miércoles, 5 de agosto de 2020

¡Ahí voy, pibe!

 

Su viejo Citroën nunca lo deja a pie una vez que lo pone en marcha, aunque, como ahora, debe empujarlo. Su experiencia, como abogado defensor del Ministerio Público, le dice que existen dos mundos. Uno, que vive en la permanente culpabilización a terceros y en la propia victimización; el otro, es el mundo del que está despierto y no se rinde.

Mientras conduce, imagina al Rulo como un pájaro que le ataron las alas y lo están empujando al borde del trampolín. La luz verde le permite el paso ahora; los bocinazos le interrumpen las reflexiones.

Marito, el Rulo, que había vivido en “Villa Asma”, al lado del basurero clandestino, se había iniciado como ratero, perjudicando a los pares. Luego fue animándose más, robando a los adinerados. Como otros adolescentes se agrupaba siempre esquivando el peligro;  tuvo varias entradas a las comisarías y salía por ser menor, hasta llegar a un lugar seguro y recibir un café con leche gratis.

Más tarde fue amigo de los policías que recorrían la zona con el móvil policial. Se comenta que ellos lo contactaron con “Los guaraníes”, una banda que, en la jungla de la ciudad, opera con la venta de marihuana y otras yerbas, pasta base y paco. Así comenzaron sus desgracias, como profeta de la calle. Cumplidos los 22 años fue el momento de entrar en el Penal.

Ya está cerca. Recuerda que le pidió que le hablara con franqueza para poder defenderlo. Un “perejil”, como se dice, porque a los “peces gordos”, no se los puede agarrar.

-Andaba vendiendo merca a la vuelta de “Ladies” en Nueva Jamaica. Hay una gomería al lado del firulo, en un pasillo angosto pegado a la medianera. Siempre mi lugar era quedarme entre las gomas apiladas, y el olor a meo y las vomitadas. –el Dr. Pardo pudo hacerse una composición de lugar y planear su estrategia de defensa.

-Yo sabía que podía ser una trampa, porque no podés salir, si te baten. Mis clientes son unos viejos putañeros, los cornudos que van ahí para vengarse, los enfermos, los desesperados… ya sabe Dr.

-¿Y la otra noche?

-Alguno batió … no sé, algún resentido que no se le paró y quedó caliente, ¿o qué? –una sonrisa amarga le distiende la cara.

-Tenés que acordarte.

-Sí, me acuerdo de uno que no conocía. Un inexperto, hasta tuve que ayudarlo con la jeringa.

-¡Ahí voy, pibe!

Por los pasillos camina siguiendo al guardia hasta la celda del Rulo y escucha: “¡Tordo, sacame de este pozo! ¡Puto, maricón de mierda!

En el calabozo de 2 x 2 está solamente el Rulo. Tiene la cabeza rapada y algunos raspones en la cara, en una oreja se ve sangre seca. –él sabe que cuando los canas torturan, evitan dejar marcas visibles. El chico quiere incorporarse del camastro, pero gime de dolor, y pide ayuda extendiendo una mano.

-Me dieron pa´que tenga. –Y se levanta la camiseta para mostrar las marcas de los azotes.

-Con esto más lo que me contaste, es suficiente. Haré la denuncia por malos tratos y pediré tu excarcelación, en 1º instancia, considerando presunción de inocencia. – para el abogado es prioridad la defensa de los excluidos, los marginados del sistema social, y antes, abandonados por su propia familia. -¡Ah!, una última recomendación: en la indagatoria no cuentes quiénes son tus jefes. Sí o No. Podés negarte a declarar, si querés. Hay un fuerte atenuante. Te torturaron.

-Eso sí –continúa- te darán la libertad, mientras dure el proceso, que recién empieza. Paciencia.

Se retira siguiendo al guardia por los larguísimos pasillos. “Ave negra, reculiao!, le gritan.

-La línea del tiempo, como una recta histórica no alcanza para comprender al reo; hay un tiempo circular, que es cíclico, ése que siempre vuelve atrás realimentándose, para nutrir el presente. –Piensa, ignorando los insultos.


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