-Los irlandeses han
sido dominados por el imperio inglés, no por los romanos –dice el guía –por eso eran considerados salvajes.
Así comienza la historia en la que me voy a zambullir. Ni
huipil, ni sari, ni kimono, me visto de doncella medieval. Falda larga, camisa
blanca, chaleco negro con cordones cruzados y botas, allá por el 1600.
Aún hoy se ve la bandera blanca que representa a Irlanda del
Norte, y una mano roja, del Condado de Ulster; unos, republicanos católicos, y
los otros, pertenecientes a la comunidad protestante. Cuenta la leyenda que,
ante la acefalía del Reino de Ulster, los habitantes acordaron elegir a su
monarca por medio de una original competencia. En un lago local, las
embarcaciones capitaneadas por los candidatos, debían llegar a la otra orilla.
Un miembro del clan O’Neill, viendo que se adelantaban, se cortó una mano y la
arrojó a la orilla; quedó manco, pero se convirtió en rey.
Camino por las callejuelas que bordean el castillo de
Bunratti y percibo la historia que construyeron los Hughes, los Mac’Namara, los
O’Brien, los Shannon, Los O’Farrel: granjas, graneros, molino, establo,
cobertizos, corrales, carros de los nómades… la escuela, una casa de té y el
imponente castillo, que se mantiene intacto desde 1425. Riquísimos decorados en
el gran salón, los dormitorios, la capilla privada y la capilla pública, el
solar para huéspedes, todo, por supuesto, custodiado por la sala abovedada del
cuerpo de guardia, y en el subsuelo, los calabozos de otrora.
Así, entre luchas intestinas, me vienen a la memoria los
amores de Enriq ue VIII,
nombrado rey de Irlanda y la máxima autoridad eclesiástica; cuando se une a Ana
Bolena, el rey se convierte al protestantismo y surge la religión anglicana.
Lo cierto es que el Puente de la Concordia aún hoy no alcanza
para unir a católicos y protestantes. Aún hoy flamea en el frente de algunas
casas, la bandera blanca con la mano roja. Así surge Irlanda del Norte, cuya
capital es Belfast. Y la República de Irlanda, luego de luchas por la religión,
entre 1968 y 1998.
Recuerdo al IRA, el “Bloody Sunday” de 1972 y a Margaret
Thatcher, encarcelando terroristas sin proceso. Realidad muy compleja. Ex
combatientes del IRA son hoy diputados. Continúan todavía los movimientos para
conseguir la paz. Sin embargo, la guerra de las banderas prosigue. Es legal,
nadie las prohíbe. En cada pueblo hay una iglesia católica y una protestante. El
emblema es la bandera tricolor de tres franjas, verde (católico), blanco (la
paz) y naranja (protestantes).
En Galway transito junto a Brian y Maoly, que me cuentan
historias. Hay que abrigarse, abandono el traje de doncella y me visto de
turista argentina. Compro un par de medias tricolor, pero eso sí, una tiene más
blanco que naranja y verde, y la otra, es naranja con verde y blanco; ambas,
salpicadas con tréboles de tres hojas.
Ya debo emprender la retirada. Ryanair tiene el símbolo de la
lira, es el arpa celta; también está ese escudo en la cerveza Guiness.
¡Salud! Música y alegría. Hay voces
extrañas que se entremezclan en la diversidad. Antes hubo oleadas de
inmigrantes europeos, asiáticos, árabes. Este fluir continúa, junto con el
avance económico.
Llega el momento de la despedida. Mis anfitriones traducen el
gaélico para mí. En el regreso escucho a U2, a Bono, manifestando y veo una
película con Sean Connery. Me adormezco con diferentes tonos de verde: el verde
inglés y el verde lechuga, que representa a Irlanda.
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