sábado, 16 de junio de 2012

Barrilito... barrilito de cerveza.

Vestido de tafeta. Falda larga de verde tornasol. Mangas abullonadas hasta el codo, continuando en embudo hasta el puño, abrochadas con botones forrados al tono. De la pollera asoma un pollerín de puntilla; la cubre un delantal de broderíe; el cuello es alto, cerrado con los mismos botones. Un pañuelo grande de seda blanca con flecos, se anuda en el pecho. En la cabeza, una cofia con puntillas y un sombrerito chato de fieltro negro, adornado con una cinta de cuadrillé. Los zapatos son negros abotinados y llevan en el empeine una hebilla cuadrada de metal; las medias son a la rodilla, de hilo blanco.
La madre termina de repasar los últimos detalles del vestido que ella había confeccionado. Alisa con primor los pliegues del atuendo y termina delineando en rojo los labios de su pequeña. Ella se mira en el espejo y piensa que ese año están invitados a la fiesta, aunque ellos no sean suizos. Ellos son mezcla de italianos y alemanes.
El año anterior había ido con Hugo y Robertito a espiar desde la ventana del "cosmopolita". Primero se treparon en la bicicleta para ver mejor, hasta que con tanto entusiasmo y diversión, terminaron sentados en el alféizar de la ventana. Los festejos ese mediodía estaban en todo su apogeo, concluidos los discursos protocolares del jefe comunal. Los aplausos y la música de una orquesta típica amenizaba la velada, mientras se daba inicio a la comilona y el chopp.
Vimos pasar al padre de Graciela, que trabaja de mozo. Más tarde, él nos convidó con una porción de torta para repartirnos entre los tres. Las señoras estaban engalanadas con sus trajes de tradición y los cachetes colorados parecían explotar. Había bullicio, risas y brindis a cada rato. ¡"Prosit"! alborotaban entrechocando los jarros rebosantes de espuma; de grandes barriles serían la cerveza "tirada".
La madre de Robert fue a buscarnos, porque no sabía por dónde andábamos los tres, y se quedó también ella a mirar con disimulo. Otros días, a la siesta, jugábamos en la cuneta molestando a los sapos o sacando esos huevitos rosados prendidos de los juncos. El "cosmopolita" estaba cerrado.
Aquella vez la cosa fue distinta. La cuestión fue que el sodero pelirrojo de rulos y cachetes colorados, siempre transpirados, le habló a mi madre para invitarme a formar parte del ballet infantil de danzas suizas, "Edelweis". Él sabía que yo siempre actuaba en los actos escolares y bailaba muy bien la zamba y la chacarera.
Así fue que mi mamá me acompañaba a las clases y aprendí a bailar valses, polkas, mazurcas, los bailes del tirol, y hasta el "schottish langue". Esos "valesanos" eran muy divertidos. Así fue, que después de varios ensayos me seleccionaron para bailar en la fiesta de la "Sociedad Helvética", la de la bandera roja con una cruz blanca.
A mis nueve años, no sabía qué significaban algunas palabras. Más tarde aprendí que esos festejos eran de los inmigrantes suizos, que eran todos de mi pueblo, que provenían del cantón de Valais, que la flor de edelwiss es la flor nacional de Suiza, que en los alpes suizos practicaban la "tirolesa", que "aldere... alderí" era el alarido que se repetía con el eco por los valles nevados, que "cosmopolita" era el salón que antes estaba vedado a otros inmigrantes.
Los hombres acostumbraban a usar, en las fiestas, unos pantalones cortos con tiradores, camisa blanca, medias largas, chalecos negros con detalle de flores bordadas y sombrerito tirolés. Casi todos eran barrigones y colorados, de tanto tomar cerveza, pensaba.
Años más tarde, yo escribía a las embajadas de Italia, Alemania, y también de Suiza. Recibía a vuelta de correo, en la época de las "vacas gordas", una excelente folletería a todo color. Las imágenes me atraían y me llamaban la atención las montañas nevadas, un tren transitando entre el follaje verde y después copiaba el dibujo de la tapa de chapa de los lápices "Conté". Me lusionaba con que algún día conocería esos parajes, el cantón de Valais, Basilea, Lucerna, el río Ródano, Zurich, Ginebra... Todavía no viajé, pero finalmente me radiqué en "la Suiza argentina".
Nos anunciaron y subimos al escenario; éramos cuatro parejas de chicos y fue todo un éxito. Aplausos y nervios. El color rojo de mis labios mordisqueados, había borroneado mi sonrisa. Más tarde empezó el baile en el centro del salón, al ritmo de "Zillertal Orchester" con acordeón a piano, clarinetes, saxos, batería, trompetas. Los hombres zapateaban cada vez más fuerte sobre el piso de madera y se mareaban en las rondas. Yo creo que estaban muy animados, porque a cada rato brindaban con cerveza.
De pronto, un señor mayor cruzó la pista, engalanado con su traje típico, me tomó de la mano y me llevó a bailar en el centro. Esta vez, un vals. Era el cónsul suizo de Santa Fe. Destacaban por micrófono esa gentileza. Hubo más aplausos. Mi papá aplaudía y reía y todos estaban muy alegres.

-Señora, para un entrevista de televisión, cuénteme por qué vino hoy a la fiesta.

-Porque vi en la tele el anuncio, hace unos días, de la Fiesta Nacional de la Colectividad Suiza en San Jerónimo Norte, y de los 50 años de "Zillertal Orchester". Me dije: "Quiero estar ahí". Yo nací en este pueblo y aunque soy santafesina, vivo en Bariloche hace como 35 años.

-¡Ah, en esa ciudad del sur el intendente es hijo o nieto de suizos. Goye, creo que es su apellido.

-Sí, él nació en Colonia Suiza, donde viven los Felley, Cretton, Mermoud, y otros. Ellos organizan siempre los almuerzos domingueros con "curanto", una comida que se hace bajo tierra, que trajeron de Chile y tal vez de la Polinesia. Se reúnen todas las comunidades, turistas y locales.

-¿Hoy va a bailar?

-Sí. Estoy mirando entre la multitud, para ver si encuentro a mi compañero de baile, que era un italianito muy simpático. Ahora será un señor pelado, o canoso, medio arrugado y algo barrigón. Es increíble la memoria de los pies. Todavía recuerdo las coreografías. Espero que él me reconozca, porque en mi cara ya hay una "pátina de antiguedad". ¿Ves, el de la batería era mi compañero de primaria y secundaria? Voy a ir a saludarlo, porque él sí me va a reconocer. ¡Salud!

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