jueves, 5 de noviembre de 2020

Hipótesis y validaciones

 

 

Intento demostrar una hipótesis: Entre el leer y el escribir siempre humo un romance y un maridaje. Cuando se incorpora el viajar, ese triángulo amoroso provoca una relación eterna e indestructible. 

De Kilkeny, y en el pub, puedo apreciar el carácter afable de los irlandeses. Ya en el siglo XI aparecieron los pubs, pero recién en 1950, las mujeres pudieron concurrir. “En este lugar no hay extraños. Es un lugar donde están los amigos que todavía no has conocido”. Se festejan bodas, bautizos, despedidas en honor al muerto, y se cuentan historias por demás interesantes. Se escucha música, algunas son baladas llenas de tristeza y canciones populares que recuerdan batallas.

En Cork supe que fue la capital rebelde que más opuso resistencia a los ingleses.

Vengo de contemplar castillos, fantasmas del pasado, los que deambulan desde que se despejaron los restos de las ruinas romanas. Primero fueron influenciados por la cultura romana, más tarde por los normandos, luego por los vikingos.

Vengo de ver el bosque de Sherwood y las historias de Robin Hook, “el encapuchado altruista”.

Vengo de navegar el Lago Ness y ¡no encontramos al monstruo! Vengo de visitar el castillo de Urquhart, destruido por los ingleses para quitarles el poder a los jacobinos, los hijos de María Estuardo. He visto las catapultas y las grandes piedras que arrojaban los caballeros medievales.

Vengo de admirar la cruz gaélica que representa la crucifixión de Jesús con el círculo que simboliza la adoración del Sol: lo cristiano y lo pagano.

Vengo de aspirar las fuentes de la sabiduría de las universidades y de respirar el aire antiguo de las abadías y catedrales del siglo XII, y casi pude imaginar a los miserables que vivían debajo de los puentes y asesinaban a sus víctimas para vender los cadáveres a la Escuela de Medicina, o que desenterraban cadáveres frescos de los cementerios, para sobrevivir de esta manera. He visto estatuas que representan a los dioses griegos y los símbolos de la Medicina.

Vengo de las tierras bajas de Escocia y de recorrer las tierras altas, y los kilts y los gaiteros, en la frontera con Irlanda.

Vengo de ver “la calzada de los gigantes” con sus asombrosas rocas exagonales y las altísimas columnas de basalto, producto de la actividad geológica y volcánica. Lo que más asombra es la magia de las leyendas, de los mitos entre dos gigantes, enemigos acérrimos.

Todas estas vivencias, para recalar en Dublín, hoy. Entonces veo el monumento a la memoria de los revolucionarios ejecutados en 1916 para liberarse de Inglaterra. El edificio de la Aduana, bombardeada por el IRA en 1912, y reconstruido. La cúpula representa la esperanza y el comercio.

El Trinity College, majestuoso, donde estudiaron Samuel Beckett y Oscar Wilde, fue creado en 1600, para brindar servicios a los protestantes, aunque desde el siglo XIX está abierto a todas las religiones. Vi en su biblioteca el Libro de Kells, que fue escrito por un monje irlandés en el siglo XIX. Él decía en boca de Pangur, su gato: “Cazar ratones, es su diversión; cazar más bien palabras, mi pasión”. Entre sus grandes benefactores se cuenta a la dinastía Guiness. La fábrica de cerveza se inició hace 300 años. Desde el 5º piso, en el salón vidriado, degustamos una pinta gigante, mientras divisamos todo Dublín.

En St. Patrick Cathedral (de 1220), admiré el púlpito del Deán Jonathan Swift, el autor de “Los viajes de Gulliver”. Pero como el día se presenta con toda su luminosidad, recorremos el exterior.

Phoenix Park es el pulmón de la ciudad, dicen que es dieciséis veces más grande que el Central Park de New York.  La estatua de James Joyce nos asombra con su hidalguía y caballerosa presencia. “El cabrón del bastón”, le decían, que ahora mira con extrañeza el mundo que pasa a su lado. Entonces me parece ver a Leopold Bloom caminando por las calles de Dublín y recuerdo a Molly Bloom en el magnífico monólogo interior desde el Peñón de Gibraltar.

La estatua de Molly Malone, “la golfa del carro”, era vendedora de pescados y mariscos, de día, y protituta, de noche. Su recuerdo está sellado en una canción popular que es el himno no oficial de la ciudad.

Siguiendo con las estatuas, vemos al colorido Oscar Wilde en Merrion Square. Emana informalidad y desparpajo, rescostado en una roca, el petimetre muestra sus dos caras, de un lado la alegría, y del otro, la tristeza.

Cruzando el puente Samuel Beckett sobre el río Liffey, vemos “Latte Bar” inmortalizado en “La naranja mecánica”. Cruzando el puente James Joyce, la zona del ocio,  llegamos a “Temple Bar”, fundado en 1840. Un mundo de gente bebiendo y fumando, mientras en el escenario, el guitarrista David Browne y su acompañante con cítara, dan un espectáculo en conmemoración al record Guiness. Tocaron ciento catorce horas seguidas, casi cinco días en junio de 2011. 

Regreso con todos los pájaros en la cabeza y el corazón repleto de emociones. La hipótesis inicial ha sido comprobada.

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