jueves, 5 de noviembre de 2020

Un viejo sabio

 

 

Achica los ojos para ver lo que está haciendo. Refunfuña.

-¡Pucha! Este caño está taponado de raíces. Nunca vi nada igual. –Con un cuchillo oxidado lo destapa. – Y nunca viví experiencias parecidas como en este veinteaño del siglo.

Había nacido allá por los ’50. Conserva intacto su oído y puede escuchar voces desencontradas que vienen con el viento. Arruga el ceño por el esfuerzo y miles de rayitas le cruzan la cara morena.

-Esa chiquilla tiene que ser nuestra, compadre –Los parroquianos del bar y los borrachos festejan y ríen con voz aguardentosa. Ahora él no ríe. Se ha endurecido, sin perder la ternura; ha pasado la secuencia del dolor, el miedo, la ira, por esa templanza que otorga la tristeza.

-Una cosa muerta no le puede ganar a una cosa viva. –Insiste- Ya está, ahora busca varios frascos, tantos, como para guardar todas las voces que está oyendo, de día y de noche.

-¿Se curan las heridas? – Escucha y se mira las manos rajadas que se agarrotan en un puño y se chupa la sangre que sale, lenta, de la herida.

-Lo “pior” son los dolores del alma. –Cicatriz tras cicatriz, tantos rasguños, tantos engaños… no puede salir la sabia del corazón. Cuando te vuelva a ver…¿Cuándo? Él sabe que no podrá ver las entretelas del alma.

Hubo un tiempo en que se sumergía en remolinos turbios; se abrazaba las rodillas para darse calor; el frío condenaba hasta los carámbanos. Era la noche en que ella se había ido. La imagina caminando entre las sombras. Sabe que es un espejismo que quiere borrarle los días iguales, esas tardes eternas, esas noches tan largas. La soledad le oprime la garganta. Oye otra vez más voces.

-Entonces, el monstruoso individuo sale de la cloaca buscando la libertad y se saca las excrecencias pegajosas y las sanguijuelas. -No son argumentos baladíes, son estructuras desacopladas que sólo llegan a algunos pocos.

 

-¡Almajaia! ¡Se me ha ido el santo al cielo!- grita como hacia el más allá, cuando se tajeó un dedo, tratando de hacer un agujerito a la tapa de un frasco, de esos grandes recipientes para aceitunas.

-Creciste recto como un junco y ahora, eres un tronco rugoso y oscuro que busca las raíces – Es una voz femenina que reconoce y lo conmueve.

-Cuando el tedio cambió de nombre…

Cuando culminó la hazaña de dejar pasar un día más…

Cuando la ansiedad se disipó…

Cuando un ojo también tenía una historia que contar…

Cuando un aire límpido era una sosegada brisa benévola…

Cuando su ojo se habituó a la serenidad del ritual de jornadas sin matices…

Cuando asimiló la quietud y se reconcilió con la pereza de los relojes…

-Son los versos que le recitó un preso en el calabozo que compartieron y que habla de ser un superhombre para obtener una porción de libertad. Lo que sigue, no lo recuerda.

-Matemos lo que queda del virus. Con alcohol lo fulminamos. Un mojito, por favor. Bebamos, venga conmigo… -El viejo imagina que se van al rincón más oscuro. –Vamos por una birra. –Sonríe y su lengua rosada asoma en el hueco oscuro e imagina al farmacéutico disfrazado de bacteria para disimular esa panza fenomenal. Llega otro con traje de Covid que persigue a los incautos. Es una Bacanal de los forajidos que quieren terminar con la pandemia.

-Harán vacunación compulsiva y obligatoria. No se conocen los excipientes y no difunden las consecuencias crueles para la salud. ¡Yo no me vacuno! Nos quieren poner un chip para controlarnos. Es el NOM. –Don Teodoro desecha el caño y busca una manguera arrumbada y la corta en fragmentos regulares.

-Es la piel gastada de los días. Es el tedio de las horas. Son los silencios testarudos que se esconden en el remoto cajón de la memoria. –Se identifica hoy más que nunca. La poesía se vuelve pulsos, sangre, carne y lengua.

-Los niños sin escuela. Educación virtual. ¡Qué futuro les espera, sumidos en la ignorancia. –Sacude su cabeza cana y sigue trabajando con tesón. Quiere acaparar esas palabras porque no avizora algo mejor. Mide su tiempo con un nuevo calendario, el de la cuarentena.

-Cada uno se convierte en sujeto sospechoso…si en un minuto de distracción uno nos tose o estornuda en la cara, te pega la infección. –Yo me quedo en casa, esperándote, replica.

-Dios no existe, porque si existiera, no habría necesidad de curas…y el Papa sigue orando frente a una plaza vacía. –Ni rezo, ni me culpo, espero, responde al viento e imagina al cura del pueblo que avanza a contramano con su sotana habitual, pero en vez de crucifico, lleva un medallón hippy de paz y amor.

Un zorzal, chalchalero cantor, se acerca a curiosear y trae buenas noticias de los vivos. Un colibrí le dice “tus muertos están mejor”

Hace un agujerito en la tapa del frasco y ¡Almajaia!, grita de nuevo, cuando vuelve a cortarse la mano. Siente que lleva al hombro una bolsa cargada de soledad. Y ella no está.

Ha preparado sus inventos y etiqueta cada frasco: tristeza, denuncia, ansias de libertad, ilusiones, locura, culpas y miedo. Ahora coloca en su oreja la manguera atada a un caracol y escucha todas las voces que salen de cada frasco, para que no se pierdan, mientras sigue esperando.

Desde su lugar en este confinamiento impuesto, el silencio posterior no lo angustia, pero le sirve para reflexionar, porque es un silencio inquietante, como si estuviéramos por perder el tren, tras no sé qué. ¿A qué hora abren los bancos? Take away. ¿A cuánto cotiza el dólar? ¿Será una guerra biológica? Fast food, Delivery. Me compré esta novedad, y lo conseguí en cuotas…Ahora hay que hacer el amor por la pantalla…”

-¿Y si nos vamos al bar a jugar un truco y beber un ginebra? –No puede ver el mensaje por whatsapp, porque ya no lee.

Por el caminito, un sujeto envuelto en un traje cuasi-metálico, con guantes amarillos y botas al tono, se apoya en el portón y le habla detrás de la escafandra. Teodoro aguza la vista y reconoce a su amigo de cartas, sólo por los ojos negros que le sonríen. Trae una bolsa herméticamente cerrada. Son membrillos que le alcanza por medio de un palo largo, y él lo retribuye dándole una bolsa de manzanas.

 Tiene razón el viejo sabio, si estamos todos navegando en el mismo barco-planeta de las tempestades. Deja el invento y se recuesta en el piso de su taller, pero una carcajada sarcástica lo pone en alerta. Entre los arbustos alcanza a vislumbrar algo, como un disfraz de bacteria. Es como un chupetín verde de dos patas que lleva en la cabeza una lupa. Lo sobrevuelan varias esferas con largas sopapas potentes, como si fueran estrellas fosforescentes. Es “el corona”, piensa.

Vivir en antónimos. Pesimismo/optimismo. Esperanzas/dudas. Fe/desconfianza. Alegría/desánimo. Luz/oscuridad. Como si estuvíéramos viendo el espesor de una telaraña enredada en el árbol de la vida.

Un hilo delgado divide la algarabía de la Bacanal y la calma de los cementerios, como si un equilibrista de circo oscilara entre el vuelo de mariposas y el reptar hacia ciertos rincones oscuros. Abjura de la poesía, de las luciérnagas y de las libélulas. No quiere mirar hacia abajo, suspira y luego se zambulle hacia el abismo insondable. Sueña: han caído las hojas, se desnudaron los álamos sobre nuestras sillas. Una tristeza amarga se posa en ellas. Ya no volverás.

Un dinosaurio rengo y desvencijado, que perdió la cresta, pasa frente a él, como una sombra que pronto se deshilacha en el polvo que flota en el ambiente.

¡Dos billetes pa’ese pingo!

-¡Un picotazo más y lo tenés, gallo!

-No me mintás más, que cazo el cinto y te fajo ahí nomás.

-¡Ahí tenés, Centella, que te aproveche! –y lo deja tirado al marido despechado, ebrio de ginebra y desamor.

-No servís para nada, ni en la cama, ramera…

 

Se restriega los ojos miopes como desperezándose. Nada más escuchó ese día. Sólo un silencio palpitante que se hincha, se hincha y todo lo cubre. ¿Será el silencio o seguirá soñando un silencio de sueño? Es un llamado, lo intuye. Hacia ella va y la ve.

Unos ojos sin tarea, como fatigados, lo miran desde un barbijo verde, entre tarde y bosque, entre pasillos del hospital y camas desoladas. Lo miran, clorofílicamente, como esperando el final, de cánulas, sondas y monitores gélidos. Lo perdonan. 

Pura vida

 

 

¡Pura vida! Así es el saludo en Costa Rica, ya sea de recibimiento, como de despedida.

-Buenos días.

-A la orden, señorita –como si todavía debieran servir al amo. Elijo un toallón entre tantos diseños de tucanes, ranas o lagartos.

-Llevo éste.

-Con mucho gusto –me responde cuando le digo gracias. –Que Dios la acompañe.

En San José predominan los mestizos; hay amerindios y últimamente “más nicos que ticos”, dicen, refiriéndose a los que llegan de Nicaragua.

-¿Por qué se los llama “Ticos”?

-Porque somos así de cariñosos. “Un momentico, por favor”, “¿desea una fotico?”

-Ahora entiendo.

-“Tuanis” –me responde, “Too nice”.

En la calle distingo a los venezolanos que llegaron por trabajo. Me entero que no hay ejército, aunque tienen el apoyo incondicional de USA.

Entro al Museo de la Paz. En la entrada se exhibe una gran esfera metálica que alberga en su interior una perfecta redonda piedra, que simboliza la interacción entre el interior y en el exterior. Ahora comprendo por qué siempre tengo dificultad para ingresar a los alojamientos. Paradojas que no paran de sorprenderme.

En el siglo XIX fue una prisión; hay otras dependencias, y el calabozo. Se ve todavía la torreta de observación. Adentro pueden admirarse sitios arqueológicos y diferentes objetos de la cultura primitiva.

Supe, porque me informé antes, que Costa Rica tiene una política de preservación del medio ambiente y sustentabilidad, que es una avanzada entre los países latinoamericanos.

Es hora de comenzar a recorrer por unos días este variopinto y verde país. De la cordillera central, al Caribe Sur, y del Congreso Latinoamericano de Comprensión Lectora, a las costas del Pacífico.

Para festejar, una sangría grande bien helada, acompañada de carne de cerdo con verduras salteadas. Hay que recuperar energías para iniciar la aventura.

Antes de emprender el viaje hacia los Guaipiles, un desayuno típico bien potente: “gallopinto” es una omelette con huevos, queso y salchichas, el infaltable arroz con banana frita y porotos negros. Bien equipada, partimos.

Recorremos el bosque nuboso y el bosque lluvioso. A lo lejos, los volcanes con las aguas termales al pie. Luego viene “la bajura”, rumbo al mar. Hay plantaciones de bananas y su producción. Las grandes hojas mojadas por la lluvia que castiga, quién sabe qué secretos esconden.

Atravesamos el Río de la Suerte, hasta llegar a la laguna Penitencia, en el límite con Nicaragua. Cuentan que entre 1940-1970 hubo una tala indiscriminada de árboles; a los obreros los penaban por seis meses sin visitar a su familia; si resistían el trabajo duro, podían regresar. Historias crueles que sellan la cultura del trabajo servil.

Ya comienzan a verse las ceibas con sus “gambas”, gruesas piernas que las sostienen a la vera del río. Un gran lagarto verde esmeralda, basilisco, pasa nadando a velocidad considerable. Arriba, monos, osos perezosos, arañas, pájaros y en el río, un inmenso cocodrillo está camuflado entre los troncos de la orilla.

En Tortuguero, y al anochecer con una luna llena que presume, asistimos al espectáculo del desove; son las tortugas que provienen de Nicaragua. Ropa oscura, silencia y a la luz de la luna, ellas suben a la playa, donde no llega la marea. Con las aletas hacen el nido donde depositarán los huevos. Luego, profundizan otro hueco para engañar a los depredadores. En trance, comienza la función que dura unos 50’. Desove y camuflaje en el parto. Si no son interrumpidas, unos cien a ciento cincuenta huevos blancos van cayendo. Luego, con las aletas tapan y apisonan la arena húmeda y regresan al mar. Cada año vuelven al mismo sitio, donde ya los hijitos han ido al mar. Hay depredadores lugareños que suelen robar los huevos para alimentarse, pero la patrulla del Parque, vigila. Una experiencia sobrecogedora y tierna.

Un licuado de mango y guayaba es ideal para acompañar pescado con salsa de coco y ensalada de guacamole. Un festín que saboreamos en silencio.

Cahuita es como estar en Jamaica. Puedo ver muchos Bob Marley con el reggae, su guitarra y sus rastas. Se fuma y se bebe sin tapujos.

La Comunidad Bri Bri, asentada casi al límite con Panamá a comienzos de los ’60, inicia un emprendimiento de producción de cacao y aceite de coco. Por esos años, sus hijos ya se habían escolarizado y fueron evangelizados. Entre las plantas, escucho historias de chamanes, de curaciones y ritos para los partos. Las parturientas se internan solas en la selva, en total libertad y en contacto con la naturaleza virgen. En el taller el “metate” y el “metapil”están en plena molienda.  El aceite de coco es maravilloso para suavizar las arrugas. –“Las hemos chinado”, dicen, porque nos cuidaron mucho durante el recorrido por la hacienda.

No es posible hacer “snorkeling” porque el mar está “picado”. Las tormentas eléctricas anuncian la lluvia que llega, torrencial y violenta.

Hacer “rafting” en el río Pacuaré, que es el más codiciado en el mundo para estas aventuras, da oxigenación a los músculos y acelera el ritmo cardíaco. Y cómo no.

--¡Derecha! –y hay que esquivar piedras por izquierda, por derecha,  para finalmente bajar en caída abrupta en un desnivel del río.

-¡Ah!, qué emoción incomparable, decimos. ¡Pura vida!, levantando los remos.

“Canopy” en la floresta de Monteverde es otra aventura para producir adrenalina. Volar sobre la copa de los árboles, asida a las cuerdas, y con guantes y arneses, es pasar por trece plataformas, que es una mezcla de reto y miedo en todo el recorrido. Selva lujuriosa, como ninguna.

Rumbo a la Cordillera Central de nuevo, vemos la fumarolas del Volcán Tenorio y el río Celeste de aguas sulfurosas, con sus puentes colgantes. Hay fiesta por el Día de los Parques Nacionales.

En la hacienda “El Trapiche” se elabora la melaza de caña de azúcar y se cultiva cacao y café de manera industrial. Los trabajadores son indocumentados, son los “nicos”. Durante la comida, hay tacos con carne y arreche, una especie de apio, y verduras al vapor. ¿Y cómo no probar el guarro, un licor típico de alta graduación alcohólica? Y los músicos amenizan: “ Guaro, guaro, guaro, mi dulce tormento, ¿qué haces ahí afuera?, vente pa’dentro”. Y todos bebemos. En la despedida, una copita de guaro con miel y guindado.

Llega el momento de la compostura, porque comienza el Congreso en San Ramón de Alajuela. Hay que aprender de los conferencistas, compartir experiencias pedagógicas y descubrir que, al final, todos tienen muchos diagnósticos, pero escasas propuestas.

Son los festejos por las fiesta patronal, peregrinación de la virgen, bailes, marimba y “chinchivi”, más sopa de mariscos, que le dicen “el viagra tico”. Llueve a cántaros.

Habrá que iniciar el último tramo del viaje hacia el Pacífico. En Turrialba predominan las plantaciones de palmeras africanas y su industrialización de lubricantes, biodiesel, aceite para cocinar y fabricación de productos cosméticos.

Otros paisajes, otras experiencias para no olvidar en ese lado. ¡Y no consigo abrir las puertas! ¿Será porque me atrae más el exterior? Una excursión en catamarán en busca de delfines y ballenas y práctica de snorkeling para ver los graciosos peces de colores  en ese mar curiosamente calmo.

En Playa Blanca los papagayos alborotan el lugar y un descubrimiento: los mapaches ladrones, que te roban todo, las canastas de frutas, y ¡hasta el mate!  Hay grandes iguanas de cola rayada que merodean, suben a los árboles, y a las mesas, para comer, como si la selva no tuviera suficiente alimento.

Los monos aulladores nos despiertan, ni bien amanece. No cantan los gallos, pero sí “el gallo pinto”. Es hora de partir. ¡Pura vida!

Hipótesis y validaciones

 

 

Intento demostrar una hipótesis: Entre el leer y el escribir siempre humo un romance y un maridaje. Cuando se incorpora el viajar, ese triángulo amoroso provoca una relación eterna e indestructible. 

De Kilkeny, y en el pub, puedo apreciar el carácter afable de los irlandeses. Ya en el siglo XI aparecieron los pubs, pero recién en 1950, las mujeres pudieron concurrir. “En este lugar no hay extraños. Es un lugar donde están los amigos que todavía no has conocido”. Se festejan bodas, bautizos, despedidas en honor al muerto, y se cuentan historias por demás interesantes. Se escucha música, algunas son baladas llenas de tristeza y canciones populares que recuerdan batallas.

En Cork supe que fue la capital rebelde que más opuso resistencia a los ingleses.

Vengo de contemplar castillos, fantasmas del pasado, los que deambulan desde que se despejaron los restos de las ruinas romanas. Primero fueron influenciados por la cultura romana, más tarde por los normandos, luego por los vikingos.

Vengo de ver el bosque de Sherwood y las historias de Robin Hook, “el encapuchado altruista”.

Vengo de navegar el Lago Ness y ¡no encontramos al monstruo! Vengo de visitar el castillo de Urquhart, destruido por los ingleses para quitarles el poder a los jacobinos, los hijos de María Estuardo. He visto las catapultas y las grandes piedras que arrojaban los caballeros medievales.

Vengo de admirar la cruz gaélica que representa la crucifixión de Jesús con el círculo que simboliza la adoración del Sol: lo cristiano y lo pagano.

Vengo de aspirar las fuentes de la sabiduría de las universidades y de respirar el aire antiguo de las abadías y catedrales del siglo XII, y casi pude imaginar a los miserables que vivían debajo de los puentes y asesinaban a sus víctimas para vender los cadáveres a la Escuela de Medicina, o que desenterraban cadáveres frescos de los cementerios, para sobrevivir de esta manera. He visto estatuas que representan a los dioses griegos y los símbolos de la Medicina.

Vengo de las tierras bajas de Escocia y de recorrer las tierras altas, y los kilts y los gaiteros, en la frontera con Irlanda.

Vengo de ver “la calzada de los gigantes” con sus asombrosas rocas exagonales y las altísimas columnas de basalto, producto de la actividad geológica y volcánica. Lo que más asombra es la magia de las leyendas, de los mitos entre dos gigantes, enemigos acérrimos.

Todas estas vivencias, para recalar en Dublín, hoy. Entonces veo el monumento a la memoria de los revolucionarios ejecutados en 1916 para liberarse de Inglaterra. El edificio de la Aduana, bombardeada por el IRA en 1912, y reconstruido. La cúpula representa la esperanza y el comercio.

El Trinity College, majestuoso, donde estudiaron Samuel Beckett y Oscar Wilde, fue creado en 1600, para brindar servicios a los protestantes, aunque desde el siglo XIX está abierto a todas las religiones. Vi en su biblioteca el Libro de Kells, que fue escrito por un monje irlandés en el siglo XIX. Él decía en boca de Pangur, su gato: “Cazar ratones, es su diversión; cazar más bien palabras, mi pasión”. Entre sus grandes benefactores se cuenta a la dinastía Guiness. La fábrica de cerveza se inició hace 300 años. Desde el 5º piso, en el salón vidriado, degustamos una pinta gigante, mientras divisamos todo Dublín.

En St. Patrick Cathedral (de 1220), admiré el púlpito del Deán Jonathan Swift, el autor de “Los viajes de Gulliver”. Pero como el día se presenta con toda su luminosidad, recorremos el exterior.

Phoenix Park es el pulmón de la ciudad, dicen que es dieciséis veces más grande que el Central Park de New York.  La estatua de James Joyce nos asombra con su hidalguía y caballerosa presencia. “El cabrón del bastón”, le decían, que ahora mira con extrañeza el mundo que pasa a su lado. Entonces me parece ver a Leopold Bloom caminando por las calles de Dublín y recuerdo a Molly Bloom en el magnífico monólogo interior desde el Peñón de Gibraltar.

La estatua de Molly Malone, “la golfa del carro”, era vendedora de pescados y mariscos, de día, y protituta, de noche. Su recuerdo está sellado en una canción popular que es el himno no oficial de la ciudad.

Siguiendo con las estatuas, vemos al colorido Oscar Wilde en Merrion Square. Emana informalidad y desparpajo, rescostado en una roca, el petimetre muestra sus dos caras, de un lado la alegría, y del otro, la tristeza.

Cruzando el puente Samuel Beckett sobre el río Liffey, vemos “Latte Bar” inmortalizado en “La naranja mecánica”. Cruzando el puente James Joyce, la zona del ocio,  llegamos a “Temple Bar”, fundado en 1840. Un mundo de gente bebiendo y fumando, mientras en el escenario, el guitarrista David Browne y su acompañante con cítara, dan un espectáculo en conmemoración al record Guiness. Tocaron ciento catorce horas seguidas, casi cinco días en junio de 2011. 

Regreso con todos los pájaros en la cabeza y el corazón repleto de emociones. La hipótesis inicial ha sido comprobada.

Bandera blanca con mano roja

 

 

-Los irlandeses han sido dominados por el imperio inglés, no por los romanos –dice el guía –por eso eran considerados salvajes.

Así comienza la historia en la que me voy a zambullir. Ni huipil, ni sari, ni kimono, me visto de doncella medieval. Falda larga, camisa blanca, chaleco negro con cordones cruzados y botas, allá por el 1600.

Aún hoy se ve la bandera blanca que representa a Irlanda del Norte, y una mano roja, del Condado de Ulster; unos, republicanos católicos, y los otros, pertenecientes a la comunidad protestante. Cuenta la leyenda que, ante la acefalía del Reino de Ulster, los habitantes acordaron elegir a su monarca por medio de una original competencia. En un lago local, las embarcaciones capitaneadas por los candidatos, debían llegar a la otra orilla. Un miembro del clan O’Neill, viendo que se adelantaban, se cortó una mano y la arrojó a la orilla; quedó manco, pero se convirtió en rey.

Camino por las callejuelas que bordean el castillo de Bunratti y percibo la historia que construyeron los Hughes, los Mac’Namara, los O’Brien, los Shannon, Los O’Farrel: granjas, graneros, molino, establo, cobertizos, corrales, carros de los nómades… la escuela, una casa de té y el imponente castillo, que se mantiene intacto desde 1425. Riquísimos decorados en el gran salón, los dormitorios, la capilla privada y la capilla pública, el solar para huéspedes, todo, por supuesto, custodiado por la sala abovedada del cuerpo de guardia, y en el subsuelo, los calabozos de otrora.

Así, entre luchas intestinas, me vienen a la memoria los amores de Enriq           ue VIII, nombrado rey de Irlanda y la máxima autoridad eclesiástica; cuando se une a Ana Bolena, el rey se convierte al protestantismo y surge la religión anglicana.

Lo cierto es que el Puente de la Concordia aún hoy no alcanza para unir a católicos y protestantes. Aún hoy flamea en el frente de algunas casas, la bandera blanca con la mano roja. Así surge Irlanda del Norte, cuya capital es Belfast. Y la República de Irlanda, luego de luchas por la religión, entre 1968 y 1998.

Recuerdo al IRA, el “Bloody Sunday” de 1972 y a Margaret Thatcher, encarcelando terroristas sin proceso. Realidad muy compleja. Ex combatientes del IRA son hoy diputados. Continúan todavía los movimientos para conseguir la paz. Sin embargo, la guerra de las banderas prosigue. Es legal, nadie las prohíbe. En cada pueblo hay una iglesia católica y una protestante. El emblema es la bandera tricolor de tres franjas, verde (católico), blanco (la paz) y naranja (protestantes).

En Galway transito junto a Brian y Maoly, que me cuentan historias. Hay que abrigarse, abandono el traje de doncella y me visto de turista argentina. Compro un par de medias tricolor, pero eso sí, una tiene más blanco que naranja y verde, y la otra, es naranja con verde y blanco; ambas, salpicadas con tréboles de tres hojas.

Ya debo emprender la retirada. Ryanair tiene el símbolo de la lira, es el arpa celta; también está ese escudo en la cerveza Guiness. ¡Salud!  Música y alegría. Hay voces extrañas que se entremezclan en la diversidad. Antes hubo oleadas de inmigrantes europeos, asiáticos, árabes. Este fluir continúa, junto con el avance económico.

Llega el momento de la despedida. Mis anfitriones traducen el gaélico para mí. En el regreso escucho a U2, a Bono, manifestando y veo una película con Sean Connery. Me adormezco con diferentes tonos de verde: el verde inglés y el verde lechuga, que representa a Irlanda.

Berlín, la otra cara

 

 

Los amigos van al encuentro en el lugar exacto y a la imperturbable hora germana. Check Point es el sitio elegido. A esta hora del medio día, la ciudad bulle en su esplendor y se deleita mostrándonos variopintos especímenes que solos, o acompañados, hablan todas las lenguas.

Sin embargo, todo es tan ordenado…hasta el caos es organizado respetuosamente. Es como si los horrores de la guerra hubieran sido superados y la tristeza marcada en los rostros hubiera trocado en busca de libertad.

Desde el sector este va llegando Ann, la estudiante que ha roto con su novio japonés y para calmar su angustia, se irá en breve a Israel para asistir a un curso para futuros médicos, sobre las estrategias psicológicas a aplicar con pacientes y familiares. Ayer ha convocado a los otros, sus amigos, para recibir su afecto y despedirse.

Por el oeste se acerca Reinhold, incansable viajero, más maduro, que según ha dicho por teléfono, trabaja como voluntario en una fundación sin fines de lucro. Será profesor de inglés y director de teatro vocacional en Indonesia, porque viaja en los próximos días.

Por el norte viene Hans Joachim, el díscolo, el bohemio retratista callejero que no tiene éxitos ni ganancias en su oficio, por ahora. Y por el sur, camina rápido Franck, el enamoradizo. Está compungido porque extraña a su novia rusa, ha dicho y se ven cada seis meses, una vez en Rusia, y otra en Alemania.

El Museo del holocausto y el lugar donde estuvo establecida la Gestapo, se llama “Topografía del terror”. Es una muestra documental y fotográfica que impone miedo y dolor a los visitantes.

-No soy masoquista, dice Franck, por eso vengo a encontrarme con ustedes y recorrer otra zona de la ciudad, más colorida y más alegre.

En el metro, el domingo muestra su presencia más activa. Los ciclistas cargan sus bicicletas para pasear por los parques. Sonssouci es una buena opción, así como los jardines de Charlottenburg o el Tiergardner.

En el sector este, el barrio turco muestra toda la algarabía. Se deciden por un restaurante que ofrece pescados y mariscos.

-Parece que pronto daré el gran salto –comenta Hans Joachim- Voy a encontrarme luego con la curadora de la sala donde expondré mis obras. Estoy contento, porque venderé mis cuadros, al fin.

-Brindemos, amigos. ¡Salud! Por los viajes, por el arte, por el amor, por la profesión y por el trabajo voluntario.

Retoman el paseo ahora, hacia la orilla del río. Franck los lleva a un bar caribeño, uno de los pocos que quedan aún en Berlín y resisten la demolición de los viejos edificios para construir otros más modernos. Es la zona donde han dejado casi un kilómetro del muro, que ha sido coloreado por artistas de todo el mundo, festejando la caída del muro.

-Me quedo aquí. –dice Franck,  y se tira en una reposera a beber y fumar mirando el río. Música jamaiquina, reggae, rojo, amarillo y verde, ¡Yeah! Rastas. Dan otro panorama a la ciudad.

Los otros tres amigos se vuelven. Es hora de atender cuestiones personales.

Los he seguido en silencio y he estado disfrutando esta ciudad de tan variados tonos, que atrapa y deleita. Las imágenes se suceden. Potsdamen platz, la isla de los museos, el parlamento (Reichstadt), los palacios señoriales de la dinastía de los Frederick, la villa de verano en Caputh, donde residía Einstein, la rica cerveza alemana y sus comidas, el oso de Berlín… lo viejo, lo nuevo, la guerra, el resurgimiento, la reconstrucción de la ciudad y de las almas de su gente,  y sigo sorprendiéndome.