domingo, 1 de mayo de 2016

Inframundo

Abro la tapa del desagüe que está en medio de la calle, ante el asombro de los conductores detenidos por el semáforo en rojo. Llevo traje de hombre rana, antiparras, linterna, snorkel y aletas. Destornillo el enrejado interior y voy bajando con la certeza de encontrar la alianza de matrimonio que se me cayó de improviso. Se trata del anillo de la abuela que, de tanto lavar la ropa en la tabla de madera y la vajilla grasienta, ya estaba adelgazado, aunque era de oro 18 kilates. 
Había visto antes un plano de las cañerías que se extienden bajo el pavimento y van hacia el río; en un tramo se abren dos tubos gruesos que permiten el paso de un hombre. Uno se dirige hacia la planta depuradora de líquidos cloacales y el otro, desagua en el puerto. Sale justamente donde se encuentra amarrado el catamarán "Litoral costero". Sé que hoy no sale a recorrer el río y las islas, ya que no hay inscriptos,  y además, es un día espantosamente desagradable. Veremos hacia dónde iré a desembocar.
Ya sumergido en la corriente de agua oscura, me coloco el snorke y me dejo llevar con los brazos extendidos y con la secreta ilusión de encontrar el anillo. De vez en cuando respiro sin snorkel y por los aromas que percibo, puedo imaginar hacia dónde voy y calcular que ya debo haber pasado la división de ramales. Olor a podredumbre, es decir, voy hacia el puerto. Por el contrario, si el olor fuera similar a detritos humanos, estaría yendo hacia el otro lado.
Confirmado. La luminosidad que adivino me lleva a la desembocadura del primer recorrido, antes dicho. Imposible hallar la alianza. Saco la cabeza y respiro aire contaminado. Veo plantas acuáticas de todo tipo, aguapeys (no son, por cierto, los nenúfares de Monet), camalotes, botellas de plástico, pero increíblemente, entre tanta mugre florece un Irupé. Dos pájaros pequeños de color herrumbre picotean con displicencia. Una burbuja gorda aflora en la superficie de agua aceitosa, al tiempo que una rana salta sobre mi cabeza.
Hacia la derecha, la playa de estacionamiento de un supermercado, y a la izquierda, efectivamente, el catamarán. Con esfuerzo salgo y camino marcha atrás, hasta que me saco las patas de rana, al tiempo que voy desprendiendo de mi traje los restos de vegetales y la inmundicia. Unos renacuajos, huevos rosados de ranas y hasta una anguila que se desliza por mi espalda, amarrada al cierre.
Camino por el coqueto sendero costero de adoquines, bordeado de palmeras y me siento en uno de los bancos de quebracho, hechos con travesaños de desguace del antiguo ferrocarril. El guardia del estacionamiento del shopping me advierte sobre la prohibición de sentarse allí. "Pasan coches continuamente y otros se estacionan aquí" -me dice señalando el espacio, no sin mostrarme el asombro que le provoco con mi aspecto un tanto raro para ese ambiente de consumo y modernidad.
Sigo hasta el final del camino y me zambullo en las aguas más limpias del río.

Fue la frescura del agua la que me despertó y lavó el sudor de mi frente y de mi almohada mojada. Enseguida me alegré, porque deduje que el símbolo del anillo perdido me estaba indicando que no debería casarme con esa chica tan excéntrica de la que estoy enamorado. No lo niego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.