Puntuación y ellos
En la
milonga se conocieron.
Ella, con falda de pronunciado tajo, muestra un muslo fuerte
y aguerrido, pero sugiere (aquí pongo puntos suspensivos); se adivinan caderas
portentosas que continúan suaves hasta una cintura breve. Los tacones rojos y
las medias red fantasean contorneadas piernas. Y el escote, que él miró con
deseo, desde el otro lado de la pista, también provoca (de nuevo los puntos
suspensivos)
Hace un momento, él le había cabeceado. De saco negro y
pantalón ajustado, luce una figura esbelta. Una fuerte cabeza engominada y
peinada con peine fino contiene un rostro cerril, aunque tierno. Los ojos
vivaces sonríen al par de sus labios, como dándole la bienvenida.
Ella acepta y contoneándose, va hacia el centro donde las
parejas están bailando. Los acordes de un tango compadrón (1) suenan; ambos se
trenzan en el 2x4 (2). Ambos saben que los pies tienen memoria de un ritmo casi
olvidado. La loción con perfume a madreselvas, la subyuga. Una pierna fuerte se
introduce entre sus muslos, y la hace girar sobre su centro. El bandoneón
acompaña, sensual.
Hasta aquí los puntos seguidos dan contexto y los punto y
coma, amplían el escenario y las descripciones. Ya he dicho que los puntos
suspensivos sugieren y cada uno interpreta a su manera.
Al final de la pieza, la música se detiene, pero sus ojos
quieren prolongar el abrazo; los suspiros son un hiato que interrumpe el
espacio y el tiempo entre los dos. Se alejan, porque así son los códigos,
mientras un bandoneón y las guitarras lloran un tango tristón.
El animador anuncia luego a otra orquesta típica y comienzan
las milongas con un ritmo socarrón de cortes y quebradas. El rasgueo de las
guitarras divierte con juguetona alegría.
Ella, la del escote profundo (la llaman Marlene) se encamina
nuevamente al centro. Otro mozo, de impecable camisa blanca y sin corbata, le cabeceó (3) con el funyi requintado (4) porque antes la había relojeado (5). Bailan la
pieza en completa comunión al son del contrabajo, el violín y el clarinete. Al
finalizar, otra vez los puntos suspensivos. Él va marcando como rulitos por la
espalda descubierta de la moza. Dibuja circulitos en cada vértebra y termina en
caracol cerca del coxis. No la quiere abandonar. Ella queda trémula en la sala
iluminada. Allá lo ve, al otro compadrito, quien marcha hacia el milonguero,
con la dignidad que le da el derecho de ser el primero, con la prepotencia
intacta y con la fiereza de animal salvaje
El vino o el champán han caldeado los ánimos. Marlene
entonces escapa hacia su lugar. Las otras parejas despejan el espacio,
dispuestos a presenciar la inminente pelea, pero los rivales saben que no es de
hombres alardear para defender a una hembra.
Hay empujones, rencor y miradas furibundas. Van hacia el
arrabal de la noche estrellada… No se sabe más, no se ve más, pero todos presumen el brillo de las facas a
la luz de la luna; todos infieren que al costado de la zanja, uno de ellos
quedará vencido.
Una bordona (6) suena solitaria como una conjetura, desde el
fondo del bodegón. El humo de los cigarros enturbia la luz del farol.
Ella, al ver que el del funyi
regresaba, victorioso y desharrapado, deja caer una lágrima, justamente en la
acuarela borrosa, sobre la redondez del punto final.
(1) Compadrón: joven de los suburbios,
fanfarrón, chulo.
(2) 2x4 son los compases del tango.
(3) Cabecear: saludar e invitar a bailar.
(4) Sombrero colocado de lado.
(5) Mirar con insistencia y liviandad.
6º cuerda de la
guitarra, la más grave.
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