Cuando los corazones salen de paseo
Un sujeto envuelto en un traje
cuasi metálico, con guantes amarillos y botas haciendo juego, me habla detrás
de la escafandra, a dos metros de distancia.
-¡Hola! –me saluda, dejando oír
su voz por un mínimo altoparlante.
Aguzo la vista y puedo
reconocerlo por los ojos verdes que sonríen. Como no estoy así ataviada, me
resigno a contestarle con un ¡Hola! Desleído. ¡Qué ganas de un abrazo
apretadito! Pero no se puede…
Él trae una bolsa herméticamente
cerrada con membrillos que cosechó de su árbol y los deja en el portón.
Entonces, con una seña le indico que espere. Le alcanzo, a través de un palo de
escoba, una bolsa bien cerrada, conteniendo las manzanas de mi árbol y un
frasquito de mermelada. Veo sus ojos agradecidos y lo veo alejarse
bamboleándose, como un astronauta que pisara por primera vez la luna.
La mañana no ayuda a despejar
esta tristeza que nos cubre de rocío los cuerpos y las almas. Hoy sacamos a
pasear los corazones, pero ya la escarcha los está helando. Recojo el mío, lo
envuelvo entre mis manos tibias y lo vuelvo a su lugar. Está latiendo,
agradecido, y yo sé que sigue acompañándome con la paciencia que expulsa las
incertezas y que pugna por acercar las emociones a la distancia.
Echo a volar este relato, y que
les llegue con los vientos bienhechores que deseamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.