jueves, 5 de noviembre de 2020

Pura vida

 

 

¡Pura vida! Así es el saludo en Costa Rica, ya sea de recibimiento, como de despedida.

-Buenos días.

-A la orden, señorita –como si todavía debieran servir al amo. Elijo un toallón entre tantos diseños de tucanes, ranas o lagartos.

-Llevo éste.

-Con mucho gusto –me responde cuando le digo gracias. –Que Dios la acompañe.

En San José predominan los mestizos; hay amerindios y últimamente “más nicos que ticos”, dicen, refiriéndose a los que llegan de Nicaragua.

-¿Por qué se los llama “Ticos”?

-Porque somos así de cariñosos. “Un momentico, por favor”, “¿desea una fotico?”

-Ahora entiendo.

-“Tuanis” –me responde, “Too nice”.

En la calle distingo a los venezolanos que llegaron por trabajo. Me entero que no hay ejército, aunque tienen el apoyo incondicional de USA.

Entro al Museo de la Paz. En la entrada se exhibe una gran esfera metálica que alberga en su interior una perfecta redonda piedra, que simboliza la interacción entre el interior y en el exterior. Ahora comprendo por qué siempre tengo dificultad para ingresar a los alojamientos. Paradojas que no paran de sorprenderme.

En el siglo XIX fue una prisión; hay otras dependencias, y el calabozo. Se ve todavía la torreta de observación. Adentro pueden admirarse sitios arqueológicos y diferentes objetos de la cultura primitiva.

Supe, porque me informé antes, que Costa Rica tiene una política de preservación del medio ambiente y sustentabilidad, que es una avanzada entre los países latinoamericanos.

Es hora de comenzar a recorrer por unos días este variopinto y verde país. De la cordillera central, al Caribe Sur, y del Congreso Latinoamericano de Comprensión Lectora, a las costas del Pacífico.

Para festejar, una sangría grande bien helada, acompañada de carne de cerdo con verduras salteadas. Hay que recuperar energías para iniciar la aventura.

Antes de emprender el viaje hacia los Guaipiles, un desayuno típico bien potente: “gallopinto” es una omelette con huevos, queso y salchichas, el infaltable arroz con banana frita y porotos negros. Bien equipada, partimos.

Recorremos el bosque nuboso y el bosque lluvioso. A lo lejos, los volcanes con las aguas termales al pie. Luego viene “la bajura”, rumbo al mar. Hay plantaciones de bananas y su producción. Las grandes hojas mojadas por la lluvia que castiga, quién sabe qué secretos esconden.

Atravesamos el Río de la Suerte, hasta llegar a la laguna Penitencia, en el límite con Nicaragua. Cuentan que entre 1940-1970 hubo una tala indiscriminada de árboles; a los obreros los penaban por seis meses sin visitar a su familia; si resistían el trabajo duro, podían regresar. Historias crueles que sellan la cultura del trabajo servil.

Ya comienzan a verse las ceibas con sus “gambas”, gruesas piernas que las sostienen a la vera del río. Un gran lagarto verde esmeralda, basilisco, pasa nadando a velocidad considerable. Arriba, monos, osos perezosos, arañas, pájaros y en el río, un inmenso cocodrillo está camuflado entre los troncos de la orilla.

En Tortuguero, y al anochecer con una luna llena que presume, asistimos al espectáculo del desove; son las tortugas que provienen de Nicaragua. Ropa oscura, silencia y a la luz de la luna, ellas suben a la playa, donde no llega la marea. Con las aletas hacen el nido donde depositarán los huevos. Luego, profundizan otro hueco para engañar a los depredadores. En trance, comienza la función que dura unos 50’. Desove y camuflaje en el parto. Si no son interrumpidas, unos cien a ciento cincuenta huevos blancos van cayendo. Luego, con las aletas tapan y apisonan la arena húmeda y regresan al mar. Cada año vuelven al mismo sitio, donde ya los hijitos han ido al mar. Hay depredadores lugareños que suelen robar los huevos para alimentarse, pero la patrulla del Parque, vigila. Una experiencia sobrecogedora y tierna.

Un licuado de mango y guayaba es ideal para acompañar pescado con salsa de coco y ensalada de guacamole. Un festín que saboreamos en silencio.

Cahuita es como estar en Jamaica. Puedo ver muchos Bob Marley con el reggae, su guitarra y sus rastas. Se fuma y se bebe sin tapujos.

La Comunidad Bri Bri, asentada casi al límite con Panamá a comienzos de los ’60, inicia un emprendimiento de producción de cacao y aceite de coco. Por esos años, sus hijos ya se habían escolarizado y fueron evangelizados. Entre las plantas, escucho historias de chamanes, de curaciones y ritos para los partos. Las parturientas se internan solas en la selva, en total libertad y en contacto con la naturaleza virgen. En el taller el “metate” y el “metapil”están en plena molienda.  El aceite de coco es maravilloso para suavizar las arrugas. –“Las hemos chinado”, dicen, porque nos cuidaron mucho durante el recorrido por la hacienda.

No es posible hacer “snorkeling” porque el mar está “picado”. Las tormentas eléctricas anuncian la lluvia que llega, torrencial y violenta.

Hacer “rafting” en el río Pacuaré, que es el más codiciado en el mundo para estas aventuras, da oxigenación a los músculos y acelera el ritmo cardíaco. Y cómo no.

--¡Derecha! –y hay que esquivar piedras por izquierda, por derecha,  para finalmente bajar en caída abrupta en un desnivel del río.

-¡Ah!, qué emoción incomparable, decimos. ¡Pura vida!, levantando los remos.

“Canopy” en la floresta de Monteverde es otra aventura para producir adrenalina. Volar sobre la copa de los árboles, asida a las cuerdas, y con guantes y arneses, es pasar por trece plataformas, que es una mezcla de reto y miedo en todo el recorrido. Selva lujuriosa, como ninguna.

Rumbo a la Cordillera Central de nuevo, vemos la fumarolas del Volcán Tenorio y el río Celeste de aguas sulfurosas, con sus puentes colgantes. Hay fiesta por el Día de los Parques Nacionales.

En la hacienda “El Trapiche” se elabora la melaza de caña de azúcar y se cultiva cacao y café de manera industrial. Los trabajadores son indocumentados, son los “nicos”. Durante la comida, hay tacos con carne y arreche, una especie de apio, y verduras al vapor. ¿Y cómo no probar el guarro, un licor típico de alta graduación alcohólica? Y los músicos amenizan: “ Guaro, guaro, guaro, mi dulce tormento, ¿qué haces ahí afuera?, vente pa’dentro”. Y todos bebemos. En la despedida, una copita de guaro con miel y guindado.

Llega el momento de la compostura, porque comienza el Congreso en San Ramón de Alajuela. Hay que aprender de los conferencistas, compartir experiencias pedagógicas y descubrir que, al final, todos tienen muchos diagnósticos, pero escasas propuestas.

Son los festejos por las fiesta patronal, peregrinación de la virgen, bailes, marimba y “chinchivi”, más sopa de mariscos, que le dicen “el viagra tico”. Llueve a cántaros.

Habrá que iniciar el último tramo del viaje hacia el Pacífico. En Turrialba predominan las plantaciones de palmeras africanas y su industrialización de lubricantes, biodiesel, aceite para cocinar y fabricación de productos cosméticos.

Otros paisajes, otras experiencias para no olvidar en ese lado. ¡Y no consigo abrir las puertas! ¿Será porque me atrae más el exterior? Una excursión en catamarán en busca de delfines y ballenas y práctica de snorkeling para ver los graciosos peces de colores  en ese mar curiosamente calmo.

En Playa Blanca los papagayos alborotan el lugar y un descubrimiento: los mapaches ladrones, que te roban todo, las canastas de frutas, y ¡hasta el mate!  Hay grandes iguanas de cola rayada que merodean, suben a los árboles, y a las mesas, para comer, como si la selva no tuviera suficiente alimento.

Los monos aulladores nos despiertan, ni bien amanece. No cantan los gallos, pero sí “el gallo pinto”. Es hora de partir. ¡Pura vida!

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