domingo, 9 de diciembre de 2012

El encanto de la historia

El sur de mi ciudad tienen el encanto de la historia. Antes de acudir a la cita, recorrí los sendero del Parque Sur, entre los árboles añosos. La bris fresca de la mañana me trajo la evocación de esas tardes calurosas, cuando nadábamos sin pensar que el lago algún día se contaminaría , y luego nos tendíamos al sol, como si una tarde de sol perdida, fuero como desperdiciar la energía de la juventud.
Vi caminos prolijos, bici-sendas y plazas de la salud, donde mucha gente corrí y trotaba. Fui acercándome al convento de San Francisco. Una portezuela de la verja, chirriaba sobre los goznes herrumbrados y se balanceaba por el viento. Observé el portón de roble labrado, que estaba clausurado y recordé las garras del tigre, grabadas en el confesionario, testimonio único de la desaparición del cura. Los camalotes flotantes de la inmensa crecida, habían traído al animal, que desembarcó en el convento y sació su hambre y su miedo.
Frente a la casa de gobierno, una bandada de palomas se había concentrado en la plaza. Una anciana les deba alpiste y migas de pan. El bar "Sur" estaba como antes, cuando nos reuníamos los amigos, después del teatro o el cine, y la ronda del café avivaba los debates o políticos o de arte. Hasta el mozo que hoy atiende, bastante más deteriorado, parece ser el mismo. Se acerca a la mesa donde él me espera.
Sus hombros fuertes y su espalda potente, conforman la misma silueta que conocí, sólo que una cabeza cana, se inclina para indicarme la mesa. Nos miramos y en esa larga introspección, nos desnudamos hasta el alma, tanto que recuperé el rubor de mi juventud, y bajé la vista. Sus manos tomaron las mías, ya marchitas, aunque cálidas y vi en las suyas, las uñas percudidas de antaño, que mantienen el recuerdo del muchacho que reparaba su moto de cross para la próxima carrera..
-¿Seguís todavía con los fierros? -pregunté con la intención de interrumpir el idilio.
-Sí -me contestó agregói unas cuantas frases románticas que no me atrevo a reproducir. Un manto de turbación, otra vez me hizo sonrojar.
-¿Qué recorridos haremos hoy?
-Pienso llevarte al Parque Garay, para que veas los cambios y la casa donde antes vivías. Luego, recorrer el Boulevard Pellegrini y el Boulevar Zavalla, donde sigue estando mi taller, al lado del mercado municipal, que fue  derrubado.
-Será un día para evocar. ¿Iremos por el puente hasta Santo Tomé?
-No, la inundación ha hecho destrozos. No quiero que te lleves recuerdos feos a tu "sur" de residencia.
Propuse después caminar por la peatonal San Martín, entrar en las librerías y revolver, como antes. Pasamos por una esquina donde antes había una zapatería y yo me quedaba mirando la vidriera para admirar los modelos. Se llamaba "Calzature Ragazza". Después me iba diciendo. "Esto no es para vos, ragazza".
Me contó acerca del accidente que lo alejó por completo de la competición, y así pude entender un poco, la reguera de su andar. Hablamos de los torneos de natación en casi todos los clubes, donde yo participaba, y después fuimos hacia el Club Quillá. El verde de enfrente rescataba la esperanza, ¿en qué? Y me devolvía lujuria y mansedumbre.
El puerto, las avenidas, el puente, todo se había modernizado en el run-run de una ciudad grande y en constante progreso.
-Y como todo cambia, también nosotros fuimos moldeando nuestras vidas en destinos diferentes -le dije -Este encuentro me regaló retazos de mi adolescencia.
La tarde se estaba desplomando tras los edificios, los tejados y los campanarios, que se cubrían con un tul púrpura. Entonces, en un silencio de aliento frío, nos fuimos deslizando por los resquicios de las calles estrechas.




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