
En las ferias del libro que anualmente
se celebran, sólo se presentan los nuevos títulos. ¿Alguien ha pensado dónde
queda el alma del autor cuando dicen como un eufemismo: ”No se destruyen, se
reciclan”. ¿Será una situación tan traumática que los autores prefieren
suicidarse?
Es la era del “fast food”y el libro,
como alimento del alma se destruye por estar deteriorado, roto, con humedad o
picado por los insectos, junto a tantos otros, abarrotados en grandes depósitos
o contenedores.
La guillotina de Robespierre o la máquina
picapapeles que elimina las evidencias de los delitos son procedimientos muy
crueles. Así que, en la víspera, un shock emocional menor sería reciclarme en
un maple de huevos, al menos, me ahogaría suavemente en aguas claras y tibias.
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