miércoles, 15 de abril de 2020

Disquisiciones y diatribas de cuarentena.


Disquisiciones y diatribas de cuarentena
Atar cabos. Levar anclas. ¡A estribor! ¡A babor! No. Esto no sirve para esta cuarentena, porque no estamos en el mar, aunque sí , es un mar de incertidumbre, el que nos tiene atados y encerrados.
Por eso, a desplegar las alas, a prendernos al barrilete azul, a abordar el barquito de papel de los sueños. Aunque, no puedo ni lo uno, ni lo otro, porque no soy etérea, ni leve, más bien plúmbea y rellenita. Imposible hacer semejantes cabriolas.
Sin embargo, atando cabos, recordaba el cuento de ciencia-ficción “Cómo se divertían” de Isaac Asimov, publicado en 1951 y ambientado en 2157. Pensaba en la educación a distancia, en las clases sincrónicas que hoy los alumnos se ven obligados a realizar desde sus casa, o al menos, los de clase acomodada. Las escuelas están cerradas por la cuarentena.
Se quedó corto el autor, ya que se cumplió con mucha antelación el tema de la desaparición de las escuelas y de los docentes. ¿Edificios y profesionales obsoletos? Hoy veo a mis nietas cómo estudian con responsabilidad a la hora indicada, y no añoran la escuela, ni a sus profesores. Un poco a sus compañeros. “Cómo se divertían” pensaba la niña del cuento, cuando iban o regresaban juntos de la escuela.
En la historia, el mayor de los chicos había encontrado en el altillo “un libro de verdad” que había pertenecido al tatarabuelo, que hablaba de la escuela, de las clases impartidas por un profesor, en un edificio al que concurrían los niños todos los días.
“Tenían un edificio especial y todos los chicos iban igual” “¡Claro que había un profesor”! Pero no se trataba de un maestro normal. Era un hombre”… “¿Cómo podía ser profesor, un hombre? Ellos nunca podían imaginar la sensación de mirar a los ojos a la maestra, de escuchar su voz cálida, de verla caminar entre los bancos, de percibir el olor a tiza y pizarrón, o bien, sentir la silueta autoritaria del director, que llegaba para recriminarnos… Claro, no podían imaginar…”
Así comenzaban las discusiones sobre la sabiduría o no de un hombre frente a la de una máquina. Del mismo modo, acerca de la función del libro impreso en papel, donde las páginas quedaban fijas y podías volver a leer, si fuera necesario. Y lo más asombroso, no se tiraban al finalizar la lectura. Todo tan diferente a los telelibros  a los que acudían en diferentes horarios, en sus casas y a través de la pantalla. –“Maggie, escuela! (avisaba la madre y ella, aburría, se sentaba frente al monitor.
¿Será la era de la extinción del libro? Una vez leí acerca del destino de los libros que no se venden en las librerías o que están arrumbados en depósitos, húmedos, comidos por los insectos o mojados. Son reciclados.

Así que levé las anclas y me fui navegando en el barquito de papel de los sueños. Escribí.
En la víspera
Dos opciones me dieron como libro que no se vende: guillotina o maple de huevos.
Le habían preguntado a mi progenitor, pero fue tal la desolación que se suicidó en las aguas contaminadas del Riachuelo, donde van a parar las cosas inservibles. Así que tengo la responsabilidad de decidir.
¿Dónde van los pájaros para morir? Los árboles mueren de pie, ¿y los libros? Una vez, viajando por las rutas patagónicas detuve el coche y ¿qué encontré en la doble línea amarilla de la carretera? ¡Un “Martín Fierro! Me tranquilicé. ¿También los clásicos se arrojan sin vergüenza?
Estamos en la era de la “despapelización” como si fuera una Inquisición contemporánea: la destrucción de libros por razones ideológicas o por pérdidas económicas.
En las ferias del libro que anualmente se celebran, sólo se presentan los nuevos títulos. ¿Alguien ha pensado dónde queda el alma del autor cuando dicen como un eufemismo: ”No se destruyen, se reciclan”. ¿Será una situación tan traumática que los autores prefieren suicidarse?
Es la era del “fast food”y el libro, como alimento del alma se destruye por estar deteriorado, roto, con humedad o picado por los insectos, junto a tantos otros, abarrotados en grandes depósitos o contenedores.
 La guillotina de Robespierre o la máquina picapapeles que elimina las evidencias de los delitos son procedimientos muy crueles. Así que, en la víspera, un shock emocional menor sería reciclarme en un maple de huevos, al menos, me ahogaría suavemente en aguas claras y tibias.

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