La fiesta ya está a pleno,
entonces me ubico en un rincón para hacer un análisis sociológico de los
asistentes, o tal vez, psicológico de los enmascarados. Nos congrega el Arca de
Noé. Todos quieren salvarse del diluvio, no hay duda. Tras las máscaras unos
esconden su verdadera personalidad. ¿Por miedo? ¿Por inseguridad? Encubren su
propio yo y pretenden demostrar lo que no son realmente. Verdad versus mentira.
Entonces, qué hace ese gigante
cabezón gordo, verde con ojos saltones y unas sopapas potentes. Es el
coronavirus, al que nadie se le acerca. ¿O es el farmacéutico que vende pasta
con recetas truchas? Sí, algunos se le arriman.
Como los asistentes son también
mis amigos, trataré de identificarlos por su postura corporal o por su voz.
Están los tímidos, los audaces, los hipócritas, los sagaces. Allá está la reina
coronada con oropel, de blanca tez y boca roja sensual. Es un traje de opulenta
brillantez de pacotilla.
-Bajemos por esta escalinata para
despertar asombro, en nuestra presentación en sociedad. -Por la voz reconozco a
Grace, pero enseguida desecho la idea, ya que por principios nunca querría ser
monárquica; la he visto encabezando marchas de feministas y luchadoras en pos
de la libertad sexual y el poliamor. Lleva un traje verde y un pañuelo haciendo
juego, atado a la muñeca.
-Vayamos allá, donde están los
diablos y los brujos. Fijate, ¿no te parece conocido aquel con cabeza de
zapallo de Halloween?
-Mmmm…
En el otro extremo el ingreso al
salón es una gran jaula. Se liberan los pajarracos encabezados por un pájaro
loco que picotea a cuantos se le acercan; su risa es maquiavélica y asusta.
Un cóndor sobrevuela como
protegiendo la libertad. Un puma quiere mostrar la fuerza que no tiene. Entre
las patas de los danzarines, se contonea una serpiente que saca su lengua
viperina, burlona. Con su astucia pretende dominar a todos. ¿Vendrá del inframundo?
Va presurosa hacia el cuy; varios lo rodean implorando que los libere de las
penas y los maleficios.
Un halcón bate sus alas grises y
se aferra junto a la barra con sus garras portentosas y parece buscar a su
presa con su pico carroñero. ¡Uy! Y allá ve a una paloma indefensa acurrucada
entre el cortinado rojo. Una batahola de plumas da cuenta de su cometido.
Un pato, a cada paso, va
ensuciando con sus heces el piso que ya está cubierto de papel picado y
lentejuelas desprendidas. Pero es una pata, porque lleva un moño rosa. Eso lo
confirma.
Voy hacia la terraza y ahí veo a
tantos gorriones que picotean, insaciables, las semillas que han caído… el arca
está acercándose a la Madre Tierra, la Pachamama. Han bebido licor de ruda
macho. Ellos también quieren salvarse.
No sólo se trata de pájaros. La
pantera rosa, un buey, un zorro, un coyote que persigue al correcaminos. Éste
se escabulle emprendiendo su carrera, entre los asistentes. Bip-Bip, se oye, y
vuela bajito cuando ve el peligro inminente. Bip-Bip. ¡No me alcanzan los ojos para registrar tanto
dinamismo!
El bartender no da abasto. -Dos
sangrías con mucho limón. -Un mojito, porfi.
-Quiero un gin-tónic. -Dame una copa de vino con aroma a roble y un dejo
frutal. Ése que tomé recién. -Una birra negra para mí. -Un whisky on the
rocks. Veo al pianista que ya se escapa
con la tarotista tras los cortinados.
La máscara de la justicia, a
estas horas está perdiendo el equilibrio. -¿Me convidás con pucho? (y todos
sabemos que pide un porro). En ese momento se le cae la espada liberadora y ya
no está ciega. Hace esfuerzos para mantener en equilibrio las balanzas, pero el
trago que le han dado no se lo permite. Está empastillada, mal. El traje dorado
ahora se destiñe y pierde todo su esplendor.
Un león de cabellera rojiza toda
revuelta irrumpe en el centro de la acción y gruñendo corre a abrazarse a la
pata. Ella primero duda, pero después se afloja y se deja proteger sin más. Se
advierte su cansancio, después de tantos esfuerzos.
Con sólo un antifaz veo
caracterizada a una reina egipcia. Una Cleopatra de traje blanco, purísimo; un
cinturón dorado le ciñe la cintura. Una diadema en su cabeza es una serpiente
de coral. Un brazalete con incrustaciones de esmeralda en el brazo izquierdo.
En el otro brazo, aferra su cartera Louis Vuitton. Ahora baila con el panqueque
que está medio quemado, en el medio de la pista. Él quiere seducirla con besos
de dulce de leche y crema, pero ella se resiste, simulando ponerse colorada.
Efectivamente, en la casona
comienzan los abrazos. El pianista ya se escapa con la tarotista tras los
cortinados. La soprano que llegó para
quedarse, ronca sonoramente apoyada en el piano de cola. Todo es confusión, sin
distinción de jerarquías ni diferencias entre trabajadores y funcionarios. El
cura, con su sotana habitual, en vez de crucifijo, porta un medallón hippie de
paz y amor.
La música tecno atruena y salgo.
En los jardines tropiezo con un montículo de ropas y zapatos. Cuando voy a
tomar agua del bebedero, caigo en el barro. Se oyen carcajadas y gemidos.
Esquivo copas y charcos de color indefinido. El aroma a perfume barato de la
pescadera, no logra disimular los efluvios de escama y pescado.
Otros se doblan tras un árbol,
como si quisieran expulsar de su cuerpo todos los demonios. Los placeres
desenfrenados se desatan. Varias siluetas buscan intimidad en las sombras. Las
intrigas se arman ante mis ojos.
Sin embargo, no daré nombres en
la nota de chismes que escribiré para revista de difusión nacional e
internacional. Dejaré a los lectores su habilidad para interpretar.
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