miércoles, 15 de abril de 2020

Cuando los corazones salen de paseo


Cuando los corazones salen de paseo
Un sujeto envuelto en un traje cuasi metálico, con guantes amarillos y botas haciendo juego, me habla detrás de la escafandra, a dos metros de distancia.
-¡Hola! –me saluda, dejando oír su voz por un mínimo altoparlante.
Aguzo la vista y puedo reconocerlo por los ojos verdes que sonríen. Como no estoy así ataviada, me resigno a contestarle con un ¡Hola! Desleído. ¡Qué ganas de un abrazo apretadito! Pero no se puede…
Él trae una bolsa herméticamente cerrada con membrillos que cosechó de su árbol y los deja en el portón. Entonces, con una seña le indico que espere. Le alcanzo, a través de un palo de escoba, una bolsa bien cerrada, conteniendo las manzanas de mi árbol y un frasquito de mermelada. Veo sus ojos agradecidos y lo veo alejarse bamboleándose, como un astronauta que pisara por primera vez la luna.
La mañana no ayuda a despejar esta tristeza que nos cubre de rocío los cuerpos y las almas. Hoy sacamos a pasear los corazones, pero ya la escarcha los está helando. Recojo el mío, lo envuelvo entre mis manos tibias y lo vuelvo a su lugar. Está latiendo, agradecido, y yo sé que sigue acompañándome con la paciencia que expulsa las incertezas y que pugna por acercar las emociones a la distancia.
Echo a volar este relato, y que les llegue con los vientos bienhechores que deseamos.

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