Bacanal
Dos días después de la finalización de la cuarentena, se está
armando un jolgorio que dará que hablar en el pueblo. Me invitaron como
periodista de revista de chimentos. Llevaré en el bolsillo el disfraz de
bacteria para alejar a los advenedizos o a los melindrosos. No habrá
“patovicas” en la puerta, porque todos aprendimos con esta pandemia, que nos
igualamos ante la muerte o su probabilidad cierta.
-Sin derecho de admisión –dijo el intendente.
-La consigna será “Matemos lo que queda del virus” – aclaró
el comisario, cuya hija, estudiante de RRPP,
ha vuelto a la ciudad y ayuda en la organización.
-¡Con alcohol lo fulminamos! – gritó mi vecina, la de
enfrente. Con ella solíamos charlar gritando desde el portón, y yo, acodado en
la tranquera.
-Cada uno va a traer la bebida que más le guste –anunció el
bartender, al que llaman Baco- Me
encargo de los cócteles y “demases bebestibles” -dirigiéndose al “somelier”, al
que llaman Dionisio.
Voy llegando al predio donde se realizará la fiesta. Una casona
adaptada en un marco prolijamente parquizado. En el mostrador, como si fuera
una pulpería, pido una cerveza negra bien helada, que es lo único que beberé
durante la noche, o agua. Debo estar sobrio para no perderme detalle.
El sol se está poniendo y hay una luminosidad que antes no se
había visto. Es la piel del silencio y un remanso. Bebo con placer. El río trae agua limpísima. ¿Será la
depuración ambiental después de tanta zozobra, tanta rutina y tanta ansiedad?
La casona empieza a iluminarse “a giorno” y comienzan los
abrazos tan ansiados. Todos se confunden, sin distinción de jerarquías ni
diferencias entre trabajadores y funcionarios.
El cura trae su sotana habitual, pero en vez de crucifijo,
luce un medallón hippie de paz y amor.
La vendedora de pescado no puede disimular con un perfume
barato, el olor a vísceras y escamas. Se abraza a un apolíneo muchacho, que la
cree una Afrodita y le estampa un beso profundo con sabor a vodka y ananá.
–No me confunda,
Apolo, que allá veo a su esposa.
-Bebamos, venga conmigo –y se van al rincón más oscuro, como
para consultar al oráculo de Delfos.
-Vamos por una birra, joven. –el banquero toma del brazo al
repartidor de bebidas y le secretea al oído.
-¡Hola, doña! –confianzuda, la chica del kiosco ofrece un gin-tonic
a la mujer del intendente y se ríen sin parar.
La hilaridad se adueña del escenario y afloja las tensiones.
Para despistar me pongo el disfraz de bacteria y me alejo del escenario
central.
-Este vino tiene aroma a roble y un dejo frutal en las papilas.
Anímese, nomás. No se arrepentirá. –el catador de vinos ofrece una copa del
dulce manjar al sepulturero, que hoy se ha puesto ropas coloridas, como las
franjas de una carpa de circo. Deja la galera y se aferra a otro trago
“pa’probar”, dice.
Se va acercando el gordo farmacéutico, que camufla su panza
debajo de un traje de Covid 19. No puede con su genio, quiere abrazarme, pero
me alejo a esconderme debajo de las escaleras.
El bartender no da abasto.
-Un mojito, porfi.
-Dos sangrías con mucho limón.
-Dame de ése que preparaste recién. ¿con whisky?
-¡Bueno! –gritó el chico y fue a abrazar a la vieja
pitucona, que, como una matriarca
ofendida, solía fruncir la nariz con cara de asco. Hoy no, sólo observa a sus
conciudadanos que están mezclando cuerpos y efluvios.
–¡A brindar,
muchachos! –ya se dispone a crear tragos nuevos, que son todo un éxito, parece.
Algunas parejas se escapan de la mano hacia las habitaciones
contiguas. La soprano, que llegó para quedarse, ronca sonoramente apoyada en el
teclado del piano de cola.
-¿Le leo las manos?
Hoy es gratis. –Tiro las cartas para vos. –Se está poniendo pesada, como su
lengua pastosa.
El pianista ya se escapa con la tarotista. La música se ha
atenuado un poco, por lo que se oyen carcajadas y gemidos. Me saco los zapatos
y voy saltando entre los cuerpos que ya van culminando la algazara; esquivo
copas y charcos de color indefinido.
Afuera, algunos optan
por airearse un poco. Varios van hacia la piscina. Tropiezo con un montículo de
ropas y zapatos cuando voy a tomar agua del bebedero y caigo en el barro. Otros
se doblan tras un árbol, como si quisieran expulsar de su cuerpo todos los
demonios. Varias siluetas entrelazadas buscan intimidad en las sombras. Los
placeres desenfrenados se desatan. Las intrigas se arman ante mis ojos. No daré
nombres en la nota de chismes.
La luna aparece triunfal entre los cúmulos y devela el
blanquísimo cuerpo de una chica que se solaza con el chorro caliente del
jacuzzi. A su lado, de pie, el farmacéutico- coronavirus eyacula en una copa de
champagne.
Me río como un loco desaforado. El amanecer se acerca. ¿Qué
pasará mañana? ¿Qué diría Bocaccio? Veo a Zeus que observa desde su trono de
nubes.
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