Una libélula que irradia su luz tornasol, aún en la quietud de la noche, con su vanidad a cuestas, coquetea en mi balcón. Compite con una libélula negra de fotogramas olvidados.
Hay una naturaleza que se extingue. El aparato la está aplastando con plantígrado desdén; pretende manipularla con aviesas intenciones y seduce con flúor aleteo de fantasías.
Pauso y desvío la vista hacia la ventana. Ahora la libélula presuntuosa va ganando la batalla, ocupando todo el espacio. Apago el televisor y ella me saluda con cándido temblor de alas libres.
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