jueves, 5 de noviembre de 2020

Berlín, la otra cara

 

 

Los amigos van al encuentro en el lugar exacto y a la imperturbable hora germana. Check Point es el sitio elegido. A esta hora del medio día, la ciudad bulle en su esplendor y se deleita mostrándonos variopintos especímenes que solos, o acompañados, hablan todas las lenguas.

Sin embargo, todo es tan ordenado…hasta el caos es organizado respetuosamente. Es como si los horrores de la guerra hubieran sido superados y la tristeza marcada en los rostros hubiera trocado en busca de libertad.

Desde el sector este va llegando Ann, la estudiante que ha roto con su novio japonés y para calmar su angustia, se irá en breve a Israel para asistir a un curso para futuros médicos, sobre las estrategias psicológicas a aplicar con pacientes y familiares. Ayer ha convocado a los otros, sus amigos, para recibir su afecto y despedirse.

Por el oeste se acerca Reinhold, incansable viajero, más maduro, que según ha dicho por teléfono, trabaja como voluntario en una fundación sin fines de lucro. Será profesor de inglés y director de teatro vocacional en Indonesia, porque viaja en los próximos días.

Por el norte viene Hans Joachim, el díscolo, el bohemio retratista callejero que no tiene éxitos ni ganancias en su oficio, por ahora. Y por el sur, camina rápido Franck, el enamoradizo. Está compungido porque extraña a su novia rusa, ha dicho y se ven cada seis meses, una vez en Rusia, y otra en Alemania.

El Museo del holocausto y el lugar donde estuvo establecida la Gestapo, se llama “Topografía del terror”. Es una muestra documental y fotográfica que impone miedo y dolor a los visitantes.

-No soy masoquista, dice Franck, por eso vengo a encontrarme con ustedes y recorrer otra zona de la ciudad, más colorida y más alegre.

En el metro, el domingo muestra su presencia más activa. Los ciclistas cargan sus bicicletas para pasear por los parques. Sonssouci es una buena opción, así como los jardines de Charlottenburg o el Tiergardner.

En el sector este, el barrio turco muestra toda la algarabía. Se deciden por un restaurante que ofrece pescados y mariscos.

-Parece que pronto daré el gran salto –comenta Hans Joachim- Voy a encontrarme luego con la curadora de la sala donde expondré mis obras. Estoy contento, porque venderé mis cuadros, al fin.

-Brindemos, amigos. ¡Salud! Por los viajes, por el arte, por el amor, por la profesión y por el trabajo voluntario.

Retoman el paseo ahora, hacia la orilla del río. Franck los lleva a un bar caribeño, uno de los pocos que quedan aún en Berlín y resisten la demolición de los viejos edificios para construir otros más modernos. Es la zona donde han dejado casi un kilómetro del muro, que ha sido coloreado por artistas de todo el mundo, festejando la caída del muro.

-Me quedo aquí. –dice Franck,  y se tira en una reposera a beber y fumar mirando el río. Música jamaiquina, reggae, rojo, amarillo y verde, ¡Yeah! Rastas. Dan otro panorama a la ciudad.

Los otros tres amigos se vuelven. Es hora de atender cuestiones personales.

Los he seguido en silencio y he estado disfrutando esta ciudad de tan variados tonos, que atrapa y deleita. Las imágenes se suceden. Potsdamen platz, la isla de los museos, el parlamento (Reichstadt), los palacios señoriales de la dinastía de los Frederick, la villa de verano en Caputh, donde residía Einstein, la rica cerveza alemana y sus comidas, el oso de Berlín… lo viejo, lo nuevo, la guerra, el resurgimiento, la reconstrucción de la ciudad y de las almas de su gente,  y sigo sorprendiéndome.

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