sábado, 7 de marzo de 2020

¿Qué hace la gente cuando llueve?

¿Qué hace la gente cuando llueve?

La tarde ya tiene olor a lluvia, aunque todavía no llueve.
El serrucho de las bandurrias anticipa la tormenta. El gorjeo de las palomas en celo son sonidos muy particulares. La brisa, antes leve, se arremolina y una hoja de diario se estampa contra mis piernas. Fabrico, entonces, un barquito de papel para ponerlo a navegar en los charcos que se formarán luego de la lluvia.
Como un detective fisgón que pesquisa la sospecha de una infidelidad, me pregunto ¿qué hace la gente cuando llueve?
El carrillón de la casa de enfrente se sacude arrítmicamente, y ella sale con su paraguas azul, cuando la lluvia mansa acaricia sus mejillas sonrosadas. Al dar vuelta la esquina, el viento enfurece y el paraguas hace una pirueta, se retuerce y así, dado vuelta, va a caer en el jardín de una casa solariega.
Ya las canaletas chorrean violentas lágrimas sucias. No importa, se dice, es grato caminar sola y sin paraguas. Sonríe y puedo ver sus recuerdos de la niñez.
El paseo por el pueblo a la grupa de la burra Catalina junto con la gitanilla vecina.
El frío de la rana saltando por su espalda enhiesta y sorprendida, cuando su compañero, rumbo a la escuela, la puso por debajo de la capa engomada. Una sustancia extraña circula por la sangre y la deja estática y con el estupor en suspenso. Tiene memoria de esas sensaciones.
El chapoteo sobre el fango y el guardapolvo, de impoluto blanco, ya salpicado de barro.
El viento enfurece y ya quiere destartalar los techados, aunque ella goza dejándose empapar por la lluvia que aporrea los cristales y quebranta el follaje de los árboles del boulevard. Hacia él va. Los pezones friolentos pugnan por traspasar la blusa, mientras tararea una canción de Janis Joplin. El amor es una flor que asoma a través de las nieves amargas; es un sueño que tiene miedo de despertar…
Como una contraseña dice en voz alta: “Tengo ganas de llorar” para que él, como tantas veces había sucedido. Presiente que él no vendrá esta vez. Lo advierte en la modorra de las calles, en el ruido que perturba, en la promiscuidad de los objetos que se acumulan en las bocas de tormenta.
El dolor, la decepción y la soledad son ya un compilado de la muerte del amor.
La veo, al fin, alejarse bajo la congoja de las nubes. 

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