miércoles, 12 de agosto de 2020

Un niño con vuelo

 

 

Veo en su mirada serena de lago quieto, toda la energía puesta en sus sueños emboscados del horizonte lejano.

Mi principito sabe “que lo esencial es invisible a los ojos”, y ya está planeando su futuro.

-¿Qué vas a hacer cuando seas grande?

-Voy a manejar un Titanic. –los pelos rubios al viento lo acreditan, y quedan salados cuando recoge caracolas y bichitos de mar, con los que conversa en silencio, como en un mar de ausencias.

Zamba tiene la frescura del bosque y de los líquenes, y la ternura en los abrazos. Me mira, unas veces, con la carcajada de picardía; otras, con furia de labios obstinados, cuando se enoja, o con la firmeza cuando construye sus inventos de fantasía. Martillo, clavos y madera. –Mi hermano sabe hacer de todo, dice Alelí.  De buena madera es, la que heredó tan sabiamente, de la música y el compartir, que aprendió y necesita. Pero en todos los casos, es la inocencia de ese niño flaco pero fuerte, moldeado a puro remo, en brazadas consistentes, en el deslizar por la montaña, en las correrías en bicicleta,  en la caricia de melancolía de hongos y el olor a humedad de la hojarasca.

Es una luz tibia en el follaje otoñal. Una claridad mansa sobre la nieve. Una caricia de sol en los brotes de primavera. Un fuego candente en las tardes de verano. Así va formándose, con los cachitos de ternura de cada lectura, en cada aprendizaje y su estupor. Y ahí va entre las piedras ancestrales y los paisajes y planetas que habrá que descubrir.

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